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Siempre me ha fascinado el mundo de la comunicación. Conocer gente nueva, interesante e indagar en la naturaleza humana: sus penas, alegrías, miedos, necesidades, costumbres, ideologías, creencias, culturas y actitudes. Las personas que más me han sorprendido y motivado en la vida, han sido aquellas que en situaciones difíciles y adversas, han sabido mantener el tipo de una forma admirable: casi siempre, con ese buen sentido del humor que les caracterizan.

Mi primo Juan y yo un buen día, hablamos sobre la idea de hacer un viaje. Tanto él como yo necesitábamos unos días de descanso, fuera de la rutina diaria de nuestros trabajos y responsabilidades. Con la ilusión de la aventura en nuestros rostros, un libro guía del país que ojeamos por encima y las maletas en mano, dos semanas después (aprovechando una invitación pendiente de mi amigo Alex) nos encontrábamos subiendo a un avión, con rumbo a Irlanda: un país maravilloso de gente trabajadora, solidaria, alegre y con una gran tradición cultural.  El inicio de la aventura aérea fue bastante movidito. Los constantes saltos bruscos y turbulentos, encogían nuestros estómagos, estiraba rígidamente nuestros cuerpos mientras  apretábamos con fuerza los brazos del sillón y doblábamos con los pies el pedal situado  bajo el asiento delantero.

–        ¡A ver si ahora esto se va a ir abajo!  Dijo Juan mirándome  algo preocupado.

Con intención de robarle importancia al incidente, si bien contagiado por el mismo, de mi archivo de las sonrisas saco rápidamente la mejor posible, la cual, para mi pesar, resultó ser uno de esos extraños tics nerviosos (guardado en el archivo erróneo) que avecinaba tormenta lingüística.

–     Como era de esperar los truenos sonaron… ¡Si eso ocurre Juan, no podre asistir a tu funeral!

¡Tierra trágame! ¿Por qué habré dicho lo que no quería decir? Poco después, las fatídicas turbulencias cesaron y mi humor negro poco agraciado quedó en un segundo plano. Si bien fue un incidente pasajero, mis palabras estuvieron dando vuelta alrededor de mi acalorada cabeza, como una nube tediosa que buscaba sin éxito refrescar mi lengua seca.

Gracias a Dios, después de disfrutar unos días visitando algunos lugares de interés en Dublín,  mi amigo Alex nos invito a visitar su madre: Una extraordinaria mujer de 94 años llena de sabiduría y mucho más. Motivo este último “mucho más”  de añadida alegría e interés  para mí. Sabía por visitas anteriores, que estar a su lado, aunque solo fuera por unos minutos, iba a ser como una brisa de verano en un día caluroso.

Alex, Juan y yo, después de atravesar kilómetros de maravillosa campaña, haciendo las pequeñas paradas obligatorias para disfrutar de los verdes paisajes e inmortalizarlos con nuestras máquinas de fotos, llegamos a nuestro destino: una pequeña granja Irlandesa aislada en un valle hermoso.

La hermana de Alex, su cuñado y su madre nos esperaban en un pequeño salón comedor: la acostumbrada bienvenida irlandesa del té y las galletas aguardaban en la mesa. Me alegré mucho de volver a verles y sabiendo que no teníamos mucho tiempo, (unos escasos 20-30 minutos) aproveché para sentarme al lado de la madre de Alex y comenzar con nuestra pequeña charla. Mientras hablábamos, nos dábamos pequeños codazos al bello y recíproco ritmo de cómplices risas. Cuando más a gusto estábamos, la magia de nuestra conversación fue rota por el sonido de otras palabras.

–        Guillermo, tenemos que irnos. ¡Se nos hace tarde!

–        ¡De acuerdo Alex!

Miro a los ojos de la madre de Alex con una sonrisa (esta vez de las más agradecidas) y le digo:

–        Bueno, ¡hasta la próxima vez!

Después de inclinarme y besarle la piel fina de sus admirables mejillas, ella con la naturalidad y sencillez que le caracteriza, me mira fijamente a los ojos, me inspecciona seria, lenta y detalladamente de arriba abajo con su mirada inofensiva de Rayos X y me responde:

–        Sí, se te ve muy bien.  ¡Yo creo que sí!

Unos segundos después, el silencio sobrio-teatral de su mirada cobró voz, con ese sonido sano y prodigioso que obra maravillas en el ser humano. En ese momento, su contagioso eco reconfortante y agraciado retumbó en mis oídos, desplazando la nube oscura que había rondado días atrás en mi cabeza y con ella, el malestar de su recuerdo…  ¡Cómo envidio su buen sentido de humor!

 

“Sentido de humor es la habilidad para saber cómo nos encontramos”
“El buen amor es el que destila el buen humor” (Fidel Delgado)

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