Pick Up wide 1

Veintiuno de abril, noche, corre el año noventa y cuatro. El Puerto, calle Montevideo. La gente se amontona en los coches aparcados a ambos lados de la calle. Cada vez que un nuevo vehículo atraviesa el asfalto, los grupitos se retiran limpiando la chapa de los coches para dejarle pasar y enseguida vuelven al centro de la calzada. El foco del Pick Up ilumina un buen trecho de calle; al fondo se intuye el Muelle, desde el que nos llegan puntuales bocanadas de aire.

Es la presentación del Bananas Volumen I, un recopilatorio de grupos canarios que nace con idea de continuidad a pesar de no contar con ninguna ayuda oficial. El chef es A.M., Antonio Miguel Pérez, un chico bien de la capital. Lleva muchos años en el mundillo musical tocando varias teclas. Estuvo en una banda llamada Escenas Nocturnas, de donde salieron músicos que luego irían a Krull, The Mentes o Los Coquillos –el señor Alvarado fue durante un tiempo su músico comodín, como lo fue Carlos Teja, “el mejicano”-. Además, tiene a sus espaldas dos discos grandes, en inglés, lo cual le ha creado algunos problemillas, pues al inicio de los noventa la moda era volver al castellano. Pero a él le gusta ir contracorriente. (Así lo demostrará cinco años después, cuando edite en castellano El domador de escarabajos, su tercer disco en solitario, y momento en el que la mitad de las bandas canta en inglés -aquí y en Pekín.)

Además, A.M. conoce la radio muy bien, es su modus vivendi, si bien la música es lo suyo, sin duda. Graba a las bandas en el estudio que tiene en su casa. La fórmula es muy sencilla: busca grupos interesados que pagan un mínimo por editar un tema o dos algunas veces. El dinero es simbólico y no guarda paralelismo con los gastos de las horas de estudio o la producción que él mismo hace. Y como chico bien peinado y elegante, es fan de Los Beatles, pero fan, fan. En su hogar tiene enmarcadas fotos de los cuatro de Liverpool, concretamente las que venían de regalo en el Doble Blanco… y, por supuesto, una foto suya cruzando el paso de cebra de Abbey Road. ¿Seguimos? Tiene un bajo precioso al estilo de los que usaba Paul.

A lo que íbamos, que el Pick Up es un local de pijerío nocturno. Una especie de pescadería, pero bien, a lo fino. Allí se reúnen viejas y pulpos con pasta y modelitos que cuestan el salario mínimo interprofesional. Yuppies provenientes del funcionariado, el carguillo político, pequeños empresarios y niños y niñas de papá que han cumplido los cuarenta. Mucho más cercanos, a la hora de tomarse otra copa, del Pachá que del Rocanrol. Oyen a Karina, a Juan y Junior, a Silvie Vartan y a Los Beatles, claro. Y a veces -no hay que ser cruel-, el pincha les pone ese tren de largo recorrido de los Doobie Brothers o a Eric Clapton metido en el papel de Derek & the Dominos y deleita al personal con Layla. Hay portero en la puerta, naturalmente; y al entrar no huele a sudor ni a chusma. Eso sí, cuando te acercas a por un pelotazo sabes que del talego que aprietas en el bolsillo te van a devolver tres libras. Por lo demás, el sitio es curiosito y tiene una especie de hall entre la puerta de la calle y la de entrada al local, que queda muy bien para charlar relajadamente, dar un número de teléfono, una tarjeta o un sablazo, que también los hay.

La presentación ya debería haber comenzado hace un rato –según el horario previsto-, pero sabiendo que la puntualidad en estos actos deja mucho que desear, nos retrasamos convenientemente. Ari está con su hermano Benja, y con Dany y Pussy de Última Parada. Tiene nuestras invitaciones, que previamente le ha dado A.M. Éste se asoma a la puerta de vez en cuando con un fajo de tarjetas en la mano para saludar y ver si le falta a algún conocido. Lola y yo seguimos saludando a gente que llega, haciendo un alto en el resumen de las últimas historias y cotilleos musicales que intercambiamos con Ari, Benja, Dany y Pussy.

-Venga, que ésto ya va a empezar, nos dice AM en una de sus salidas a la puerta.

Saludamos al portero, atravesamos el hall y allí estamos. Nos sumergimos en un ambiente bullicioso. Está casi lleno, e inmediatamente subimos el volumen de nuestro discurso para hacernos entender. Las nubes de humo le dan un cierto calor, favorecido por la copa que incluye la invitación. De momento tenemos hasta tres por cabeza; además Dany tiene un puñado por si hay alguna emergencia o nos quedamos con sed. Al entrar empezamos a saludar a gente y cada uno del grupo se va disgregando por los distintos puntos del ring. Y es que el Pick Up es como un cuadrilátero de boxeo, dentro están los camaretas poniendo copas y por fuera gira el público con las invitaciones a mano alzada, como si estuvieran apostando por determinado camarero (en un intento de que les sirvan la copa). Enfrente de la entrada, tras una especie de biombo, están los baños y en la esquina derecha del fondo, según se entra, una tarima pequeñita a modo de escenario. Tras la barra, dos chicas y dos chicos, todos muy guapos y arregladitos, y dejando claro que ese público al que hoy tienen que servir es un poco chusma para ellos, pero al fin y al cabo han de tragar saliva y ponerte la bebida. Eso sí, te pueden hacer esperar un buen rato, pues la peña se apelotona en busca de la copa gratis. Normal.

Gente de medios como la pareja de Cadena 100, los asiduos al mundillo de la música y la copa, como Luis Socorro y la representación de 40 Principales, a los que A.M. agradecerá sobremanera su apoyo. Ginés nos cuenta que están trabajando ya en lo que será su tercer disco y que tienen propuestas de la Península para editarlo, pero que habrá que estudiarlas con detenimiento.

(En realidad se retrasarán un poco más de lo que ellos creen. Su segundo disco, Ángel Guardián, salió con Aper, y las relaciones con Adolfo –responsable de Aper, y gracias al cual sería distribuido por Sony- acabaron en los tribunales. La justicia es lenta y su tercer disco no saldrá hasta el año 96. Su título Héroe Antiguo y será autoeditado por un sello que crean para la ocasión: Manuela Records. De todas formas ya en el año 94, Los Coquillos con su segundo disco –el mejor para mí- deberían haberse arriesgado de forma clara a intentarlo en la Península. No sólo a hacer alguna presentación simbólica en salas de moda madrileñas, tipo Revolver o Universal, para que unos cuantos estudiantes canarios en la capital ondearan una bandera o conseguir que les dedicaran una mini columna en algún periódico nacional. Había que ir a currárselo, a hacer carretera, a vivir allí. Ése fue su momento, tenían un buen disco en el que Enrique Mateu –al que luego saludaremos en el Pick Up- tuvo mucho que ver. Además, aquí las bandas locales se lo hubieran agradecido doblemente: de una parte habrían abierto hueco para que pudieran ir luego otras, y, sobre todo, habrían dejado espacio en Canarias para que se subieran al escenario otros grupos. Los Coquillos durante muchos años han sido la banda oficial de rock, sobre todo en nuestra isla. Chavanel era su mánager –y letrista (?)-, y desde el Canarias 7 la presión que podía hacer en el ámbito local era mucha. Cualquier evento, fiesta o festival tenía que ser cerrado con ellos, y su caché, según nos decía Ginés, era de medio millón de pesetas (?) Demasiado dinero para que siempre fuera a parar al mismo sitio, en un Archipiélago donde los organizadores de conciertos y responsables de salas habían educado durante muchos años a los músicos en la idea de que los grupos no cobran por tocar, sino que deben dar las gracias por facilitarles esa posibilidad).