La antropóloga Margaret Mead acuñó el término Abismo Generacional para referirse a la condición social de finales del siglo XX, según la cual los ancianos se quedaron atrás para servir de referentes, como guías del conocimiento. En el folklore no es así. De hecho, son los ancianos los más valiosos depositarios de ese caudal cultural que dependía antaño de la transmisión oral, y a los que se acude rara vez para aprender lo que normalmente se sirve en bandeja a través de discos, vídeos por Internet y -en general- fuentes siempre indirectas. De esta manera, se pierden los estilos, se cantan siempre las mismas coplas, se normalizan las formas de interpretación (sujetas antaño a variaciones personales y locales) y se convierte en canciones lo que antes eran géneros.

El foklorista Manuel Navarro fue uno de los incansables parranderos de Fuerteventura. Siempre estaba dispuesto a sumarse a una buena rumbantela para entonar sus coplas -a veces improvisadas, a veces sacadas del vasto archivo de su memoria- y sirvió de compañero en los escenarios en múltiples ocasiones al timplista Domingo El Colorao. Durante varios años, Domingo le grabó en conversaciones y parrandas, al socaire entrañable de las tabernas donde se convocaba la magia de los cantares, donde cada isa, folía o polka eran únicas e irrepetibles y cada estrofa tenía un sentido en el contexto personal de los intérpretes y del momento en que se cantaba.

Fruto de esa experiencia, en la que se atrapó en el tiempo el fluir de los instantes, se ha editado un doble compacto, con un registro de cuentos y anécdotas que se suceden entre isas corridas, malagueñitas o polkas. Una suerte de manual de estilo de folklore majorero, que ilustra lo que ocurre más allá de los escenarios.

Un trabajo imprescindible para aprender de la fuente.