Ciudadano Yago

Magistral lección de arte dramático es la impartida el pasado sábado, 22 de febrero, en el Teatro Guimerá de la capital tinerfeña de la mano de un majestuoso Miguel Ángel Maciel, de la compañía Teatro La República, quien condujo, como solo los muy grandes saben hacerlo, un texto (Ciudadano Yago de Nacho Cabrera) que, en sí mismo, es todo un reto para cualquier actor que se precie o que busque ser apreciado, pues no estamos precisamente ante un texto sencillo desde el punto de vista técnico: sobre la base de un monólogo se producen numerosos desdoblamientos de personajes procedentes del Otelo shakesperiano que configuran los diálogos y, en según qué momentos, las acotaciones, más propias en ocasiones de la narración que del estilo directo teatral.

A la admirable por su belleza complejidad del texto (créanme, es increíble lo que Nacho ha compuesto) y a la memorable intervención de Maciel, cautivadora y merecedora, si hubiera justicia, de un Max, un Molière, un Olivier o un Tony, o los cuatro premios a la vez, hay que sumarle la presencia simbólica de un álter ego del protagonista, quien troca las palabras por la música, lo que se traduce en una suerte de cohesión que permite consolidar la secuencia principal de la representación: Yago frente al tribunal del tiempo, como se apunta en la inminente edición en formato libro de la obra teatral.

Este otro yo es el papel que, con igual maestría, desarrolla Rubén Sánchez Araña. A pesar de que el eje central de la obra recae sobre el extenso monólogo de Maciel, lo cierto es que la misión de Sánchez Araña no es baladí en la pieza representada, pues sus palabras-musicales y su situación en el escenario, tan próxima en los movimientos y en los referidos desdoblamientos, convierten en esencial su participación en el desarrollo de la trama. No es la suya una música de compañía para crear ambiente; no, ni mucho menos. La música de Rubén son las palabras de Maciel: estas no pueden convivir en el progreso del argumento teatral sin la otra. Ambos despolarizan el desarrollo discursivo para que se equilibre, para que surja la connotación simbólica de que las dos entidades actorales son necesarias para que el sentido de justicia que persigue el texto de Nacho se consolide. La dualidad representada por la balanza de la justicia (culpable vs inocente) es la que se construye con la presencia de estos dos metafóricos platillos que penden de un propósito: que los asistentes, las señorías de la historia, se pronuncien definitivamente en el juicio al que Yago debe ser sometido, cuando termine el acto y gracias a que ha sido escuchado.

El trabajo impecable sobre el escenario es el resultado del enorme talento de los dos actores y, como no puede ser de otro modo, del extraordinario trabajo realizado por el equipo técnico, con Nacho Cabrera a la cabeza, en la dirección, y (dejo al margen a muchos otros nombres que, sin duda, se me quedan en el tintero de mi teclado: escenógrafo, iluminación, transporte…) con la gran labor logística realizada por Héctor Muñoz. Este, Nacho, Miguel Ángel y Melisa Espino (responsable del área pedagógica del grupo teatral) constituyen el núcleo de Teatro La República, la compañía responsable de que Ciudadano Yago se haya convertido en una de las mejores producciones teatrales hechas durante el último año en toda España. (Pregunto: ¿Algún gestor cultural político de Canarias sabe esto?).

En julio de 2013 se estrenó Ciudadano Yago, y aunque hasta ahora no ha tenido el número de representaciones que se merece, lo cierto es que su puesta en escena ha cautivado a cuantos han visto la obra, un público que huye de lo inmensamente cómodo para someterse al placer de lo intensamente conflictivo, tanto en lo retórico como en lo social. Quienes han visto la obra no pertenecen al cupo de los candorosos, como tampoco son miembros de esta “cofradía” los que han profundizado en el sentido del Otelo de Shakespeare (1604). He ahí una clave de lo que el espectador puede esperar de esta pieza de Nacho Cabrera: nada es ingenuo ni superficial, nada es travieso o propio de almas revoltosillas, nada es ñoño; al contrario, todo es fuerza en el texto, vigor, transgresión, ruptura, subversión, pero siempre desde un orden, siempre desde una coordenada perfectamente trazada y que me permite aventurar que este Ciudadano… que me ocupa es el que hubiese escrito el mismo genio de Stratford-upon-Avon si viviese en nuestros días.

Esta precisa y perfecta segunda parte de Otelo se aprecia más cuando se tiene muy presente el texto de Shakespeare. Si nos quedásemos exclusivamente con la propuesta de Ciudadano Yago, la experiencia teatral sería en sí misma grandiosa, como lo es la audición de El anillo de los nibelungos de Wagner dejando de lado el tema mitológico germánico; mas cuando el texto de Nacho sigue al conocimiento y la presencia constante del que compuso el autor de Romeo y Julieta, la referida experiencia se muestra sublime, inevitablemente catártica.

Nacho ha tomado un gajo del árbol “oteliano” y lo ha plantado en nuestro siglo actualizando la clave de su razón de ser: en el siglo XVII, el honor y su posible pérdida conllevaban los celos y sus consecuencias; en el siglo XXI, los prejuicios -un problema de comunicación- traen consigo a su vez la necesidad de que se disipen con la justicia.

Así es, mi dilecto lector, el Ciudadano Yago que gozó el público de Santa Cruz de Tenerife el pasado sábado 22 y, el día anterior, el público de Puerto de la Cruz; y este será el que, por fortuna, podrá nuevamente disfrutar el público grancanario los próximos días 21 y 22 de marzo en el palmense Teatro Guiniguada.

Ojalá que estas sesiones sirvan para consolidar en la conciencia del público la existencia de esta joya teatral, todo un reto intelectual y estético que bien merece la pena ser disfrutado, pues serán en ellas donde se ofrecerá al mundo para su inmortalidad la edición textual de la obra, que para entonces verá la luz como quinto título de la Biblioteca Canaria de Lecturas (Mercurio Editorial).

BCL Ciudadano Yago