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En este septiembre otoñal me siento mexica,
me siento náhuatl, esperando la lluvia,
al néctar de la tierra
lleno de pulque y arcilla;

esperando que penetre en el suelo,
que Tlaloc llueva sobre mis islas
el agua de la vida.

que cruce el océano y derrame aquí
sus lágrimas,
llenas de perlas,
preñadas de color,

que sus tlaloques se ciernan sobre las cumbres,
que toquen los tambores,
que piten,
que truenen,
que silben,
que dancen,

que exhiban sus penachos,
llenos de relámpagos,
pintados de fiesta,
que atronen por los barrancos,
que resuenen los ecos
de las aguas en descenso,
con ruido de callaos
rodantes hacia el mar.

y que vuelvan a empezar el ciclo.

Debe ser el calor. Este septiembre se va despidiendo con un calor retrasado. La mar de fondo del oeste llega a la orilla de la playa de Las Canteras con la fuerza de haber cruzado el océano, impulsada por una borrasca atlántica que nació a tres mil millas de aquí, en el Golfo de México.

Ha devuelto en dos días de furia la arena que se había llevado la marea durante el verano. La sacó del fondo y la ha depositado al pie de mi escalera de acceso a la playa. La mar ha cubierto lo que la mar descubrió. Debajo yacen las dunas fósiles de las que se nutre la arena; hasta que el próximo temporal reviva el ciclo y me enseñe los fósiles que atesora.

Como decía, debe ser el calor; y se me ha ido la memoria a un libro que leí en la ferocidad devoradora de la adolescencia: ‘Tlaloc, el dios de la lluvia llora sobre México’, escrito por el húngaro Laszlo Passuth.

Fue Passuth un enamorado hispanófilo y, por ende, americanófilo. Escribió su crónica novelada de la conquista de México desde el punto de vista de los vencedores, pero con la poesía de aquellos pueblos amerindios, con el misterio de sus culturas, la grandeza de sus construcciones y los dilemas que acompañan a los tiempos convulsos. Me encantó la novela, escrita en 1939; y que debió caer en mis manos hacia finales de los años setenta del pasado siglo.

Es curioso la escasez de autores y libros españoles dedicados a la novela histórica en fechas anteriores a los principios de este siglo XXI. Es verdad que ahora florecen estos autores, más guiados por intenciones poco literarias y más orientadas a servir de base a series televisivas o cinematográficas; pero en esos años juveniles había que irse a los anglosajones.

Quizás por casualidad llegué a Passuth, cuyo libro que me pareció más exótico y barroco que los elaborados con la habitual pulcritud de los británicos en esos territorios literarios. Me he negado sistemáticamente a leer la “hollywoodiense” Azteca de Gary Jennings de 1980, ni ninguna de sus secuelas.

Como decía al principio, debe ser el calor lo que me ha hecho rememorar un libro que leí hace más de treinta años y sacar un poema mientras escuchaba la canción “Dios de la Lluvia” de ‘El Último de la Fila’.

El dios de la cabeza de ocelote, Tlaloc, quinientos años más tarde sigue lloviendo sobre México, e impulsando los frentes de tormenta que giran levógiros a través del Océano en dirección a Canarias, a mi playa.

 

Foto por ANGELOUX: Ver Original.