En mi infancia, para ligar, se solía escribir una carta a tu compañero de pupitre donde terminabas con un: ¿quieres ser mi novio: sí o no?

Al ir creciendo mandabas a tu mejor amiga a preguntarle a tu enamorado que quién le gustaba, así te hacías una idea de si tenías alguna posibilidad. Y por último, ya más evolucionados, ibas directamente y se lo decías a la cara. Y todo parecía funcionar bien, a veces te flechaba Cupido y eras correspondida, flotabas entre nubes de algodón de azúcar, escuchabas la melodia de los violines y veías corazones por todos lados. Otras veces, en cambio, también te flechaba pero con la flecha de bronce. Entonces corrías a casa, empapabas la almohada -confidente nocturna del desamor-, escuchabas canciones tristes, comías helado y al tercer día -como si de Jesús se tratara- resucitabas de entre los muertos -de amor- y subías a la Tierra. Subías, porque cuando te rompen el corazón desciendes directamente al submundo.

Pero luego llegó la crisis emocional, la crisis de la autoestima y todo empezó a involucionar. Nos escondemos detrás de una pantalla, nos inventamos una vida que nos gustaría tener y nos volvemos solteros exigentes. Debido a esto, los que nos observan desde arriba, -no me refiero a Dios- sino a los que manejan los hilos de las marionetas que somos, deciden jugar a ser pastores y a unir a cada oveja con su pareja, ya que ven a mucha oveja descarriada. Entonces deciden crear una APP para ligar: El Badoo, esta triunfa tanto que se queda embarazada de sextillizos a los que llama: Lovoo chat, Skout, Miumeet, Tinder, Love Park, Meeting -y algún otro hijo no reconocido que pulula por ahí-, y surge el amor, el amor que ya cantaba Tam tam go hace unos años: <do.com  Y tú me @roba-roba-robado la razón. Mándame un e-mail que te abriré mi buzón y te hago un riconcito en el archivo de mi corazón>>.

Pero lo curioso, a pesar de la modernidad para adquirir un nuevo ligue, un polvo, un amigo especial o como quieras maquillar a la necesidad de paliar esa soledad que te atormenta, es que esas aplicaciones también creen en el mito del amor romántico. Te venden encontrar al amor de tu vida, a esa otra mitad que anda incompleta por el mundo en tu búsqueda, y que si no te encuentra será infeliz de por vida. Te aseguran un noventa y nueve por ciento de compatibilidad -se guardan el uno restante, tampoco hay que ser avaricioso-. ¿Y qué ocurre cuando ese ser perfecto, cien por cien menos uno compatible contigo, un ser casi mitológico, muta de noche como Fiona la novia de Shrek de príncipe a ogro o a sapo? Ahí viene la verdadera crisis. Sientes que se te escapa el último tren. Que vivirás por siempre en la estación de los solitarios. Buscas respuestas en la religión, en la bruja del parque que echa las cartas y culpas al karma. Total, es la mejor opción. El puto karma que vino a joderte la vida. Y haces oídos sordos a la vocecita que te grita desde tu interior: ¡eh, que estoy aquí, que estás completa!, que no necesitas a ese noventa y nueve por ciento. ¡Eh tú!,¡escúchame, por favor! Y la voz se queda afónica, y tú incompleta, y los ricos manejándonos, y la sociedad haciéndonos sentir culpables por estar solos, y los terapeutas enseñándonos a amarnos y nosotros suspendiendo la asignatura del amor propio… Y vuelta a empezar. Quizá la respuesta no esté fuera, quizá ya estés completa. Todos queremos un compañero o una compañera de viaje. Un confidente. Todos queremos amar y ser amados. Pero, ¿tú te amas? Tal vez deberías responderte a esta pregunta y empezar por el principio para hallar el ansiado final feliz.