Artículo de Marina Hervás para la Fundación Nino Díaz

Hoy (y en el próximo artículo) vamos a hablar sobre el verano como estación. Pero no me voy a centrar en Vivaldi (de hecho, a menos que haya una petición popular masiva, no aparecerá en este especial de verano).

El verano y lo pastoral

Cuadro de Enrique Mateu

Hay una extraña afinidad entre los compositores que evocan el verano y los temas pastorales. ¿Qué es eso de las pastorales? Música que intenta llevar al oyente a una pradera e imitar los sonidos de la naturaleza. Muchos compositores recurren a los motivos pastorales, ya sea fragmentariamente o en trabajos completos, como en la Sexta Sinfonía de Beethoven, también titulada precisamente La Pastoral.

La referencia a la naturaleza no es baladí. Como ya les conté en artículos anteriores, una denuncia había caído sobre la música desde sus orígenes, ya que podía resultar ambigua al ser incapaz de decir nada concreto. Por eso, trataba de imitar a la pintura, “copiando” los sonidos de la realidad, aunque espiritualizados. Sin embargo, con este asunto de la relación con la naturaleza vamos un paso más allá. Una de las discusiones canónicas desde el inicio de las reflexiones sobre el arte se centra en si el ser humano puede o no imitar la naturaleza, que es creadora y cambiante sustancialmente. En general, y dicho muy grosso modo, hasta el siglo XVIII se pensaba que la naturaleza estaba por encima del ser humano, así que éste solo podía copiarla de forma limitada y humilde. Asimismo, todo arte era un intento de ser naturaleza, de alcanzar la creación sui generis. Sin embargo, a partir del siglo XIX, y especialmente con Hegel, se comienza a pensar que el ser humano tiene la capacidad de ‘mejorar’ la naturaleza. Por tanto, los temas pastorales en muchos compositores no intentaban meramente imitar a la naturaleza, sino ‘mejorarla’, mostrándola como algo bello que no existe de tal forma en ella. Asimismo, la naturaleza era entendida por muchos como un resquicio de libertad y de lo no dominado por las leyes de lo humano, un asunto que se mantenía intermitente en las cada vez más complejas estructuras sociales (es decir, si no habría que recuperar algo de eso no dominado de la naturaleza para romper con las ataduras de lo social, como suspiraba Rousseau).

En cualquier caso, lo pastoral es típico de la primavera, aunque sus recursos pasan a algunas obras pensadas para hablar del verano. Por eso decía hace un rato que hay una extraña afinidad. Pero mientras que en el contexto primaveral los compositores se recreaban en el resurgir de la vida después del duro invierno, como parece que apunta el inicio de la Consagración de la Primavera de Stravinsky, el verano hermanado con lo pastoral se refiere a un estado de eternidad, a la temperatura paradisíaca, a la luz del sol templando la vida terrenal. Es decir, un espacio idílico.  ¿Y en qué consisten los rasgos de lo pastoral? Básicamente, en un trabajo de melodías sencillas, amables, luminosas. Lo pastoral se enfrenta a las cada vez más abigarradas construcciones de la historia de la música. Se busca lo diáfano y la imitación de gestos de la música popular. Escuchemos el primer movimiento de la Sexta Sinfonía de Beethoven para entender esto. Los oboes y las flautas toman el papel de los instrumentos de los pastores, con una melodía alegre y que imita los ritmos populares. Les responde la cuerda que da el contexto de las praderas. Los bajos, por su parte, que se mantienen, cumplen la función de imitar a una suerte de zanfoña o de bordón, un elemento mantenido que sirve de soporte a lo melódico. ¿Que qué es esto? Piensen en el sonido mantenido de las gaitas. Pues aquí igual.

Algunos de estos motivos pastorales, además, se asocian con la adscripción de elementos mágicos en la naturaleza. Tal es el caso de Purcell y su personalísimo Sueño de una noche de verano en The fairy queen, una estela que después sigue Glazunov en el “Verano” de sus Estaciones. En él, aparecen en una danza los faunos y las ninfas, y los colores brillantes representan al sol.

En una lógica similar se enucentra “Enchanted Summer”, de A. Bax, que forma parte de su ópera Prometeus Unbound.

Como el propio compositor explica, la obra trata de crear un ambiente de rocas y cavernas donde dos faunos están sentados. Dos nereidas se cuelan entre los espíritus del bosque. En la segunda parte se oyen los “ruiseñores voluptuosos”. La tercera parte es una reflexión de los faunos sobre la escena en la que están. Es decir, es una música que se retroalimentan y que detiene la narración.

También pastoral es este verano de Bridge, aunque nos sirve como paso para el siguiente artículo. Como verán, no se mantiene la amabilidad de los ejemplos anteriores, sino que tiene más contrastes y, sobre todo, más oscuridad. Y es que Bridge parece que nos habla del verano en Inglaterra, que poco se parece al luminoso estío mediterráneo, de terracita, cholas y cervecita en la mano. Precisamente, los contrastes se hacen cargo de la naturaleza cambiante (o, dicho en otros términos, de que cuando nos vamos de vacaciones a Inglaterra siempre nos la jugamos a que nos llueva).

Ya pueden ver por dónde van a ir los tiros del próximo artículo: de un verano menos amable, en el que llueve, hace mucho calor, se suda demasiado, etc. Es decir, donde la naturaleza ya no es ese lugar idílico y maravilloso, y las ninfas y los faunos desaparecen. Y la siguiente semana hablaremos laaaaaaargo y tendido sobre… ¡¡El sol!!