Autor: José Brito

Si tuviésemos que mostrar el maná que durante años se ha cultivado gracias a una tradición musical centenaria a través de los instrumentos de viento en nuestra isla, este sería sin duda el nacimiento de una formación como la Gran Canaria Wind Orchestra, un proyecto que se presentó el pasado 15 de febrero en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria. Como no debía ser de otra manera, fue en un gran escenario como nuestro emblemático auditorio donde ha realizado su puesta de largo esta joven formación, avalada por una miríada de profesionales del mundo de la música en Canarias.

Afirma el humanista Eduardo Galeano que «nacer es una alegría que duele». Esta idea podría aplicarse una vez mas a nuestra realidad, pues resulta doloroso contemplar cómo una iniciativa que merece todas las atenciones institucionales posibles aflora en el panorama cultural de nuestras islas sin los apoyos deseados por parte de los organismos públicos, poseedores de una insultante insensibilidad o, en el mejor de los casos, atentos siempre al espíritu mercantil que se vislumbra en ellos cuando asisten a los eventos como observadores que están a la espera del ‘a ver qué pasa’, reaccionando solo cuando ya se han desarrollado las industrias creativas y los apoyos no resultan tan urgentes.

Lo que pude escuchar el pasado domingo fue el resultado de una siembra laboriosa, seria y apasionada que cultivaron nuestros abuelos y padres durante un largo período de tiempo en tantas bandas de música de nuestros pueblos y otras entidades académicas como el Conservatorio de Música Profesional y Superior, las noveles Escuelas de Música o la Federación Gran Canaria de Bandas de Música, núcleos imprescindibles para valorar la cultura de nuestro pueblo.

Detrás de este nuevo proyecto hay personas que sueñan y ponen su granito de arena para hacerlo realidad, veteranos que han creado escuela dentro de sus materias como el maestro Esteban Ponce, saxofonista de renombre y alma de la idea; Víctor Sosa, profesor de tuba y presidente de la Federación de Bandas de Gran Canaria; Erik Rodríguez, profesor de bombardino y director de la Banda Sinfónica Ciudad de Arucas; Obed García, profesor de trombón; David Hernández, profesor de percusión y miembro de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria; o Rubén Guerrero, profesor de trompa y director de la Escuela de Música de Gáldar.

Pero nada podría tener una consistencia tan sólida si los elementos integrantes no hubiesen sido elegidos con la mayor de las exigencias, solicitando de ellos el máximo nivel para que se garantice la excelencia interpretativa y, a la vez, se atienda al desarrollo de los nuevos músicos, que son el caldo adecuado para hacer de esta formación un organismo sostenible en el tiempo.

Tienen los elementos necesarios y fundamentales para trascender en su arte: «Las ganas de hacer música y buena gente», como afirmó el director invitado, José Pascual-Vilaplana. El medidor de la bondad humana es algo complejo de justificar, pero todos los presentes no dudamos un solo instante sobre el significado de las palabras del maestro. Sus componentes gozan de esa calidad humana que nos hace actuar sin la espera de compensaciones externas que envilecen nuestra acción; es decir, que a todos los componentes les motiva una esencia altruista. Pudimos disfrutar de una formación equilibrada que se nutre de la veteranía de grandes profesionales, como los citados anteriormente, además del magistral clarinetista Radovan Cavallin, que desempeña el rol de concertino; Sebastián Gil, referente en la escuela de la trompeta en Canarias y director de la Gran Canaria Big Band; José Vicente Araña, trompetista y jefe de estudios de la Escuela de Música de Agaete; Juan Ramón Martín, trompetista y vicedirector del Conservatorio Profesional de Música de Las Palmas; Sergio Alonso, pianista y director del Conservatorio Superior de Música de Canarias; Antonio Carmona, profesor de clarinete y ex-director del Conservatorio Profesional de Música de Las Palmas; el excelente fagotista Juan Domingo Travieso y un largo etcétera compuesto por una cantidad de profesionales de generaciones más jóvenes que, sin duda, ejercen un complemento perfecto al sonido de esta orquesta de vientos y percusión que pretende atender a repertorios que no son usuales en los escenarios de nuestras islas con las formaciones habituales.

Y así nos recibieron, con un programa chispeante que narraba el desarrollo de la escritura para esta formación desde finales del siglo diecinueve hasta nuestros días. Unas músicas seleccionadas con increíble acierto que hicieron de la jornada matinal una fiesta cromática de enorme atractivo, ofreciéndonos delicados y virtuosos solos que demostraron la calidad de sus solistas.

El maestro Pascual-Vilaplana demostró un dominio milimétrico del programa, con un gesto adecuado para cada una de las composiciones, con una claridad excepcional en su quehacer y una expresividad tal que hacía del conjunto un espejo perfecto. Su elaborado arte en la técnica de la dirección se pudo apreciar durante todo el concierto, sobre todo en algunas composiciones como las ‘Bulgarian Dances’ del compositor suizo Franco Cesarini o la ‘Tercera Suite para Banda’ del maestro colombiano Victoriano Valencia, que le hicieron mostrar todas sus herramientas, necesarias para atender la riqueza de una escritura cargada de ritmos amalgamados que no daban tregua a los músicos ni a su director.

La formación será, sin lugar a dudas, si todos ayudamos a que así sea (especialmente, los responsables públicos), un referente de la cultura musical en Canarias. Enhorabuena, Gran Canaria Wind Orchestra.

gcwo_concert2