Isidro Ortiz silbando en La Gomera

El concepto de patrimonio artístico ha ido cambiando desde que se tomó conciencia de su importancia. En los inicios de esta tarea institucional, sólo se contemplaba lo referido a monumentos, espacios arquitectónicos o ciudades. Poco a poco, el  ámbito se fue ampliando a espacios naturales, de tal suerte que la lista oficial de elementos declarados como patrimonio mundial ya no sólo incluía catedrales o cascos históricos, sino también elementos y parajes naturales.

En el año 2001, se hace una primera lista de diecinueve obras intangibles de importancia patrimonial, que precisaban de acciones para su salvaguarda. En el año 2003, La Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial fue aprobada por la Conferencia General de la UNESCO, celebrada en París. Se empieza a tener conciencia de esa otra cultura que se escribe en el aire, que es oral y tiene que ver con las tradiciones, con todo aquello que heredamos de los antepasados y configura el perfil social de los pueblos.

Las categorías que establece la UNESCO habla de artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativas a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculadas a la artesanía tradicional. En el ámbito de lo que conocemos como folklore musical, son ya muchos los géneros que han conseguido la distinción de Patrimonio Mundial. Junto con nombres tan conocidos como el Tango, los Mariachis o el Flamenco, aparecen elementos etnomusicales mucho menos difundidos, como el Mugham Azerbaiyano, el Ahellil del Gurara o la Isopolifonía Popular Albanesa.

El único elemento que ha logrado tal consideración en nuestras islas es el Silbo Gomero. Al margen de lo que diga la UNESCO, son muchas las manifestaciones canarias que merecen ser pensadas como un patrimonio trascendente y frágil, más allá de la banalización a la que las sometemos habitualmente.