Llorona  – Un relato de J.C. Bonilla

Detalles, siempre detalles.

Flores de temporada, besos volados, palabras rociadas con colonia en las que uno manda su amor, y que ha metido esperanzado en un sobre sellado con la lengua con cuidado para no cortarse. Esos detalles que flotan en la superficie como si fueran la espuma de una ola, que se inspiran por la nariz para llenar los pulmones de vida. Ésos que quieres guardar con la delicadeza con la que uno protegería una lágrima. Así, así era antes.

Detalles, esos detalles de los que hablaba mi madre:

“Encuentra un hombre bueno, no seas boba, que todavía quedan algunos”.

Y en la búsqueda, con los años y los años, llegó él.

Un hombre engalanado con los estudios que da una familia de dinero, porque su estirpe había ganado la fortuna fabricando monedas a la orilla del río, desde la época del abuelo de su abuelo. Un hombre guapo, de mandíbula ancha, labios con pulpa y sonrisa de dientes grandes. Un hombre con estilo, de camisas de botones adornadas a juego con gemelos y corbata, así de coqueto, y con las uñas y las manos delicadas, que, por el día, sabían mucho de trabajo para cerrar acuerdos a pluma, y que, por la noche, sabían otro tanto de cómo rasgar a una mujer con caricias de placer. Un hombre como pocos.

“Y, sí, madre, algunos quedaban para mi suerte”.

Poco decir de cómo nos casamos, poco decir de cómo tuvimos hijos en cada envite nocturno y de cómo los años volaban y se alejaban en cada otoño temiendo que el frío del invierno hiciera un témpano con nuestro amor.

Pero con los años también, no sé si lo saben, el sol se vuelve vago y la luz ilumina menos de frente. Los sentimientos siguen estando, no lo duden, pero también se acuestan cansados en el sofá. Y los nuevos detalles aparecen.

Porque uno empieza a buscar curioso debajo de la realidad, sólo un poco más, en los socavones del cariño y, si se hurga un poco, la espuma se sopla y se esparce, el aire se inhala y se expulsa lleno de partículas que no sirven para nada, y las lágrimas mueren saladas cuerpo a tierra. No te fijas siquiera pero algo toma forma cuando el hombre se hace añoso y menos cauto. Algo que ha estado siempre en algún lado, de soslayo, esperando todo este tiempo, mutando incrustado raíces adentro.

Empezaron siendo reflejos. Acabaron siendo una sombra, una sombra que hablaba.

Esta canalla siempre empezaba de la misma manera.

Te quiero más que a mi vida, llorona, decía. (1)

Todas esas palabras sonoras en la hueca noche que, a golpe de oído, te piensas que deberían estar contrapesadas para dar una textura de cariño en el piel a piel; ésas que llegan en susurros para arroparse en los brazos de alguien y que pueden ser el preludio para frotarse los pies entre las sábanas, para empezar más arriba el juego del cuerpo a cuerpo, pero que en su boca deshilachada de palabras, sólo eran el anticipo de una malvada tormenta, una donde el ambiente se cargaba de nubarrones de su sudor y del oleaje de mi sangre.

Te quiero más que a mi vida, llorona. ¿Qué más quieres? (1)

Y de aquella manera les digo se presentaba la tragedia, con todos sus dientes y toda su rabia. Sofocada, contenida en negro, alargada por el suelo y abrupta en las formas. Esa era su sombra. El mal, refinado en su educación, haciendo acto de presencia. Tan puro. Tan simple. Nada de palabras malsonantes en la habitación. Nada de una sílaba que se destape en un sonido mayor que despierte a los pequeños. Y sin embargo, de trago violento, se disfrazaba en alcohol mediante unos lingotazos que sólo eran una artimaña de defensa, que la hacían protegerse como un armadillo y que, como primera medida, cerraba unos puños tan fuerte que no les llegaba la sangre.

“Coge aire, llorona, te dolerá menos”.

Y el golpe llegaba con todo el puño cerrado. Izquierda y derecha. Arriba, nudillos contra costillas. Abajo, nudillos contra hígado. En el centro, todo el aire y el buche fuera. Cuatro, cinco, seis impactos más. Así de rápida era la sombra, asombrando toda la quietud de la estancia. Golpe por lágrima, golpes gratis, golpes de más.

Y cómo no llorar, amigos, cómo no salarse una la cara, cómo no sentirse apenada cuando siente que la sangre hace coágulos en los costados, que la dicha se ha vuelto desgracia.

Te quiero más que a mi vida, llorona. ¿Qué más quieres? ¿Quieres más? (1)

Después de esa última frase, por suerte de los por fines, la oscuridad mordía a la agotada sombra. Y luego, sin más, se iba y lo dejaba a él, al hombre que amaba, en la cama agotado, abrazándome, queriéndome más que nunca, y a mi retorcida a su lado en moratones, que iban ocupando mi cuerpo hasta su próxima visita, más pronto que temprano en la frecuencia según pasaban las lunas.

Así es la sombra. Así viene y así se va.

Y no les miento, ni una pizca de tanto, si les digo que vivo con el miedo de que un día la sombra me mate, porque por desgracia venga con un golpe de más en el saco. Pero, de momento, a duras penas aguanto mientras pienso todos los días en mi madre.

Detalles, siempre detalles.

Eran otros tiempos, madre, y no te culpo ni un ápice. Pero quiero que sepas, donde estés o seas el polvo que seas, que no necesito a ningún hombre para valerme, ni para sacar mi vida adelante. Yo misma tengo luz propia, soy capaz de soportar vendavales y tengo el coraje suficiente para separar de mi vida estas nubes algodonosas que me impiden ver el sol de la felicidad. He pasado mucho, pero este tiempo no ha sido en vano, ahora tengo un plan para acabar con esta maldita sombra.

 

FIN

Ilust_Lloron_Samuel

Ilustración: Samuel Hernández / El Asfalto es blando

 

Nota de los autores

  • A modo de palabras cuesta explicar la simpleza del proceso creativo. A veces es una imagen que te llega en un flash, otras tienes que desempolvar un recuerdo que había estado todo este tiempo lleno de polvo, muchas llanamente es una expresión que te llega y que enseguida pones en boca de algún personaje que te aparece a tu lado replicándote.
  • La inspiración de “Llorona” llega oyendo una canción de Manu Chao llamada “Tristeza” mediante una frase que se repite en varias ocasiones a lo largo del texto (1). Sería injusto no decirlo. Así que aquí está la verdad.
  • Esta historia es de principio a fin solo ficción. Samuel Hernández y yo condenamos la violencia de género en cualquiera de sus expresiones. Absolutamente todas. Consideremos (y creemos) que la palabra IGUALDAD es demasiado mayúscula, pesada y hermosa para ser solo una palabra.

 

Enlaces de interés:

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