Pero era inevitable encontrarse con él, paseando por la avenida Anaga, o rumiando bajo la marquesina del muelle, observando a la gente que subía o bajaba de las faltas, a los cambulloneros y a los objetos de sus tratos y cambios. A Horacio le gustaba encontrarse a la sombra del palio de metal, con el encaje de hierro al borde de su cubierta, y las zapatas decorativas rematando las columnas. El arte nuevo seria contemplando los sempiternos botes del servicio portuario ir y venir a los barcos fondeados más adentro. Se sentía como un rey en su moderno quiosco de metal fundido.
María Teresa de Vega
Santa Cruz – Ciudad Leída