Ayer tuvimos uno de los conciertos más bellos de todo el 33 FIMC (y mira que Nino Díaz nos lo ha puesto muy difícil este año): el programa sobre Sebastián Durón de la mano de la Accademia del Piacere

Accademia del PiacereConcierto que contó con la introducción de Lothar Siemens, siempre magistral, divertido y sin pelos en la lengua, en la que, con un lleno absoluto y gente de pie, nos explicó el cómo las intrigas palaciegas, así como las críticas de los personajillos del momento, lograban hacer la vida difícil de quién realmente merecía todo el apoyo y el reconocimiento. La vida sigue igual, por lo que se ve. Pero el tiempo, aunque tarde, pone todo en su sitio y trescientos años después hemos podido disfrutar de la genialidad de Sebastián Durón y conocer la maledicencia y el egoísmo de quienes, desde la ignorancia supina y el ansia de poder, lo llevaron hasta el exilio.

El concierto de la Accademia del Piacere es uno de esos al que puedes invitar a cualquier persona, a voleo, y con un alto porcentaje de probabilidades quedarás fenomenal. Da lo mismo si tiene formación o no. Es igual si le gusta la música o no. Alucinará en colores con total seguridad. Y por tanto, este concierto era un evento para haber llenado el Alfredo Kraus en múltiples sesiones. ¿Por qué entonces no se llenó el Teatro Guiniguada? Tendrán que estudiarlo porque es absolutamente incomprensible.

La clave del éxito, con ovación cerrada y gritos de bravo, estriba en unas partituras de talento en las que está todo el germen de la música popular española, la música popular sudamericana y hasta elementos de la música popular norteamericana. Una música de fácil catadura que nos presentó un barroco ‘sureño’, un barroco español con características propias, de un colorido y alegría desbordante (como ya advirtiera Siemens en su introducción al concierto). Unas piezas que rezuman acierto en las melodías acompañadas con ricas armonías, ingeniosas y variopintas (para la época, claro) y ritmos que invitan al movimiento acompasado.

Pero esta propuesta toma el grado de excelencia de la mano de la Accademia del Piacere, que tal y como su nombre indica, son una auténtica escuela de placer.

Fahmi Alqhai dirige magistralmente un proyecto abierto en el que sus integrantes son intercambiables, si se me permite el término, pero el resultado es siempre soberbio.

En esta ocasión trajo a Nuria Rial, una soprano que, hasta enferma, es capaz de llevarte al nirvana y demostrarte que la voz bien colocada no implica vibratos forzados (anchos) y gritos desaforados. No, la voz puede ser, y debe ser, un instrumento más que juegue ingeniosamente entre sus compañeros sobresaliendo lo justo, buscando la belleza en el todo y no en el protagonismo grandilocuente de diva egocéntrica. Una soprano que divirtió, emocionó y transmitió haciendo MÚSICA y no circo para la galería.

También se hizo acompañar en esta ocasión de otros grandes pesos pesados; Rodney Prada (quintón), Rami Alqhai (violón), Johanna Rose (viola de gamba que intercambió en alguna obra por el quintón de Fahmi), Miguel Rincón (guitarra barroca) y Juan Carlos Rivera (tiorba).

Todos los músicos estuvieron magníficos. Sin lugar a dudas. Pero tal vez por mi formación guitarrística, tengo que reconocer que Miguel Rincón ha sido uno de los grandes descubrimientos de este Festival (y ya se me acumulan unos cuantos). Su guitarra barroca, construida en Australia, no dejó durante todo el concierto de recordarme que es el tatarabuelo de nuestro timple, con su afinación reentrante. Pero es que en las manos de este artista, la guitarra, que era típicamente de acompañamiento, se tornó en un diablo…

 

Perdón por el lapsus, pero esto me ha recordado una de las muchas anécdotas contadas por Lothar sobre Durón. La cuestión es que el Rey le preguntó en una ocasión a Sebastián Durón el porqué la música que interpretaba en la iglesia sonaba tan ‘sosa’ y por el contrario en el teatro sonaba tan ‘rica’. Durón le dijo a su interlocutor que mientras en los lugares santos quien interpretaba era Dios, fuera lo hacía el diablo.

Pues como iba diciendo, Miguel Rincón parecía el mismísimo diablo y un ángel a la vez. Ya fuera haciendo rasgueos, arpegios o punteos sorprendió dejando al personal hipnotizado con su talento y destreza fuera de lo común.

No quisiera terminar esta crítica sin mencionar a mi buen amigo y ‘tonmeister’ de cabecera del FIMC desde sus inicios (tal vez de los pocos trabajadores que llevan los 33 años en el Festival), y maestro de sonido de cabecera de todo aquel que necesite la garantía de sonar ‘como Dios manda’, porque suya fue la responsabilidad de que el Guiniguada, conocido por los profesionales por ser más ‘seco que un toyo’, sonara como un auditorio magnífico gracias a que colocó artificialmente un poco de reverb electrónica encima del escenario para que los músicos se sintieran a gusto (de verdad, si no, es como si las notas que tocas las vieras caerse justo delante de tus pies). El resultado de esta trampa no es más que unos músicos tocando mucho más a gusto y un sonido para la audiencia mucho más agradable ya que lo puso en su justa medida, incidiendo especialmente en la voz (por la mayor cercanía a los micrófonos).

Cuando todo se confabula; partitura, intérpretes y organización, el resultado solo puede ser sobresaliente.

Hoy sábado 21 tienes ocasión de escucharlos en el Auditorio Adán Martín a las 20:30. ¡Yo de ti no me los perdería por nada del mundo!