Los Cuentos de Bob_Oliver Behrmann

Ilustración por Oliver Behrmann

Lunes, 4 de noviembre 2013

Sueño Nr. 9 (06:50 – 06:55)

Mi habitación en Berlin:

Me despierto en mi habitación a pocos minutos de que suene la alarma de las 07:00 h. Ya ha amanecido, pero el cielo está otro día más encapotado y gris, por lo que mi cuarto sigue en penumbra. Me dispongo a apuntar el último sueño: una fantasía de ciencia-ficción, en cuyo final la nave-crucero de la película «El quinto Elemento» huía hacia la Tierra perseguida por la policía y se refugiaba entre los rascacielos del Nueva York del año 2300. Entonces, algo negro se baja de la nave, escondiéndose entre la niebla y dejando paso a un final abierto para algún futuro sueño. Me apresuro a coger el lápiz y mi diario onírico de debajo de la almohada, cuando noto que no estoy solo. El colchón de mi sofá-cama se hunde con las silenciosas pero fuertes pisadas de algo que anda a cuatro patas. Giro la cabeza mientras se acerca para tener un primer contacto visual: es una pantera.

Me queda claro que en realidad no me he despertado; entré directamente del último sueño a este otro nuevo. La criatura no identificada que desapareció entre la niebla neoyorquina no era un alien, como suponía, sino la bestia negra que ahora tenía sentada sobre mi vientre.

– «Vamos a hablar en un idioma que sólo hablan dos personas», me dijo con voz ronca sin apartar de mí su mirada. Comprendí enseguida que era una amenaza. El sueño se había convertido en una pesadilla, la primera que tenía desde hacía meses.

Monstruito rosa_Oliver Behrmann

Monstruo rosa vomitador del arco iris.              Oliver Behrmann

Si bien la aparición de monstruos o bestias dentro de mis sueños era algo habitual, solían ser pacíficos conmigo. En la mayoría de los casos solo eran monstruitos divertidos y fantasmas juguetones que pululaban por escenarios más bizarros que tenebrosos. Como el monstruo rosa vomitador del arco iris, un peluche animado que provocaba curiosos sonidos gargajeantes cada vez que devolvía sus coloridos líquidos estomacales y satinados tropezones sobre la acera. En realidad, me hacia sonreír, recordándome a los personajes de los cromos que coleccionaba de niño, aquellos de la Familia Basura.

Pero esta vez iba en serio. El felino empezó a hablar en ese extraño idioma. Yo no le comprendía. Dijo otra frase, que yo tampoco entendía. Enfadado, comenzó a agitar la cabeza mientras pronunciaba más palabras en aquella lengua críptica. Entonces se transforma en lo que realmente es: en un súcubo, el más clásico entre todos los demonios nocturnos. Un ser pequeño, oscuro y desnudo que me aprisiona el abdomen con su peso y disfruta mientras me tortura. Sus manos son todavía pezuñas de pantera y las afiladas garras raspan la piel de mi garganta haciendo brotar las primeras gotas de sangre. El súcubo se inclina más aún hacia mi cuerpo inmóvil, postrado en la cama. Veo que sostiene una daga. La va acercando lentamente a uno de mis ojos, con la firme intención de atravesarlo y proseguir hundiendo el frío metal de su filo en mi cerebro. A pocos milímetros de algo parecido a la famosa escena de «Un perro andaluz» le grito:

– «¡Mierda! ¿Este va a ser hoy, mi último sueño?».

No tenía demasiada curiosidad por sentir el dolor que produce un limpio corte en la córnea, atravesando todo el globo ocular con el consiguiente derrame del cuerpo vítreo, seccionando el nervio óptico y perforando un afilado corredor a través de la esponjosa masa que conforma ese montón de neuronas al que llamamos cerebro, el principal culpable del lío en el que ahora estaba metido.

Por suerte, tengo un truco para despertarme cuando quiera. Y esta era, desde luego, una de esas situaciones de absoluta emergencia que requerían aplicarlo. Cerré los ojos dentro de la pesadilla para llegar a un estado de máxima conciencia. Hice fuerza con todo mi ser, tratando así de escapar por unos segundos de la trampa mental en la que me retenía mi subconsciente. A veces, tal empuje te da la sensación de abandonar incluso tu propio cuerpo, cayendo de vuelta al colchón como un pesado ladrillo sobre un montón de arena.

Abrí los ojos de golpe y me desperté. La habitación seguía en penumbra, pero sin rastros de súcubos ni de panteras. Era un mal sueño para empezar un lunes, el peor. Hubiese preferido entrar en la nueva semana de alguna otra forma. Por ejemplo, con una suave transición hacia la realidad, mientras me fundo en un tierno abrazo de despedida con una habitante onírica. O incluso algo más erótico, para subir el ánimo por la mañana. Me hubiese conformado también con un buen baño en la playa, o en pasear un soleado domingo por las calles vacías de Santa Cruz. Me apetecía bajar en monopatín toda la Rambla, tomar un bocadillo de pollo en el Imperial, o simplemente ver vomitar de amanecida al monstruito rosa en la parada del tranvía.

Y mientras seguía, todavía medio adormecido, pensando en tetas, salitre, poliuretano, bocatas y peluche, suena el despertador; me tengo que levantar en la fría realidad. Aquella en donde la interminable lluvia del otoño ya ha lavado la sonrisa de la cara a la mayoría de los berlineses. La de trabajar duro entre polvo y escombros para poder comer y llegar a fin de mes; la de lo cotidiano.

 

 

Sobre esta sección:

Oliver Behrmann (Santa Cruz de Tenerife, 1973) escribe e ilustra su diario onírico en la  página de Facebook «Los Cuentos de Bob». En sus sueños, la mayoría de ellos lúcidos, confluyen personajes, lugares e historias, localizadas tanto en Tenerife como en Berlín. En ellos se producen momentos absurdamente surrealistas y una metamorfosis constante entre lo real y su mundo de fantasía. Bob es el tabernero de sus sueños, una personificación del subconsciente con el que a veces se comunica, y el verdadero autor de unos cuentos que suceden noche tras noche en un mundo paralelo.

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