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Los debates sobre el bilingüismo en los Estados Unidos de América son tan controvertidos como la Historia misma de los Estados de la Unión, nacidos de la Revolución, consolidados en guerra civil y extendidos a golpes de pistola hacia el Oeste y el Sur, pasando sobre las culturas nativas, homogeneizando a los inmigrantes europeos, esclavizando a los africanos e ignorando a los hispánicos bajo la bandera del sueño americano.

La preeminencia de la cultura anglosajona en la clase dominante ha marcado las directrices educativas y culturales en todos los estados, incluyendo aquellos con importantes minorías de origen hispánico. Pero, a pesar de esa hegemonía, es imposible obviar la existencia de un pasado hispánico que subyace más allá de la denominación de muchos topónimos.

El estado de California, corazón de la modernidad y del American Way of Life, mantiene señas evidentes de ese pasado hispánico innegable, por mucho que les pese a muchos angloamericanos.

California fue descubierta a finales del siglo XVI por exploradores españoles procedentes del Reino de Nueva España (México) y colonizada por misiones franciscanas en el siglo XVII, fundadas por Fray Junipero Serra ciento cincuenta años antes que los primeros colonos de lengua inglesa cruzaran penosamente la Sierra Nevada afectados por la fiebre del oro.

La toponimia no miente sobre el origen de la cultura europea que primero se asentó a las orillas del Pacífico más allá de las fronteras del estado de Oregón: desde los conocidos San Francisco, Los Ángeles o San José hasta algunos menos conocidos donde la palabra española está enmascarada por una aclaración anglosajona: Big Sur, Farallón Islands, Point Reyes, Morro Rock, Laguna Seca, Presidio, Gaviota Pass o Garrapata Creek.

En un viaje a California tuve ocasión de comprobar la pervivencia de los nombres hispanos, más allá de la desnuda toponimia ininteligible para los americanos. En las afueras de la ciudad de San José, una pequeña comunidad residencial llamada Morgan Hills está atravesada por un arroyuelo llamado Almaden Creek. Mi anfitrión me contaba que en su niñez pescaba truchas en el curso de agua, pero que sólo como deporte, ya que el río llevaba decenios contaminado por mercurio. Lo que mi amigo no sabía es que las mayores minas del metal líquido se localizan en una ciudad manchega llamada Almadén (Ciudad Real).

Si uno recorre la famosa State Higway Number One, la autovía costera que une San Francisco y Los Ángeles, se encuentra con un paisaje hermoso, lleno de acantilados, calas y playas batidas por el Océano Pacífico a un lado, y los bosques brumosos que cubren las estribaciones de la sierra. Los puentes y viaductos cortan los barrancos y valles de la Sierra de Santa Lucía. Uno de esos valles lo ha excavado el Garrapata Creek (El Arroyo de la Garrapata). Lo irónico es que el visitante que decide explorar en verano los bosques de los gigantescos Red Woods (Palo Rojo o sequoyas costeras) se encontrará con carteles que avisan de la presencia de un insecto parásito y chupador de sangre de mamíferos: las garrapatas. Pocos de los visitantes saben que los carteles que advierten en inglés de los peligros que afrontan al perderse entre los gigantescos árboles: “Warning: Beware of Ticks”  ya están implícitos en el topónimo: Garrapata Creek.

Foto por Rachel Sandwick: Ver original.