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Tentación
por Sophie Lov

– ¿Qué soñabas en la infancia?
– Rara vez me acuerdo de mis sueños y si alguno tuve en aquella época, lo olvidé. ¿Tú te acuerdas de los tuyos?

– Casi siempre; cuando era niña tenía dos que se repetían mucho. Uno de ellos tiene lugar en una calle muy ancha, no veo casas, ni gente, ni coches, solo estamos yo, el asfalto, un cielo intenso y un árbol de infinitos anillos del que brotan cientos de brazos entrelazados, finos, cortos, gruesos, largos…, todos ellos poblados de multitud de pequeñas ramas verdes que me susurran canciones con un único estribillo: corre, corre rápido, solo tienes que correr deseándolo muy fuerte, lo conseguirás, corre pequeña, así que lo hago como nunca hasta entonces, piernas y brazos empujan acompasados a mi cuerpo con determinación y en un momento concreto, un clic, un instante mágico en el que pierdo la consciencia del peso de mi cuerpo, abro los brazos y me dispongo a volar con la impresión de que así había sido siempre, que simplemente lo había olvidado. Asciendo ligera oteando el horizonte en su búsqueda, antes de partir, quiero sentir a mis pelirrojos danzar al son de sus verdes.

– ¿Partir hacia dónde?
– No lo sé, solo era una sensación, si continuaba nunca lo recordé. Me encantaba tenerlo, era fantástico.

– Sí que lo es. Hay veces que me pregunto por qué yo no recuerdo los míos, porque dicen que soñar, soñamos siempre, pero no importa, te tengo a ti para que me cuentes los tuyos.
– Aunque esos los olvides, seguro que alguno tienes con los ojos abiertos. ¿Por qué no me confiesas uno de esos?

– Te aburriría infinitamente, por el contenido y porque no sabría contarlo tan bien como tú, soy lo que ves, no hay nada más.
– No es eso lo que yo veo, pero no voy a insistir si no quieres.

– Mejor no. ¿De qué va tu otro sueño?
– Es de noche y estoy dentro de una pastelería que no reconozco. Las paredes, las sillas, el suelo, las mesas, adivino que son blancos, la única luz proviene de los expositores que encierran numerosos dulces multicolores, unas vitrinas transparentes con pequeños agujeros les permiten respirar y a mí descubrir aromas alejados del cacao y la nata. Fragancias fruto del azahar provocan cosquilleos en mi nuca, esencias rojas salpicadas de verdes poros hacen que los míos se ericen, estimulantes pepitas moradas humedecen mi boca…, salivo envuelta por el vaho de pasiones desconcertantes, excitada ante las perturbaciones placenteras que me recorren. Intento acceder a ellos sin éxito, no encuentro la apertura y mi apetito se vuelve incontrolable, ¡ahí están!, tentándome, incitándome a hacerlos míos y yo apenas me alimento de su perfume, no es suficiente, me frustro, enfurezco y golpeo, golpeo, golpeo.

– ¡Curioso! Hace un tiempo le escuché uno similar a mi marido, aunque el de él era en una tienda de golosinas y se ponía hasta arriba. Si no tuviera un par de copas encima creo que me atrevería a darte mis conclusiones, que, por otro lado, parecen bastante obvias.
– A lo mejor el que tengas un par de copas encima te aporta más lucidez. Claro que puestas a analizar sueños, prefiero que lo hagas con uno que me lleva visitando últimamente. Ahora que te he contado los otros dos, me doy cuenta de que en el fondo tienen algo que ver entre sí.

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– Todos vienen del mismo lugar, o eso dicen, así que siento que tiene sentido lo que dices y si no lo tiene, tampoco importa, divago, estoy disfrutando mucho de tus pequeñas historias nocturnas y descubriendo rincones a los que hasta hoy no había entrado; pero tranquila, que no los usaré en tu contra, ni siquiera sé si mañana recordaré haberlos escuchado.

– En este celebro una fiesta en casa. Estoy de pie en la terraza con un mojito en la mano, de fondo suenan Los Temptations y mis ojos quedan atrapados en la figura que hay al otro lado del cristal, sé que sé quién es, pero no veo su rostro. Adivino su perfume de cítricos y siento cómo el bombeo de mi sangre se acelera, haciéndola correr a lugares antes reservados solo para ellos. Me siento llevada por impulsos que me desconciertan y me inmovilizan, mientras en mi mente se suceden aprisadas imágenes. Tomo su mano llevándola hasta mi cuarto. Mis dedos desabotonan su camisa. Me contempla dibujando una sonrisa nerviosa, rozando con sus dientes su labio inferior, libero sus pechos para que mi boca se sumerja en ellos, papilas exaltadas ante el torrente de nuevos sabores embriagan mi conciencia, respiro sus pezones y me aventuro en sus curvas, desnudándolas. Y es que no puedo resistirme a erosionar su piel con la mía, mis pechos contra los suyos, mis caderas apoyadas en las de ella, retozamos, navegamos sin rumbo conocido, siento que sus ojos me miran y abro los míos, la veo, nos zambullimos en un beso torrencial, húmedo, cálido, detonante atómico de una vorágine de emociones que me desabrochan deseos reprimidos.

– No sabía que te gustaban las mujeres.
– Yo tampoco, solo es un sueño, y en caso de que así fuera, es una en concreto la que ha tomado forma de tentación. Saber, además, que es algo imposible de que suceda, está estimulando a mi demonio y me está impidiendo descansar, contártelo, quizás, me ayude a ahuyentarlo un poco.

– Pues deberías contárselo a ella.
– Es una opción, pero temo que si lo hago la perderé para siempre.

– Y si no lo haces, serás tú quien seguirá perdida.
– Creo que todos lo estamos en cierta medida.

– Estoy contigo en eso, solo que hay una diferencia importante entre ser consciente de ello y no serlo y también en hacer algo al respecto cuando lo sabes o quedarte a la deriva.
– Ahora la que no sabe si recordará esta conversación mañana soy yo. Están empezando a flaquearme las piernas.

– No era mi intención, disculpa si te he molestado con mi psicología barata, es que es muy fácil hablar ebria y además, hacerlo desde la teoría.
– Tú nunca me molestas. ¿No te pica la curiosidad saber quién es?

– ¿Acaso la he visto alguna vez, la conozco?
– La conoces muy bien, pero la visión que tengo de ella es bastante diferente a la tuya. Es muy inteligente, aunque ella no lo cree; bondadosa hasta la médula, cariñosa, tendrías que verla con sus hijos, es una artista de las caricias, de las palabras precisas, de esas capaces de cicatrizar las heridas más profundas; divertida, generosa, con una sonrisa siempre lista para los demás, capaz de escucharte horas con atención; sexy, increíblemente sexy…

– Creo que te equivocas, más que nada porque solo tenemos conocidas en común y a ninguna la conozco tan bien para poder tener una visión tan amplia como la tuya.
– Puede que estés en lo cierto, tu visión no sería tan amplia, de hecho, ahora mismo está siendo bastante corta, tanto, que no te permite ver que es de ti de quien estoy hablando.

Miro hacia el fondo de la copa, el vino latiendo, espero un beso, una sacudida, un movimiento. Tal vez llegue, tal vez no, no sé si ya duermo, si sueño y si, en el sueño, puedo invocar de nuevo el principio de los besos.

 

Autor: Sophie Lov