Foto de unas manos tocando una guitarra eléctrica

Con la cabeza un tanto tocada me dirigí al barrio residencial en el que vive Óscar. Después de un buen desayuno veía las cosas de otra manera. El taxista me dio un par de vueltas por la zona, pues es de esas en que las calles son parecidas y los nombres de las mismas son todos de flores o países o escritores…

A las once estaba de charla con Óscar, sentados en el sofá de un amplio salón decorado con mucho gusto, pero sin recuerdos visuales de su etapa Eructo/Palmera. Una mesa central con libros de arquitectura, muy bien colocados, sostenía nuestros refrescos junto con un par de ceniceros grandes, decorativos. Estuvimos un par de horas de charla. Repasamos los inicios de El Eructo, una banda de rock clásico que gustaba tocar temas de los grandes: Sun Records era de alguna manera la marca del grupo; hacían versiones de Elvis, Carl Perkins, Jerry Lee…, los grandes del nacimiento del rock. Óscar comentaba los continuos problemas para encontrar un batería fijo, si bien Frak Gallo es considerado el batería oficial de la banda.

Paco Dorta me había contado que cuando llegaron a Madrid para grabar con Movieplay aquel primer disco del Kiosko de la Paz, los directivos de la casa, al ver lo mal que tocaban, les ofrecieron poner músicos de estudio y salir ellos en la foto. Óscar niega, no obstante, ese extremo. Él dice que en ningún momento se planteó Movieplay sustituir a los miembros de la banda. Sobre esa grabación Óscar recordó –y ésta es una de las historias que más he escuchado- el cambio en un fin de semana de sus letras del inglés al castellano como imposición para grabar. Dudaron durante un día, no les parecía bien cambiar sus temas, su estilo en cierto modo, pero al final lo consideraron una oportunidad –la de grabar un disco- y aceptaron. Algunas de las novias de los componentes del grupo echaron una mano en la tarea.
Hoy todos ellos están bien situados –afortunadamente- en el mundo laboral. La verdad –sin que ello sea una crítica- es que Palmera nunca fue una banda de extracción proletaria. Todos ellos venían de familias más o menos bien (es lo mismo que pasó en la nueva ola madrileña, salvo excepciones).

Me largué a comer al centro, a uno de esos baretos de la Calle Castillo que tienen cierta variedad de bocatas, aunque dominan los vegetales y los de pollo, todos, eso sí, con alioli. Después cogí la guagua y me fui hasta mi casa del cementerio de La Laguna. Me tumbé a recuperar fuerzas en ese intermedio diario que es la siesta, un intermedio que te permite vivir dos días en uno. Por la noche me dejé caer por El Búho, donde estaban tocando los que luego serían Sin Elefante. Allí estaban Álvaro y Judith ante una clientela habituada al jazz y al blues. El ambientillo de La Laguna tiene un regusto que no encuentras en Las Palmas de Gran Canaria. Ese ambiente universitario de cine-club, de tertulia universitaria, de compromiso político… Junior Melo, por ejemplo, se cultivó en aquellos ambientes –y en otros muchos-. Su afición al cine le viene de familia, pero el entorno lagunero, universitario, ayuda a encajar esa formación. Me acuerdo de él por el cine y también por su seguimiento del rock en los setenta y ochenta. Algunas veces lo hemos tenido en el programa de radio para hablar de cine, y a menudo hemos terminado hablando también de bandas chicharreras. Él siempre menciona un tema como la banda sonora de su juventud lagunera: Pisando los charcos, de Los Diplomáticos de Pedro Guijarro (¡qué letrista!). Y no es el único. En la generación de músicos de bandas de los noventa que han pasado por la Universidad de La Laguna, Diplomáticos es una referencia que se repite.
Siguiendo con La Laguna, allí también están las casas okupas, la proliferación de fanzines… No sé, pero la noche del fin de semana lagunero tiene un encanto especial.

Regresé al Chola a respirar los aires hachicheros y escuchar su punk rock de casete antes de retirarme a casa y contemplar, desde mi solana, las tumbas y las cruces torcidas que proyectaban su sombra sobre el suelo del cementerio gracias a los rayos de la luna. Entré en la habitación para comprobar que las cintas de Paco seguían a buen recaudo y me colgué del pantalón los walkman para saborear el último peta de la noche, de nuevo en aquella solana, con Pedro Guijarro hablándome alto al oído: Bailando sobre el mundo, La hora en que los niños salen del colegio, Explosivos en el té –titulo que utilizó Juan Manuel Pardellas para su programa de radio-, Pisando los charcos –el tema himno que hace regresar a Junior Melo-, Azul celeste…

El domingo es un día que me resulta un tanto depre. Creo que Pascal Bruckner y Guilles Lipovetsky lo definen bien en su filosofía de lo cotidiano que se recoge en Las tentaciones de la inocencia y La era del vacío. Los cito juntos porque Cata –ese dylaniano que se subió a tocar con Corey Harris en el Womad 2000-, los utiliza en el tema Globales de su primera maqueta: Catabolismo. Ese síndrome del domingo, la terapia del consumo o el encefalograma plano del espectador televisivo, la sumisión del cerebro a cualquier imagen junto a ese sopor insípido que te lleva hacia el estado mineral al saber que pronto, en horas, tendrás que volver a salir de ese seno materno en que se convierte el fin de semana. El regreso semanal al Grito Primario de Otto Rank, origen de todos los traumas.

Así que decidí regresar en el jet foil de mediodía. Me levanté tarde y anduve vagando por el centro, atado a mi macuto que contenía esas cintas descubiertas en aquel cuarto rockambolesco de Paco. Ese descubrimiento sirvió para reafirmarme en aquel título de nuestro segundo programa: Las Cintas del Sótano (un homenaje a Dylan en realidad). Paco ha dejado desde hace años el mundillo del rock, en parte porque era un independiente y los dictados de las casas de discos, de las multinacionales, de las grandes radiofórmulas, no iban con él. Pero no ha abandonado el mundo de la música: se dedica a descubrir a jóvenes, jovencísimos talentos, que puedan despuntar con sus voces cuasi infantiles. Su historia se llama desde hace años Fresa y Chocolate. De ahí sale alguna de esas cantantes que luego van al mundo de las orquestas de salsa o se convierten en solistas de música melódica.
De todas formas, cuando le preguntas por aquellos Rock and Film, por las vicisitudes que se pasaban en aquellos años para organizar conciertos, para que un grupo grabara…, se le enciende el rostro y olvida el reloj, el tiempo no pasa… (¿en balde?)
Paseé por el centro e hice tiempo antes de ir caminando hasta el puerto. Embarqué y me quedé adormilado en el sillón del jet foil. Un fin de semana intenso y, sobre todo, fue como si los Reyes Magos se hubieran anticipado.

El trabajo fin de Master se tituló El tratamiento del rock en la prensa insular durante el bienio 1980-82 y fue calificado con un sobresaliente por el tribunal.