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He vuelto de un viaje donde se me quedó el espíritu entre los tiles, los laureles y el palo santo. Me traigo a cambio el vino del volcán, los amaneceres con sus brumas, el verde en la retina, la poesía y el amor en los ojos de mi amada.

Hemos pasado una semana en la isla bonita, en San Miguel de la Palma, en el corazón de la laurisilva, subiendo cerca de las estrellas, tocando la lava, respirando el aire seco del pinar en Taburiente y descubriendo seres mágicos en las profundidades del bosque.

Recuerdo todavía como canta, distante, el agua que entre la fajana de los barrancos fluye, siento como el fayal se mezcla con los brezos en una sinfonía de verdes que mueve el viento, de glaucos y esmeraldas engalanados, subiendo ladera arriba para unirse a los pinos y al palo santo, enmascarados por la neblina de la mañana mientras caminamos rumbo a los nacientes de Marcos y Cordero.

Todavía sentimos los músculos quebrados por una bajada a través de los grandes bloques de basalto del barranco del agua, rumbo a los Tiles, todavía oímos el graznar de la grajas y el canto del chiriví entre los árboles, el sonido del agua entre los helechos gigantescos y el aroma de la madera húmeda, después de volver sin habernos, del todo, ido de allí.

Poblando los laureles de la memoria sigue habiendo figuras míticas que nos observan: un oso erguido entre el sotobosque, un dragón con ojo rojo y una corte de hadas invisibles aleteando en la bruma, animándonos en nuestro descenso penoso.

Después repusimos fuerzas en la casa de Asterio, en Puntallana, reconfortados con el mejor queso palmero ahumado frito, acompañado de mermelada de tomate, carnes a la brasa y vino de la tierra, siempre el vino, elixir de la tierra benahorita.

Los vinos palmeros nos reanimaron después de ascender a la Cumbre o bajar a las Salinas de Fuencaliente, cruzando el volcán, fundiéndonos con la negra tierra. Probamos el malvasía shakespeariano, el albillo garafiano o el listán blanco. Nos recibieron como a los nobles en la bodega Carballo de Fuencaliente, que regula la temperatura con un tubo volcánico bajo el suelo y también Eufrosina nos abrió su bodega El Níspero en la medianía de Garafía, entre pinares y grajas, para ofrecernos sus galardonados vinos y regalarnos con su tiempo.

cuervo_la_palmaOtro día un cuervo ilustrado, de negro azulado, nos danzó a la vista de Taburiente, desde un mirador en la Cumbre. Nos miró y nos dio la bienvenida a su territorio en las alturas, mirándonos a los ojos para saber si éramos dignos de atravesar aquel espacio sagrado, poblado de espíritus.

Los nombres de algunos palmeros son sugerentes, originales, siderales, casi cabalístiscos: Asterio, Arsenio, Neólida, Eufrosina, Atanasio, Medardo, Melquíades. Quien así es bautizado está marcado para lo asombroso, lo sagrado, lo maravilloso. Son reflejo de la magia del territorio que habitan, una joya engastada en verde, una maravilla insular.

No quisimos ver los nuevos proyectos de carreteras ni la nueva terminal del aeropuerto, ni los grandes hoteles, ni otras amenazas que están presentes por doquier en otros sitios del Archipiélago.

Nos volvimos con los ojos prendados del verde, de las estrellas, de los dragones, del vuelo de las aves, del acento y la magia de La Palma.

 

Fotos de Antonio Cabrera Cruz