Los instrumentistas sufren numerosas lesiones a causa de su trabajo pero sus males no son reconocidos a menudo como enfermedades profesionales, con los consiguientes perjuicios

 

Sinfonía Nº 6 de Beethoven. El público siente que su espíritu se eleva escuchando cómo la orquesta expone las impresiones suscitadas por un día en el campo. Una música celestial, con sus pastores tocando la flauta y su tormenta de verano. Lo que el aficionado no percibe es que la violinista sentada en la tercera fila ha sido operada del hombro por una lesión, el trombonista reprime un gesto de dolor porque padece una rotura de fibras en los músculos de los labios, el percusionista acaba de incorporarse después de sufrir una larga baja por daños en los codos derivados de su labor, uno de los trompetistas ha sido diagnosticado de cardiomegalia y varios violistas y violinistas tienen dermatitis de contacto por el roce continuo de sus instrumentos con el cuello. Y además de eso no pocos padecen pérdida temporal de audición derivada de tener que soportar el sonido poderoso de otro instrumento varias horas al día y a escasos centímetros de su oído. Los músicos están entre los profesionales que sufren más daños físicos derivados de su trabajo. Sin embargo, encuentran grandes dificultades para que se reconozcan como enfermedades profesionales. Es el precio, que no debería ser inevitable, de crear belleza.

«Si un carnicero va al médico con una tendinitis, automáticamente se lo reconocen como enfermedad profesional. En cambio, un músico tiene que terminar habitualmente en los tribunales reclamando que se le reconozca este derecho». La síntesis es de Antonio Muñoz Lobatón, de la Federación de Servicios a la Ciudadanía de CCOO. La explicación es que el catálogo de enfermedades profesionales no contempla muchos daños físicos sufridos por los músicos a causa de su trabajo: horas de ensayos y conciertos en los que realizan numerosos movimientos repetitivos en un entorno bastante agresivo.

Movimientos repetitivos. Muchos. Para hacernos una idea: en un programa de concierto convencional, formado por una obertura de Mozart, el concierto para piano de Grieg y, en la segunda parte, una sinfonía del genio salzburgués, un violinista mueve el brazo derecho, el que sostiene el arco, más de 7.000 veces. Los días de ensayo -alrededor de cuatro horas una jornada normal, frente a la hora y media escasa de una función- son aún peores, y eso sin añadir el trabajo de casa. Aquí surgen también voces críticas procedentes de las mutuas que contratan las orquestas, que apuntan que en muchos casos, además, los músicos imparten clases y hacen bolos los fines de semana, lo que supone más horas de trabajo y por tanto más sobrecarga en sus músculos.

 

Entorno agresivo

 

Y un entorno agresivo. Sí, porque debemos imaginar la situación: un trabajador sometido a un ambiente muy ruidoso, con mala luz, rodeado de colegas sentados a una distancia no mucho mayor que la que existe entre los ocupantes de la clase turista de un avión y que corre el riesgo cierto de que uno de ellos le hiera en la cara por un despiste. ¿Exagerado? No. La descripción se corresponde punto por punto con el entorno laboral de un músico de orquesta cuando tiene una función de ópera y está situado en el foso. Hay casos extremos: se sabe de algún violinista que se dañó un ojo con el arco de su propio instrumento, tal es la escasez de espacio en la que se desenvuelven.
La lista de enfermedades típicas de los músicos tiene una lontigud notable: problemas musculares y de articulaciones en brazos, manos, codos, columna vertebral y cuello, dermatitis, daños en la boca, tensión intraocular, hiperqueratosis, hematuria, cardiomegalia, estrés, trastornos circulatorios, hipoacusia y algunas más. Nadie ignora las enfermedades que en muchos casos sufren los mineros o los trabajadores de una fundición, pero a la vista de esa relación es evidente que los músicos también padecen lo suyo. Un estudio de la Asociación de Orquestas Británicas sostiene que tres de cada cuatro instrumentistas sufren problemas médicos de consideración en algún momento de su carrera por efecto de su trabajo.

Hay un problema adicional: las grandes dificultades existentes para que sus males sean reconocidos como enfermedad profesional. Le ha sucedido a Doru Artemie, violista de la Orquesta Sinfónica de Bilbao (BOS), que ha sufrido varias lesiones en el codo y el hombro, y ha vivido inmerso en un laberinto administrativo que le llevaba de la mutua a la Seguridad Social y viceversa, para terminar en los tribunales. Un compañero que prefiere no dar su nombre cuenta que ha pasado por un proceso similar a causa de una calcificación en el hombro que le producía un gran dolor y derivó en más problemas. Y el percusionista Jesús Manuel Gallardo ha visto cómo sus fuertes dolores en un codo eran considerados enfermedad común y derivados por la mutua a la Seguridad Social. No son casos singulares: según el estudio citado, casi la mitad de los instrumentistas ha padecido o padecerá durante su carrera un problema de consideración en su aparato locomotor. Un asunto muy serio, que no se resuelve con recomendaciones como la que recibió una violinista que prefiere permanecer en el anonimato: cuando fue al médico de la mutua por un dolor fuerte en el hombro, le recomendaron que utilizara una almohadilla…

 

Exceso de ruido

 

¿Y qué decir de la hipoacusia? Un operario de pista de un aeropuerto verá reconocida una sordera temporal como enfermedad profesional, aunque puede protegerse con auriculares. Un músico está en medio de una fuente de ruido -en términos de salud laboral, por más que a ellos les disguste la forma de definirlo- de gran potencia y no dispone de una protección tan eficaz. Según las investigaciones más recientes, alrededor de un tercio de los instrumentistas padece algún tipo de trastorno auditivo temporal. Los más afectados son los miembros de la sección de metal, los percusionistas y, de entre las cuerdas, los violinistas. La intensidad del sonido en el centro del foso orquestal durante un ‘fortísimo’ puede llegar a los 120 decibelios, más o menos el mismo volumen que genera una avioneta en el momento del despegue.

No obstante, la hipoacusia no está reconocida como enfermedad profesional para los músicos. Puede que sea porque lo que causa los daños es justo el fruto de su trabajo, circunstancia que no se da en otras actividades. Lo que en términos de salud laboral es un ruido casi insoportable que se deriva de su tarea y que suprimiría si fuera factible, para un músico es ese auténtico mazazo orquestal hacia la mitad del primer movimiento de la Patética de Chaikovski (indicado con ‘ffff’ en la partitura), por ejemplo. Y si baja el volumen está falseando al autor.

La falta de reconocimiento de este y otros males como enfermedades profesionales causa muchos problemas a los músicos. Económicos, porque cobran menos mientras están de baja. Pero los que a ellos más les preocupan son los que repercuten en un tratamiento peor o más dilatado en el tiempo. El trombonista Daniel Perpiñán, por ejemplo, padece una rotura de fibras en los labios. Sigue tratamiento en el Instituto de Medicina del Arte de Tarrasa, el único centro español especializado en los problemas de salud de los músicos. Viaja hasta allí una vez al mes y un médico de su mutua le trata en Bilbao siguiendo las instrucciones que le llegan del centro catalán.

¿Problemas? Que es él quien debe pagarse los viajes y el tratamiento porque su mutua no tiene convenio con Tarrasa. Si estuviese reconocido como enfermedad profesional y existiera en su ciudad un centro con especialistas en las afecciones de los intérpretes, evitaría gastos adicionales y aceleraría la recuperación. Marco Allendes, violinista, ha tenido más suerte. Se ha visto obligado a buscarse un centro privado en el que hacer la rehabilitación tras una operación en el codo, aunque luego le han sido reembolsados los gastos de esa terapia. Pero nadie puede compensarle por la pérdida de tiempo.

 

Elevado absentismo

 

Y el tiempo es un problema. Algunos trabajos presentados a discusión en el grupo europeo de la Federación Internacional de Músicos, como el de Muñoz Lobatón, plantean abiertamente rebajar la edad de jubilación. En ese mismo sentido, un artículo publicado hace un tiempo en la revista alemana ‘Zeit’ desvela que uno de cada ocho músicos de orquesta de ese país debe retirarse antes de tiempo por problemas de salud. Por término medio, cada orquesta tiene de forma permanente uno de cada diez músicos de baja. Eso sitúa a estas formaciones en puestos muy altos en cuanto a su índice de absentismo laboral. Lo explica un especialista: «A un deportista después de un partido o una carrera le espera un masaje y varios días de descanso. Un violinista, después de una actuación estresante, tiene que ir corriendo al ensayo del día siguiente».

¿Son esfuerzos tan diferentes? Menos de lo que se piensa: después de dos horas largas de concierto (o de ensayo, el trabajo es el mismo) los músculos y tendones de algunos músicos se han inflamado hasta tener un volumen un 10% superior al normal. Tardan alrededor de dos días en volver a su estado normal. Es lo que no se ve desde el patio de butacas cuando el aficionado disfruta de la Pastoral de Beethoven. Y lo que cuando deriva en lesiones les cuesta tanto ver reconocido como enfermedad profesional.

 

Artículo de opinión de César Coca para Las Provincias.es