En estos días veo arreciar el vapuleo mediático contra Mariate Lorenzo, Consejera de Turismo, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, que se inició el 22 de julio del año pasado.

Mariate Lorenzo

¿Será la razón el que haya querido acometer y actualizar el Plan Canario de Cultura? ¿Será por haber conseguido que el Comité de Regiones de la UE aprobara favorecer el intercambio y la movilidad cultural? ¿Será por apostar por el proyecto de la ‘Memoria audiovisual de la cultura y la ciencia en Canarias’? ¿Será por iniciar la consulta pública de cuatro nuevas leyes como la Ley del Libro y las Bibliotecas, Ley de Patrimonio Documental y Archivos, Ley Canaria del Deporte y la Ley de Patrimonio Cultural? ¿Será por la rebaja en un 3% del IGIC Cultural? ¿Será por incrementar en un 40% el presupuesto para políticas culturales activas? ¿Será porque Canarias creó en un año 311 empresas culturales liderando la creación de empleos en el sector en España? ¿Será porque quiere conseguir la eliminación de aranceles en el traslado de obras de arte? ¿Será porque quiere establecer un sistema más racional y transparente para la cesión de ayudas y patrocinios en cultura? ¿Será porque ha logrado un crecimiento del Festival de Música de Canarias en cantidad de conciertos, calidad de conciertos, número de asistentes, número de municipios, número de participantes canarios, precios más competitivos, en menciones en medios de comunicación y redes sociales?

No. No tiene absolutamente nada que ver con todo esto. Todo se reduce, pura y simplemente, a lo de siempre.

La política cultural

Quien me conoce sabe de mi interés por la cultura en general y, en particular, por la cultura de mi tierra de adopción (soy británico por nacimiento aunque tengo el privilegio de pertenecer, por parte de madre, a una de las familias más imbricadas con la cultura en las Islas, a la familia Millares).

Y también sabrá que jamás me ‘caso’ con nadie. Valga el ejemplo de mi postura pública contra Inés Rojas, anterior Consejera de Cultura, a la que pedí su dimisión porque entendía que era incapaz de representar al sector, a pesar de que ella fuera quien, por ejemplo, me nombrara miembro del Consejo Canario de Cultura. Lo cortés no quita lo valiente.

Como también sabrá de mi lucha por la implantación de políticas culturales que garanticen el acceso de las personas a bienes y servicios culturales de su tiempo así como mi militancia en el movimiento por la cultura libre.

Cuando Mariate Lorenzo tomó cargo de la Consejería de Turismo, Cultura y Deportes tuve, como siempre, la normal desconfianza de que hubieran nombrado a una economista que nada sabía de cultura. Desgraciadamente es lo normal en política, ya que los políticos no pueden ser expertos en todos los sectores y cuando le ‘toca’ un cargo no les queda más remedio que ponerse las pilas y dejarse asesorar por un equipo de expertos (o al menos debería ser así). Pero por otro lado me pareció una oportunidad que en ‘las cábalas del reparto de carteras’ las ‘luchas’ dejaran en la misma consejería a Turismo, Cultura y Deportes, un trinomio de difícil solución pero fundamental para Canarias el encontrarla.

Pero el tiempo me demostró que, por primera vez en muchos años, tenemos a una consejera con los arrestos de enfrentarse a los problemas endémicos de la cultura en Canarias con todas las consecuencias. Consecuencias que, absolutamente todos, estamos comprobando día a día.

Las razones auténticas para el vapuleo mediático

El problema de la Consejera Mariate Lorenzo es que se ha atrevido, junto con el Gobierno, a tomar cartas en el asunto de la política cultural dotándola de sentido común, que como ya sabemos es el menos común de los sentidos.

Y, concretamente, no se le ha ocurrido otra cosa que afrontar el marrón de un anacrónico y minoritario Festival que, por el contrario, se lleva una buena parte del escaso presupuesto para políticas activas culturales y que estaba en manos de una élite de aficionados, para ponerlo en manos de los profesionales del sector para intentar, con éxito de momento, un crecimiento en cantidad, calidad, asistentes, municipios, creadores y artistas canarios, competitividad y presencia mediática.

Esto, y solo esto, es la razón del vapuleo mediático. Por quitarle el juguete a ‘un grupito de niños caprichosos’.

Los ‘melómanos’

Estos presuntos amantes de la música, estos presuntos melómanos, estos presuntos entendidos en el arte de la composición y la interpretación, da la casualidad que tienen dinero y poder. Dinero, porque son empresarios de éxito, lo cual es estupendo. Y poder, porque sus conexiones con los medios de comunicación son públicos y notorios. ¡Pues que se dediquen a hacer encargos de obra a creadores canarios o a contratar músicos isleños para sus veladas y celebraciones privadas! ¿No sería mejor para todos?

No. No se dedican a eso. No. Son las personas que, en primera instancia, ayudan o dificultan la llegada al poder de cualquier aspirante a alto cargo y, lo más importante, a mantenerse en él. Y de paso, a organizarse un festivalito con el dinero de todos para su grupo de amiguetes.

Pero si todo esto suena ya bastante desafinado, mucho peor suena cuando hablan de música. Porque todos, todos los profesionales, vemos con estupor cómo se levantan a aplaudir y gritar ‘bravos’ ante deficientes interpretaciones musicales y como, por el contrario, se levantan de sus asientos para irse rápidamente al finalizar una interpretación excelente como si les fueran a robar el coche.

Son aficionados del neón y de los aviones privados, de las cenas de lujo y la foto. Gente incapaz de diferenciar entre una auténtica tomadura de pelo y una interpretación magistral. Personas capaces de afirmar públicamente, o incluso firmando críticas, que los peores conciertos del Festival, musicalmente hablando, fueron los mejores y viceversa. O, peor aún, que ni siquiera fueron a escucharlos. O peor todavía, que habiendo estado hacen crítica de obras que no fueron interpretadas en ese concierto.

Y no estoy hablando de estilos musicales, que para gustos se hicieron los colores. No. Estoy hablando de diferenciar entre una interpretación sublime o una interpretación de andar por casa.

Cierto es que este es un problema endémico al que, como productor musical, me he tenido que enfrentar durante años en el FIMC y en otros trabajos. ¿Qué hacer cuando la orquesta más famosa y cara pasa de todo y se marca ‘un bolo’? ¿O qué hacer si determinado solista se pasó con la sangría y el mojo y no está en óptimas condiciones para dar un concierto? ¿Y qué hacer si, encima, el público les ríe la gracia y se pone en pie y le dedican bravos hasta la extenuación? ¿Quién se atreve a ponerle el cascabel al gato y decir en voz alta que nos han tomado el pelo y se van a llevar la pasta?

Este tema da para otro artículo, sin lugar a dudas, ya que se ponen a discutir sobre la calidad personas que confunden fama y prestigio con ejecución impecable. Pero lo grave es que son estas personas las que han tomado la decisión de que Mariate Lorenzo no puede ser nuestra Consejera, no vaya a ser que nos ponga en valor y se queden ellos en evidencia. Son las que están vapuleando a un político que está haciendo las cosas bien en cultura. O mejor dicho, estas son las personas que están propiciando que otras, que ni han ido a un solo concierto y que, además, no saben diferenciar un corno inglés de un oboe, una viola de un violín, una interpretación sublime de una interpretación cutre… ¡Se dediquen a repetir ‘toooooooooodos’ los días la consigna del ‘fracaso del Festival’ y la de ‘que dimita la Consejera’ cuando, en realidad, hemos tenido uno de los mejores Festivales de toda la historia, bajo múltiples puntos de vista, y una de las personas que más se han preocupado por el estado de la cultura en Canarias!