Simony es mucho más que un disco, es la música como redención, la reconciliación con una manera de entender la vida. La elección del título del disco de debut de O’Hara & The Southfish no es fruto del azar, no es aleatorio. Simony (simonía, en español) es un término que significa comprar o vender dones espirituales, equivale a algo parecido a comprar tu salvación. Y eso es lo que hace John O’Hara con estas nueve canciones, aportar a modo de ofrenda al dios de la música una especie de tríbuto sacrílego en un intento por salvar su alma musical. Artista multidisciplinar, polifacético e influenciado por su origen irlandés-ecuatoriano y sus 15 años de residencia en Canarias, O’Hara presenta un álbum lleno de canciones íntimas, personales y casi autobiográficas, musicalmente aferradas al folk y el pop, al indie y el country.

O'Hara and The Southfish

La historia de este proyecto nace justo en el momento en el que por accidente, muere la de Chef O’Hara, su banda anterior, hace ya más de tres años. Después de doce meses de trabajo preparando el que sería el lanzamiento del primer disco de Chef O’Hara, unos desaprensivos ladrones se llevaron del estudio de Barcelona en el que se finalizaba el proceso de mezclas y masterización, todo el equipo de sonido, los masters, las copias de seguridad y el disco. Todo el trabajo se había perdido y con él se fue toda la ilusión que había volcado su cocinero y mucha gente que había participado en aquel festín. O’Hara descendió a los infiernos, abandonó la música y pasó su particular travesía del desierto. Y así pasó más de un año y medio sin tocar la guitarra, sin pensar en la música, sin querer saber nada de nada, “estaba seco”, proclama. “Cuando volví a pillar la guitarra lo hice sin ninguna otra intención que tocar en el sofá de casa con mi acústica”.

Y así, casi sin querer, comenzaron a fluir de nuevo letras y melodías, y a surgir canciones escritas en un nuevo lenguaje. Y como una cosa siempre lleva a la otra, de repente, la guitarra y la voz encontraron banda y como no podía ser de otra manera, empezaron los conciertos. Hasta que llegó la hora de enfrentarse a los fantasmas, el momento de grabar un disco. El camino desde el sofá al estudio propició que los temas mantuvieran un toque acústico. Y también que la grabación se llevara a cabo sin estrés, sin agobios, sin exigencias o presiones externas, lo que permitió que sus intérpretes disfrutaran de cada momento de la preparación y de la grabación del disco. La banda la forman amigos, gente con la que John ha compartido mucho más que acordes y ensayos. “Es lo más maravilloso que me pudo pasar después de regresar a componer y tocar en mi sofá. A Masaki, el bajista, lo conozco de mi infancia en Ecuador, desde que tenía tres años; a Tito el guitarra y Ale, el pianista, de cuando vivía en Las Palmas hace casi 15 años; Manu, el batería, es mi compañero de batallas desde hace tiempo… Toco con los colegas con los que salgo a cenar, con los que tomo cervezas, con los que quedo para divertirme, y eso hace que cuando estemos juntos la energía sea increíble”.

O’Hara hace que su peculiar revisión del folk se convierta en universal junto a músicos provenientes de Japón, Venezuela, Ecuador y España. Canciones crudas, con clara influencia irlandesa y americana, capaces de ofrecer un directo que te transporta directamente a algún garito dublinés o de Wisconsin.

Simony expone todo ese proceso, el que le aleja de la música y el que le devuelve a ella. Refleja ese mundo ambiguo, de confrontación real; pero también describe la lucha interna, la espiritual. Esa dualidad entre la fe y el paganismo, “algo que no es nuevo en mi vida. Mi padre era un sacerdote y misionero irlandés que terminó enamorándose en Ecuador y dejando la iglesia por mi madre. He crecido influenciado por su profunda fe y al mismo tiempo por el rechazo a la institución, una ambigüedad continua. Él me animó a buscar mi propia fe, algo que todavía no termino de encontrar. No soy religioso, pero sí soy espiritual y creo en el bien y en el amor, y en que el bien que entregas viene de vuelta. Todas estas dudas, esta continua búsqueda, es esa pescadilla que se muerde la cola”, la misma que aparece en la portada del disco.

Como anécdota curiosa e ilustrativa de esta manera de entender la vida, cuenta John que cuando escribió el tema Payback Gospel lo hizo pensando en grabarlo con un coro de gospel. “Se lo envié a dos y ambos me rechazaron la canción. Uno me dijo: ‘tu eres un ateo, y el gospel es un canto a Dios…, no podemos grabar tu canción’. Definitivamente no se enteraron de nada y no entendieron de que va la el tema. El segundo coro fue más elegante y su director simplemente me dijo que ellos eran un coro religioso, que solo cantaban canciones religiosas… Y ahí lo dejaron. Me quedé con las ganas, pero no descarto grabarlo pronto con un coro que entienda un poquito más las ironías de la vida”.

La intención de O’Hara & The Southfish es tocar y tocar y tocar. La flexibilidad de las canciones permite que su directo mute en trío, dúo, cuarteto e incluso solo con la guitarra.

 

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