Cuando Charles Dickens publicó su célebre Cuento de Navidad (1843), lejos estaba de imaginarse que habría un ser humano tan Ebenezer Scrooge como quien esta crónica escribe: “que son tiempos para la solidaridad”, «¡bah, paparruchas! La solidaridad debe practicarse todo el año», respondo; “que son días para estar en familia”, «¡Paparruchas! ¿Y el resto del año?», insisto; que la Nochebuena y su patatín, que la Nochevieja y su patatán, que los Reyes… «paparruchas, paparruchas y más paparruchas», expelo. Y así, toda una retahíla de paparruchadas sobre las que ya di alguna cuenta en “La circunferencia” de mi Moiras Chacaritas (Anroart Ediciones, 2010).

Mas desde las navidades de 2012, algo ha cambiado. Algún espíritu del pasado, no del mío expresamente, sino de un pasado más colectivo y envolvente, debió venir a visitarme entonces para atarme a estas fechas con los lazos dorados de un proyecto tan apasionante como complejo y enriquecedor: la Obra Esencial Francisco Brito Báez. El 27 de diciembre de 2012 nació para el mundo el primer tomo; un año después, hace unos días, el tercero…

En las mentadas navidades de 2012, además, me visitó el espíritu del presente, convertido para la ocasión en Orquesta Sinfónica de Las Palmas. Su concierto popular en el Auditorio Alfredo Kraus, celebrado el 30 de diciembre, dirigido por Rafael Sánchez Araña y contando como solistas con Judith Pezoa (soprano), Laura Sánchez Hernández (clarinete) y Rubén Sánchez Araña (violín), fue tan hermoso y entrañable que salí «tocado» de la sala sinfónica. Mi embeleso se transformó días más tarde en alegría cuando supe que habría un segundo concierto popular para las navidades de 2013. Por primera vez en mi vida, hice una marca en mi calendario navideño y fijé un propósito en mi corazón para esas fechas: no faltar, por supuesto; pasase lo que pasase. Y cumplí con mi cordial determinación: estuve el sábado 28 de diciembre, a las 19.00 horas, en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria, donde se celebró el II Concierto popular de Año Nuevo de la Orquesta Sinfónica de Las Palmas.

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Lo primero que me llamó la atención fue el público, la ingente cantidad de espectadores que acudieron a un evento que, situado en las fechas donde se ubica, muy bien podría haber movido al más vil interés mercantil por parte de la organización. Pero ello no sucedió y es aquí donde me da un toque ese espíritu del presente. La Orquesta Sinfónica de Las Palmas está infrautilizada y es una lástima (en realidad, permíteme la expresión, por favor, es una putada) que así sea, pues está compuesta por un conjunto de músicos de primerísimo nivel que, por motivos que omitiré ahora (porque esta debe ser una crónica amable, pues así me siento tras el concierto), no tienen la continuidad como agrupación musical que se merecen.

Donde cualquier tiburón, atento a las fechas, hubiese aprovechado la oportunidad para poner precios elevados y, entre otras cuestiones, contribuir a que las finanzas de la sinfónica den para algún que otro concierto, la orquesta decide que lo importante es llevar la música al pueblo, facilitar el que las familias y, sobre todo, los jóvenes, quienes, en muchos casos, no han pisado nunca el auditorio, puedan disfrutar de la música, de ese regalo que los dioses han dado a los hombres para que reine en ellos la cordialidad.

Y eso es lo que este humilde cronista vio cuando, girando 360º, observa que todas las butacas están repletas de familias, niños, adolescentes, jóvenes… que miran extasiados la sala sinfónica, el escenario, la altura de los techos y, sobre todo, a otros espectadores, cautivados todos por el magnífico entorno del auditorio y por la emoción de que van a presenciar algo que, hasta ese momento, solo han podido ver por televisión.

Sí, mi dilecto lector, he ahí una muestra del espíritu navideño que me ha hecho claudicar en parte de mi natural acritud hacia las fiestas. Pero no es ahí donde debe acabar el valor del evento: el que sea popular, económico y adecuado para las fechas no son más que circunstancias que ayudan a la convocatoria, pero no son la convocatoria en sí. ¿Y si los músicos fuesen tan malos que se hiciese buena la expresión de que «lo barato sale caro»? ¿Y si el concierto fuese tan aburrido que las propias ovejas no tuviesen nada mejor que hacer que echarse a dormir?

Complicado reto, sin duda, es el de entretener a un público no especializado, a unos espectadores que, por lo general, no suelen tener entre sus gustos la música clásica. Aquí es donde entra la labor de la orquesta en la ejecución de las piezas y, sobre todo, en la selección y conducción del acto, del director.

La dirección del concierto, por segunda vez, está a cargo de Rafael Sánchez Araña. Lo celebro al principio y, al final del concierto, me descubro ante él. Estamos ante un inmenso director al que, sin duda alguna, le esperan en el camino grandiosos retos musicales que sacará adelante con el enorme talento que posee, con su capacidad de sacrificio fuera de lo común y, lo que es más importante, con sus más que demostradas actitudes de generosidad en el acometimiento de tareas, liderazgo en la coordinación de colectivos y pedagogía en todo su quehacer musical.

¿Pedagogía? Sí, pedagogía. El concierto popular del sábado 28 fue, ante todo, un hermoso ejercicio de pedagogía que sirvió para que los más jóvenes entrasen con amor en la música; y para que aquellos que ya habían entrado viesen reforzado el paso dado. Qué gran homenaje al tristemente desaparecido Fernando Argenta. No me cabe la menor duda de que en este segundo concierto que nos ocupa estuvo presente el espíritu de este extraordinario pedagogo musical.

Se escogió un repertorio musical que, en líneas generales, a pesar de ser bastante conocido, poseía un encanto particular en su ejecución, pues fue resolutivo: no se enmarañó con variantes que desviasen las piezas de la melodía base, esa que uno termina tarareando cuando termina el concierto; ni procuró virtuosismos innecesarios… Al contrario, los contenidos musicales permitieron que el desarrollo de cada tema fuera diáfano y el final bien construido, de manera que el público, al concluir cada ejecución, sintiese como una catarsis que le impulsaba a aplaudir con verdadera felicidad por lo oído.

¡Qué gran concierto, repito! Durante cerca de dos horas, la obertura a El barón gitano de Strauss hijo, la farándula de La arlesiana de Bizet, la danza rusa de El cascanueces de Tchaikovski, las piezas más sobresalientes del Peer Gynt de Grieg («La mañana» y «En la gruta del rey de la montaña»), el júbilo o “réjouissance” de la Música para los reales fuegos de artificio de Händel, la obertura de El murciélago y el «Danubio azul» de Strauss hijo, entre otras célebres piezas, hicieron las delicias de una concurrencia que desde el minuto uno ya había sucumbido a la magia del acto.

Sublimes fueron los momentos con los solistas. A la maravillosa Estefanía Perdomo ya la conocía y no me cogió de sorpresa el bello «Chi il bel sogno di Doretta» de la ópera La Rondine de Puccini que nos ofreció y que tanto júbilo produjo en los espectadores. En cambio, desconocía al tenor Airam Hernández, quien cantó el aria «La donna è mobile» de la ópera Rigoletto de Verdi y que me dejó, literalmente, boquiabierto. Madre del Amor Hermoso, grandiosa interpretación y qué arrobadora voz la de este joven que recibió de Barcelona lo que Canarias no ha sabido darle ni reconocerle. ¿Cómo es posible que alguien con esa voz que tanto me evoca a la de Alfredo Kraus no haya tenido hueco en nuestra tierra?

Estefanía y Airam nos regalaron otras dos fabulosas intervenciones al final del programa: «Noche de Paz», en un arreglo magistral de Rafael Sánchez Araña, y el brindis de La Traviata de Verdi.

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Del tercer solista, Juan Pablo Alemán, violonchelista, tenía alguna noción por formar parte del cuarteto Particella que el pasado 19 de diciembre realizó en el Teatro Guiniguada un concierto bajo la denominación «Un vals por Navidad». Aunque siempre he dicho que el sonido del chelo, sea cual sea la pieza que suene, es cautivador per se, lo cierto es que Alemán puso en escena un «Vocalise» de Rachmaninoff tan embriagador que cientos de suspiros aturdieron el corazón emocionado de cuantos lo oímos.

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Aunque fuera de la explicitud del programa de mano, hubo un cuarto solista que, quizás por mi natural predisposición hacia la pieza, debo nombrar: el solo del concertino Rubén Sánchez Araña en el divino arreglo de los Cantos canarios de Teobaldo Power que puso la orquesta en escena. No fue un solo enmarcado, aquel que se percibe de manera clara, sino que, en el conjunto de la ejecución, adquirió una prestancia que no pasó inadvertida.

El final del concierto fue de traca: el público entregado absolutamente a los músicos; y estos, regalando al público una tradicional «Marcha Radetzky» de Strauss padre y el conocido como «can-can» de Orfeo en los infiernos de Offenbach que terminaron por testimoniar que este excelente concierto popular, cimentado sobre los pilares de una magnánima filantropía, no tiene nada que envidiar en calidad musical al elitista que cada 1 de enero se celebra en el Musikverein de Viena.

Por eso y porque uno no es habitual en los menesteres de reseñar conciertos, quisiera aprovechar la ocasión para salirme del canon que el género periodístico suele adoptar y dar las gracias a la Orquesta Sinfónica de Las Palmas por el regalo tan hermoso con el que ayer honraron a cuantos gozamos de su II Concierto popular de Año Nuevo. Quiero empezar por dar las gracias, muchas gracias, a su flamante director, Rafael Sánchez Araña; y, con él a todos los músicos, pues todos y cada uno de ellos se merecen todos mis parabienes:

En el sólido grupo de las cuerdas, tenemos, en los violines primeros, al conjunto compuesto por: Rubén Sánchez Araña, Néstor Henríquez Domínguez, Alejandro Piñeiro Pérez, Anna Kucherenko, Juan Manuel Díaz Rivero, Patricia García Marián, Vanesa Gherman Abacioaie, Ismel Leal Pichs y Carlos Parra Viejo; en los violines segundos: José Manuel Brito López, Giovanni Déniz Betancort, Pablo Melián Pérez, Teresa Pérez Suárez, Eva Cabrera Martín y Laura Brito Cabrera; en las violas: Elena Bardilovskaya, Carlos Campos Medina, Marta Pérez López, Ayoze García Estévez y Lara Cabrera Campelo; en los violonchelos: Juan Pablo Alemán Delgado, Tomás Tytlak Grajewsky, Pablo Henríquez, Dávide Paiser y Tania Cantallops Ortega; y, por último, en los contrabajos: Ivanoff Rodríguez Pérez, Leandro Ojeda Santana y Samantha de León Hernández. A todos, muchísimas gracias.

En los instrumentos de viento, cabe citar, en las flautas, a: Sarabel Delgado Vega y Carmen Pino Ojeda Masías; en los oboes: Gustavo Montesdeoca Benítez y José Ma Manrique de Lara Millares; en los clarinetes: Saulo Guerra Marrero y Laksmi Camacho Cano; en los fagotes: Juan Travieso González y José Vicente Guerra Navarro; en las trompas: Rubén Guerrero Ortiz, Alicia Sánchez Hernández, Leonardo Pérez Alonso y Abimael Ojeda Santana; en las trompetas: Javier Rodríguez Mendoza y Óscar Torres Fernández; y en los trombones: Javier González Artiles y Paulo Díaz Cruz. A todos, nuevamente, muchísimas gracias.

Y, cómo no, muchísimas gracias más para el grupo de percusión: Lincoln Barceló Benedicto, Amelia Gutiérrez Cano y Adex Alonso García; y para la arpista: Catrin Williams.

Este agradecimiento quedaría manco si omitiese la magnífica labor externa realizada por los auxiliares Isaac Fernández Moro y Víctor Fernández Moro; el extraordinario trabajo de comunicación hecho por Héctor Muñoz García; y, por supuesto, la inquebrantable fe en el grupo de músicos y las complejas gestiones que ha tenido que llevar a cabo el presidente de la Orquesta Sinfónica de Las Palmas, Antonio Melián Betancort, para que el segundo concierto fuera una realidad. A él debemos agradecer, además, el esfuerzo que realiza para que sobreviva uno de los patrimonios culturales más viejos de Canarias, como es el que representa la citada orquesta.

El espíritu del futuro me ha visitado también en forma de deseo: que haya un tercer concierto popular. Por eso, en la última semana de 2014, he anotado y rodeado en rojo el apunte: «¿III Concierto popular de Año Nuevo?«. Espero, en breve, quitar los signos de interrogación…

Adenda: lo espero tanto como deseo que el esperado tercero sea tan maravilloso como ha sido el segundo; y como quisiera, pido y, en la medida de mis fuerzas, exijo (hay que estar tanto para lo bueno como para lo malo) que se corrija algo que en el concierto del día 28 de diciembre, el que nos ocupa, se dio y que me parece intolerable, por muy del pueblo que sea el evento: el que los músicos tengan que esperar antes de la segunda y tercera pieza a que se sienten en sus butacas los rezagados. ¡Ah, qué falta de respeto por parte de la organización del auditorio hacia el público y, sobre todo, hacia los músicos! ¿Doble vara de medir? Sinceramente, esto pensé, pues en otros eventos que se etiquetan como «deluxe» se prohíbe el acceso a la sala sinfónica una vez comenzado el concierto. Si siempre es así, ¿por qué una excepción en este acto? ¿Porque es popular? ¿Porque quienes asisten jamás podremos aspirar a estar en el Musikverein vienés? ¿Acaso no merece ese heterogéneo pueblo sentado en las butacas y en el escenario el mismo respeto y consideración que los homogéneos abonados y los usuarios habituales de la escena?