[ver 1ª parte]

Letras a Telde

Con la cuarta conferencia y correspondiente artículo en estas Actas cambiamos la perspectiva de nuestras incursiones teldenses y pasamos del escritor oriundo y la producción realizada en los límites de nuestra Ciudad a las pautas que determinan al lugar como motivo creativo. Así surgió Telde como espacio novelesco: Apuntes sobre la configuración del espacio narrativo en ‘Las espiritistas de Telde’ de Luis León Barreto, que nos ocupó el pasado 18 de mayo. La obra y su mayor estudioso se han fundido en esta entrega de Letras a Telde para testimoniar el esfuerzo de un escritor como Luis León, que no es teldense ni podría entrar a formar parte de una nómina de autores con peculiaridades estéticas afines a otros naturales de nuestra Ciudad, pero que, con su particular sensibilidad, ha sabido extraer de un motivo, a priori, aditicio, como puede ser la referencia a Telde como mero enclave en el que desarrollar una historia cualquiera, una suerte de matices fundamentales para el desarrollo de la trama narratológica de Las espiritistas de Telde. Un caso como el de la familia Van der Walle pudo suceder en cualquier lugar del mundo; pero el caso concreto, único, el infausto acontecimiento de la familia Van der Walle, sólo pudo ocurrir en Telde, y no en un Telde cualquiera, no, sino en uno muy determinado: el de los años que antecedieron a la Guerra Civil española.

Como se podrá constatar en la lectura de esta conferencia, el profesor Quevedo García logra demostrar la importancia del paisaje en la gestación de los acontecimientos narrados, ya que si Telde no hubiese sido como era y, entre otras cosas, adoleciese de ese marcado parecido con Jerusalén, Jacinto Van der Walle -al margen de males congénitos- no tendría contexto alguno en el que asentar y desarrollar sus desvaríos proféticos ni su hermana Francisca, por extensión, acabaría reclamando la muerte de Ariadna para que el alma de éste pudiese subir a la derecha del Padre.

Telde es el origen de una dinastía que inicia un judío holandés, Pieter Van der Walle, en el siglo XVI, quien, huido de la justicia por haber sustraído fondos municipales que custodiaba, logra embarcarse de polizón rumbo a Sevilla y de aquí, casado con María Vargas (o Josefina Aurelia), llega hasta las islas del sur, o sea, Canarias, donde, con cédula de honorabilidad y cristiandad vieja compradas a golpe de doblones, logra asentarse e iniciar su estirpe. Nuestra Ciudad, pues, no es más que el Edén de este holandés que, en un afán por no perder su identidad y, consecuentemente, a sí mismo, logrará retomar un apellido que escondió en los lugares donde ya estaba condenado a ser nadie: Vanderst, en L’Ecluse (Zeebrugge, Gante u Ostende) y Vandale, en Sevilla. Siglos más tarde, las páginas doradas que comenzase a escribir Pedro Vandale al frente de La Vega tendrían un amargo colofón en el crimen sobre Ariadna Van der Walle. Como si de un ente superior se tratase, Telde ha sido testigo y, a su manera, ha coadyuvado a que la gloria pecuniaria que los ingenios de azúcar concedían a la próspera hacienda del holandés se convirtiese, con el tiempo, en la extirpación traumática de un clan que no desapareció por mor de los distintos acontecimientos históricos que habría de sobrevenir a nuestro país en las décadas posteriores, ni por el cruce con otras familias que trajese consigo la desaparición paulatina del apellido, sino por la trabazón del fanatismo con la ignorancia, que, en un ambiente tan mágico, mítico y legendario como el de nuestras islas y, sobre todo, el de nuestra tierra, terminó por desembocar de forma irremediable en una tragedia como la descrita en las páginas de Las espiritistas de Telde.

Durante el mes de junio, aunque no estaba inicialmente previsto, el ciclo tuvo la fortuna de contar con la profesora Jiménez Betancor, quien nos ofreció su particular visión de Fernando González a través de los dos términos más importantes que quiso resaltar en su disertación del 13 de junio: «Humanidad» y «Poesía». Siguió a esta pequeña conferencia la presentación de un proyecto nuestro, actualmente esbozado en sus líneas más superficiales, que intitulamos Muestras para una cronología-biobibliográfica de Fernando González.

Tras los meses de julio y agosto, culturalmente inhábiles, retomamos el ciclo el 28 de septiembre con La presencia de la poesía de Domingo Rivero en la ‘Escuela Lírica de Telde’ del profesor Padorno Navarro. Su magisterio se nos antojaba imprescindible en nuestro ciclo pues, como argumentábamos en su momento, aúna en su persona no solo el valor de ser uno de los mayores especialistas en Literatura canaria, como lo avalan sus no escasas publicaciones en la materia y sus ocupaciones docentes e investigadoras en la Facultad de Filología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, sino que, además, estamos ante uno de los poetas más consagrados del archipiélago canario y de lo que cabría calificar como poetas del Atlántico, con América y Europa como ámbitos de difusión de una lírica, la suya, que para nuestra historiografía literaria quedará ubicada en los límites de una generación y una antología, la de Poesía Canaria Última de 1966. Su condición, pues, de juez y parte de nuestras letras lo han convertido a nuestros ojos en un invitado idóneo para que mirase, a través de su prisma de múltiples perspectivas, a los escritores teldenses y, más en concreto, al grupo que formaba lo que se ha venido a conocer con los tiempos como «Escuela Lírica de Telde».

El propósito que persigue nuestro conferenciante-articulista con este trabajo no es otro que tratar de justificar, de manera más o menos explícita, la existencia de una escuela lírica que funda su razón de ser en motivos poéticos y no tanto en otros de raigambre meramente circunstanciales: escritores nacidos en un mismo lugar, con pocos años de diferencia, asiduos participantes en veladas literarias celebradas en su localidad… Hacía falta encontrar estos nexos estéticos para dar fe de que estamos ante un grupo de poetas que manejan para sus composiciones referentes y motivos literarios comunes como pueden ser una afición a escritores como Domingo Rivero y que sea esta inclinación la que mueva a creadores como Saulo Torón o Fernando González a tomar como eje de algunas de sus composiciones temas de índole metafísica, tal y como se nos apunta en esta conferencia. He aquí donde únicamente entendemos que debe verse la homogeneidad, la unidad lírica de la «Escuela»; por encima, repetimos, de otras consideraciones, a los poetas y sus poéticas cabe juzgarles desde el reflejo de sus obras y no desde los perímetros de su existencia.

[continuará]