Artículo de Marina Hervás para la Fundación Nino Díaz

 

Toda persona que se haya enfrentado alguna vez a aprender un idioma, aparte de conocer nada más empezar cómo se insulta y algunas claves para ligar, se habrá dado cuenta de lo complicadísimas que son las preposiciones. Y es que modifican sustancialmente el contenido. También en nuestro idioma, y también las creencias más arraigadas que teníamos. Les intentaré poner un ejemplo para explicarles en qué consiste eso de “música y pensamiento” que puebla esta web y que impulsa a esta fundación, o al menos como yo lo veo.

Durante años nos hemos dedicado a pensar qué es la música. Pero no porque nos importase mucho la música, pues no hay tal cosa en el mundo como la música, sino porque nos dimos cuenta de que podíamos ordenar los sonidos de ciertas formas siguiendo ciertos criterios, y los buenos de los griegos, fenicios, egipcios, chinos, etc. les pareció -a cada cual de una forma distinta- que había que llegar a algunos acuerdos sobre lo que se organizaba de esos sonidos y lo que no (que comenzaría a llamarse ruido).

Una vez que nos aclaramos sobre qué era la música (aunque en realidad poca gente lo tenía claro, pero como en el cuento de “El traje nuevo del emperador”, disimulaban por si acaso), comenzamos a pensar sobre música. Había algo que era más o mejor música que lo otro. O había música que captaba mejor lo que se esperaba de la música. Por eso, la música durante muchos años sirvió para acercarse a Dios (y con Dios había que tener cuidado, no se podía componer cualquier cosa), o para acompañar fiestas (lo que les permitía a los compositores dejarse llevar ante las restricciones con los ritmos y ser con su música el marco de amoríos e historias palaciegas), o para contar historias, como en la ópera. La poesía y la música siempre han tenido una relación tan estrecha que incluso hubo momentos en los que llegaron a confundirse.

Desde Platón, los teóricos de la música tenían miedo de que la música no dijera “nada”, así que le pusieron texto: así se eliminaban casi todas sus ambigüedades. Lo que sucedió, por esta primacía de la poesía, fue que la música poco a poco fue tomando las estructuras de la poesía. Y, así, al igual que se establecieron reglas para escribir sonetos, o a ciertos versos se les llamaba “alejandrinos” y no “juaninos”, a la música también se le impuso una gramática y una serie de formas. Incluso se analizó durante muchos años atendiendo a sus “frases” o “motivos”. Así que pensar sobre música se convirtió en ver si la música cumplía esas reglas que se le habían impuesto. De lo que algunos no se dieron cuenta fue que mientras se pensaba sobre música (que, como hemos visto, era normativo), también se pensaba en la música. Los compositores comenzaron a contarle a los oyentes no sólo que había que comunicarse con Dios de alguna forma, o que había que bailar, o acompañar historias, sino que también nos dijeron si tenían miedo a Dios, si no querían morir, si les dolía que alguna persona querida no les hiciera mucho caso o si tenían un miedo terrible a la vida, que al final es lo más serio de todo. Y, para ello, se saltaron un poquito las reglas. Y, por eso, por ejemplo, comenzó a haber menuets en las Sinfonías, cuando el menuet siempre había sido un bailecillo simpático para que los jóvenes cortesanos le guiñasen el ojo a las pomposas damiselas. Si hay un menuet en una sinfonía es que no está pensado para bailar. Es que la música exigía su propio espacio, su propio protagonismo, no ser función de nada. O, por ejemplo, cuando compositores como Beethoven renuncian a que sus sinfonías sean brillantes y valientes y no acaban como se espera, como la Cuarta, que renuncia a un final confortable y amable que deje a los oyentes tranquilitos y con la sensación de que el héroe de la suerte de novela que Beethoven construye en sus sinfonías haya vencido a las adversidades.

Y así llega mi preposición favorita. El con. La música no es ni bonita, ni entretenida, ni relajante, sino que es un motor para el pensamiento, algo que hay que tomarse muy en serio. Ustedes me dirán que, lógicamente, la música solo es música, es decir, que llega un momento en el que no se puede traspasar la barrera que el propio sonido impone. Lo interesante es que lo sonoro no es conceptual (efectivamente…¡y menos mal! no es capaz de “decir nada”) y nos pone un reto al que socialmente aún no sabemos cómo reaccionar: nos quita la primacía de lo visual. ¿Qué significa esto? Que hemos aprendido a ver y a saber con los ojos, y hemos creído que el mundo era mudo, o que lo sonoro solo estaba de fondo, o que lo sonoro no podía contarnos cosas importantes del mundo. Llevamos unos años intentando demostrar que esto no es así, pero que sólo repensando la música se puede pasar de pensar sobre y en para llegar al con, para desarrollar un pensamiento con, en el que la música no se encierre en sí misma ni se limite a aspectos historiográficos, sino que abra una forma alternativa de acercarse al mundo.

Y eso, modestamente, es lo que quiero conseguir con este blog. Es la derrota que asumo de entrada, pero cuyos intentos quiero compartir con todo aquel que quiera leer (y pensar) con.

Injurias, comentarios, ruegos y sugerencias serán gustosamente leídos.

Marina Hervás

marinahervas@fundacion-ninodiaz.org