Julieta Martín Fuentes

«Abrimos las puertas de par en par para mostrar lo que antes se tomaba por las armas y se defendía con la vida». Afirma la escritora e historiadora, Julieta Martín Fuentes, aunque aclara que no está en contra de la visita de turistas. «Al contrario», recalca, «mucho menos del turismo cultural, que es una de las pocas ocasiones en las que la Historia es difundida y escuchada con auténtico interés por personas de todas las edades y condición económica». Lo que no acaba de comprender esta apasionada de la palabra escrita es que «nos dejemos invadir culturalmente sin oponer ninguna resistencia, cuando la cultura», subraya, «es para los historiadores, precisamente, uno de los indicadores de que una región, ciudad o país ha sido colonizado».

La autora de las novelas históricas Lolita Pasión y El corazón de Debora (Mercurio Editorial), y de Travesías. Cuentos para soñadores (Mercurio Editorial), está convencida de que en las crónicas siempre hay «una rendija para la ficción histórica». En esta ocasión, acercará el 25 de mayo, de 12.00 a 13.00 horas, en la Librería Libros de Arena (c/Capri 13. Centro Comercial Las Rosas) sus investigaciones sobre el ataque y ocupación de los piratas y corsarios a Canarias, en especial a La Palma, durante los siglos XVI y XVII; hecho con el que arranca su segunda novela. Será en la charla-encuentro: Bandidos del mar en Canarias. François LeClerc y su expulsión de Santa Cruz de La Palma.

Durante los siglos XVI y XVII los puertos canarios eran asaltados cada dos años por piratas y corsarios. De hecho, aún hoy, el archipiélago es un punto estratégico a nivel planetario para el capitalismo globalizado que comenzó, precisamente, en esta época  de navegación a vela guiados por las estrellas.

Desde que España iniciara los viajes transoceánicos y que los españoles conectan el mundo en los dos sentidos en el siglo XVI, el comercio, y todas las posibilidades que ofrecía, han evolucionado de manera meteórica hacia lo que hoy se conoce como capitalismo globalizado y sociedad de la información.

En 1553 Santa Cruz de La Palma era una ciudad muy rica. Se trataba del puerto preferido para el comercio con las Indias, el tercero en importancia del Imperio español y parada obligada de todo barco mercante para el pago de impuestos a la corona. Sus vinos y azúcares le habían dado fama y renombre, así que estaba poblada por ricos comerciantes de Flandes, Portugal y Francia. De ahí que atracaran de forma permanente navíos flamencos y genoveses.

Sin embargo, la ciudad se encontraba indefensa, pues más allá de la pequeña torre de San Miguel, que protegía el desembarcadero del puerto, el resto de la costa se encontraba abierta a un posible desembarco, fácil de realizar por los extremos de la bahía.

Cinco galeones, con más de 300 hombres en cada uno que llenaron las lanchas de desembarco de numerosa infantería cubierta de morrión y coselete, y llevando arcabuces y lanzas. François LeClerc nunca quiso bajar de su barco, desde donde se dedicó a dictar las órdenes del saqueo y destrucción de la ciudad. La maniobra, el posterior desembarco y toma de puntos estratégicos fueron realizados con gran rapidez. Esto dejaba ver que los franceses habían sido asesorados por un buen conocedor del terreno, que no era otro que un comerciante francés cuyo nombre se ignora y que había residido por largo tiempo en la ciudad. «A los palmeros nos encantan las leyendas», confiesa la escritora, «mucho más si tienen que ver con el valor y arrojo de todo el pueblo unido». Esa es la rendija de la ficción para la novela histórica, «ese personaje que tal vez existió y del que solo hay constancia en la tradición oral o apenas un apunte en las crónicas», agrega con entusiasmo.