DOLORES DE LA FE (in memoriam)

Por Teresa Iturriaga Osa

Recuerdo todos los días a Lola De la Fe, pero hoy especialmente, porque se cumple el tercer aniversario de su muerte.

Y quiero comenzar mi pequeño homenaje a esta gran escritora canaria con sus propias palabras, recogidas en el prólogo del libro que escribió para rescatar del olvido a la poetisa Ignacia de Lara, a quien tanto admiraba:

<<Me resulta misteriosamente curioso observar cómo una persona que en su vida y en su obra pareció siempre anticiparse (al dolor, al desencanto, incluso a su propia muerte), pudiera estar también íntimamente convencida de que la esperaba, pronto, un destino de olvido. Como si al dejar escrito su admirable Soneto póstumo, hubiera hecho desaparecer la llave de su futuro, en el conocimiento de las generaciones que seguirían sucediéndose en su mismo ambiente isleño. Tal vez lo presentía, temerosa al propio tiempo de su certidumbre, lo mismo que presintió tantas y tantas cosas… Las agudísimas antenas de su hipersensibilidad pudieron convertirla en agorera de su futuro. Esta pobre mujer desconocida es un verso suyo. Por un momento, realmente -un momento largo, si se quiere- pareció que iba a cumplirse fatalmente su premonición: “Para cuando me vaya hacia el olvido / ¡sin nombre y sin historia!” porque, tras unas apresuradas aunque sinceramente doloridas reseñas, en los días que siguieron a su muerte y funerales, cayó un injusto silencio sobre su recuerdo, al menos a los ojos, a nivel de lector.>>

Con esa emoción que me aprieta el alma como nudo en la garganta, no me queda más remedio que hacer un silencio para sentir y reivindicar su presencia hoy y siempre. Porque este sentimiento de Lola hacia el olvido que sufrió Ignacia de Lara no quiero que se repita con ella. Es más, ni quiero ni puedo ni voy a permitirlo.

LOLA DE LA FEConocí a Lola en el transcurso de una investigación de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria sobre patrimonio intangible -dirigida por la profesora Margaret Hart dentro del marco de un proyecto de la UE- y, desde mi primera cita en su casa para entrevistarla sobre sus recuerdos de la ciudad antigua, sentí por ella un profundo respeto y cariño que, con el paso de los años, fue creciendo en admiración y complicidad. Estudié todas sus obras: «Tiempo en sepia» (Premio Ángel Guerra de Novela de la Villa de Teguise), «Ignacia de Lara», «La Saga de los Miller», «Víctor Doreste» (Biografía), «Happening para Jacob», «El Mirador», «Las Palmas casi ayer»… («Médium» fue posterior). Y lo que en un principio comenzó como un trabajo de investigación académica fue convirtiéndose en un aprecio y colaboración humana y literaria sin precedentes en mi vida. Yo había encontrado una auténtica madre canaria, de esas mujeres que te acogen en su casa con la hospitalidad de las matriarcas de las tribus del desierto, allí donde la confianza se instala en una jaima y los huéspedes pasan la tarde charlando, riendo y bebiendo té.

Un año antes de su muerte, iba semanalmente a su casa, teníamos entre manos otro libro a medias, «En la ciudad sin puertas», un libro de relatos sobre la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, la ciudad de la luz donde una y otra hemos vivido desde paisajes distintos, pero comunes. Fue su última ilusión literaria, una época en la que escribió unos cuentos modernos a más no poder, con un estilo desenfadado y fluido totalmente nuevo. Sus últimas líneas -escritas a mano- se concentraron en desarrollar una breve historia que ella dudaba en titular “La azafata” o “Por enésima vez”. Yo, en mi humilde opinión, un día le contesté: “Lola,
si pones la LOLAazafata, ya lo estás diciendo todo, le quitas misterio al relato… es como el chiste del acomodador que, cuando entran los novios en el cine y no le dan propina, le da tanta rabia que les dice que el asesino es el sheriff”. Así que el relato se quedó con el título más enigmático, es decir: ”Por enésima vez”.

Les contaría muchas cosas que sucedieron en nuestras largas charlas con el café que ella me tenía preparado con su tacita, azúcar y cuchara… bajo la máquina maravillosa que le habían regalado, esas de pastillas que George Clooney anuncia en un spot publicitario. Y cómo no, el cenicero… le encantaba el olor de mi cigarrillo como experta fumadora que había sido durante tantísimos años. En fin, no puedo expresar mi agradecimiento a una mujer que ha sido para mí maestra, amiga y madre en todos los sentidos. Su capacidad de sobreponerse a la adversidad era inigualable, su ternura y a la vez su chispa de genialidad y risa, una ironía al más puro estilo canario, sus dichos… ese déjame entrar… en fin, no creo que haya otra persona como ella, porque su fina inteligencia con un sentido del humor sobresaliente es un ejemplo para la vida de todos los que la conocimos. Su familia sabe que es bien cierto lo que digo.

Siempre me decía: “Por encima de todo, nunca seas dramática”. Ella sabía que las lágrimas ahogan el avance del buen criterio, y con un zapatazo de ironía, soltaba una carcajada ante el silencio solemne de los justos, dándose la media vuelta en el giro de una pirueta. Ésa era Lola, Lola De la Fe, qué más puedo decirles que ustedes no sepan…

Ahí queda «Revuelto de isleñas», una colección en torno al tema de la escritura y la cocina que publicamos juntas en 2010, editado por Mapfre Guanarteme con bellas ilustraciones de Sira Ascanio… Y muy pronto verá la luz esa ciudad sin puertas que sobrevolábamos juntas desde su ventana. Nacerá la ilusión de un nuevo libro donde caben todos los abrazos, los colores y los días de los hombres y mujeres que transitan nuestra tierra.

Muchas gracias y un beso donde quiera que estés, Lola, «Por enésima vez».
(Foto dedicatoria / archivo fot. T. Iturriaga)