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Capricho geográfico, mi primer contacto con el rock canario tuvo lugar frente a una pantalla de proyección sobre la que se sucedían nevados y gélidos paisajes conquenses, los del sexto largometraje de Carlos Saura. Demasiado joven para comprender el fuego del enfermizo triángulo en el que José Luis López Vázquez, Alfredo Mayo y Geraldine Chaplin consumían sus pulsiones sexuales, lo que me impresionó de Peppermint Frappé fue la banda sonora.

En ella latía el single bautismal de Los Canarios, voluptuoso, imperativo, falsamente inocente pero cargado de recóndita perversión. Aquella pequeña epifanía desató dos reacciones. La primera, experimentar por primera y última vez el pringoso sabor del combinado de hielo pilé, menta inglesa, alcohol a 90º y hojas de toronjil. La segunda, emprender una fructífera labor de descubrimiento con la banda de Teddy Bautista, a fecha de hoy todavía máximo exponente del soul español (de todos los tiempos).

A ellos debo agradecerles pues, que el archipiélago me mostrara un rostro alternativo al que me había formado, ya fuera en base a leyendas urbanas por las que en ciertos cuarteles los reclutas canarios fallecían de frío en las garitas de guardia, bien a partir de los tópicos inherentes a un paraíso vacacional donde abundaban biquinis ‘’extranjeros’’, o acaso mediante las folclóricas apariciones televisivas de los Sabandeños.

A las deficiencias mediáticas de entonces, principios/mediados de los 70, que por si solas multiplicaban las distancias, se unía el cerrojo de insularidad con que el centralismo clausuraba remotas a las Afortunadas. No obstante, por las páginas de Disco-Exprés pude enterarme de que los Canarios no estaban solos. En sus puntuales apariciones en aquel tabloide, nombres como Teclados Fritos, El Eructo Del Bisonte y Taburiente excitaban mi imaginación, tan hambrienta y tan mal alimentada.

Exacervado por la movida madrileña, durante los años 80 el localismo del pop español no hizo sino aislar aún más a provincias que quedaban excluidas del mistificador circuito capitalino. Mea culpa, andaba yo demasiado ocupado testificando lo que ocurría allí y en Barcelona, viviéndolo, a veces hasta formando parte de ello. Canarias, es cierto, me quedaba muy lejos. Un nuevo acercamiento se produjo en los 90, cuando Soviet Love ganaron un concurso de maquetas patrocinado por la revista que yo co-dirigía entonces, Ruta 66. Después, la frescura, la imaginación de Hermanitas acabaron por renovar mi interés en lo que allí sucedía.

Deberán disculpar lo cómodo de mi postura. Soy consciente de todo lo que me he perdido, pero también de todo lo que me he encontrado. Lo último, las rememoraciones de una veterana ex-promotora de CBS, que en una reciente visita a Las Palmas me pusieron al corriente del esplendor que la industria del disco había vivido allí en décadas pretéritas, de la importancia de aquel mercado como puerto de entrada de numerosas influencias, determinantes para la cultura pop española. Y naturalmente los reveladores documentales de Alejandro Ramos, dilecto autor de este libro con el que confío adquirir plena conciencia de las verdaderas dimensiones del rock canario, una historia secreta que no debería guardar secretos.

Jaime Gonzalo

Periodista musical. Ha trabajado en revistas como Disco Express, Starr, Vibraciones y fundó Ruta 66.