OPINIÓN > Por Juan Crisóstomo

Rondan las 00.00 horas del sábado 24 de mayo, o sea, ya es domingo 25. Todavía están mis piernas moviéndose al compás del ritmo, mis brazos siguen levantándose hacia el cielo en una palmada casi extraplanetaria y mi corazón sigue palpitando emocionado. Y no se me ha aparecido alienígena alguno ni de repente me ha entrado una extraña melancolía recordando tiempos pasados… O sí, pensándolo mejor, quizás esto último sea lo más adecuado para describir estos dos últimos días: mi cuerpo y mi recuerdo han recibido un meneo, el sonido ha entrado por mis oídos y la luz por mis ojos, y se han encargado de estremecer el resto de mi estructura corpórea. Aún suenan en las esquinas de Vegueta, detrás de la Catedral, no las campanas, sino la música puesta en escena por parte de la Orquesta Universitaria Maestro Valle (OUMV), una formación perteneciente a la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y que, en mis idas y venidas, he venido disfrutando a lo largo de esta temporada, quizás no todo lo que hubiera querido y deseado, pero sí lo suficiente como para lamentar las ocasiones perdidas de estar allí, en sus conciertos.

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En estos dos últimos conciertos, la orquesta se ha propuesto entregarnos un repertorio actual y se ha subido la cremallera de la chaqueta, se ha ajustado la solapa, ha estirado sus brazos y mangas, y nos ha ofrecido a todos los que nos hemos acercado al Paraninfo el viernes 23 y a la Plaza de San Antonio Abad el sábado 24 un concierto de esos “de época”, como diría un purista. Todavía vibra el empedrado de las calles con versiones de los Beatles, Queen, Michael Jackson y Pink Floyd, con un muro protesta formalizado por el aire marcial de los músicos, en una interpretación crítica con el cercenamiento de los derechos a disfrutar de la cultura por parte de un ministro “poco bailón”. Y a esta propuesta de Rock Sinfónico han respondido un Paraninfo totalmente lleno el viernes 23 y una plaza repleta el sábado 24… Ojo, con final de Champions incluida, prórroga y lluvia en la segunda obra, todo un reto que demuestra el arrastre de este conjunto.

Vengo siguiendo desde hace tiempo a este grupo. De este momento rockero hacia atrás, he disfrutado de puestas en escena que me parecen aire fresco para la actividad cultural de la capital y de la isla, sí, de la isla porque esta orquesta extiende su música más allá de los límites de su sede, en Las Palmas de Gran Canaria, desplazándose en su corta vida a diferentes municipios grancanarios. La última propuesta antes de estas dos noches fue la de un concierto Cum Laude, un evento celebrado bajo la cubierta del XXV Aniversario de la creación de la propia Universidad y que llevó al Paraninfo movimientos de conciertos para solistas de compositores como Bach, Mozart, Stamitz y Brahms, y en el que intervinieron como concertistas los propios intérpretes de la orquesta, lo que ofrece un punto de muestra del nivel que hablamos cuando pensamos en su capacidad interpretativa.

Anterior a este Cum Laude, la agrupación ya se había movido por un repertorio muy reciente y, concretamente, en el “valle del jazz”, como se llamó el concierto que interpretaron junto con la Perinké Big Band, y en el que la sección de cuerda frotó sus cuerdas al ritmo sincopado y atrevido de composiciones del género, llenas de fuerza e intensidad. Este concierto es uno en los que no pude usar butaca, y mi inasistencia fue maldecida en una autocrítica porque quien asistió disfrutó, y eso es mucho peso para mí.

Como las secciones de la orquesta tienen la posibilidad de trabajar de manera aislada, en febrero sí pude disfrutar (y allí estaba en tercera fila) de un concierto de las secciones de viento y percusión de la orquesta. No fue un concierto para banda sinfónica, con repertorio abierto a estas formaciones que giran alrededor de la abundancia de masa sonora en clarinetes y saxofones; al contrario, el concierto fue una interpretación de obras en las que el conjunto estaba más próximo al equilibrio que da una agrupación de cámara que a otra formación de más sonido. Y la constitución del conjunto no supuso problema alguno: el sonido mostrado y el repertorio elegido sacó a relucir timbres y sonoridades exentas de la suave pátina que da la cuerda frotada, pero lo escuchado sonó verdaderamente redondo.

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El remonte al año pasado, al comienzo de la temporada, no deja tampoco posibilidad alguna de permanecer impasible en la butaca mientras se escucha y disfruta a la Orquesta Universitaria Maestro Valle. El concierto preparado para Navidad supuso un punto de inflexión de la temporada, no sé si sería por la cercanía de las fiestas navideñas o por las ganas que tenía de gozar una velada musical de esas en las que desde el primer instante quedas postrado en tu asiento, sin poder moverte demasiado e incluso cerrando los ojos, aunque si los cerrabas te perdías parte de lo que supuso un espectáculo de lo más entrañable escuchado por un servidor desde hacía tiempo. Bajo el leitmotiv de Co-opera, la OUMV se plantó en el escenario con una propuesta a modo de excelente perfume, corto en volumen, increíble en el aroma. A cada instante en que esa esencia goteó, dejó una fragancia en todos los oyentes y presentes de una intensidad tal que nos la pudimos llevar a casa y durante varios días impregnó nuestro quehacer, recordando lo escuchado y vivido. Gotas de ese perfume fueron la interpretación equilibrada de pasajes conocidos de ópera, algunas acompañadas de un coro participativo, muy del estilo de la orquesta, que tuvieron su máxima brillantez en la intervención de Estefanía Perdomo en el “Vals de Mussetta” de La Bohème, con una vistosa entrega al amor visible y algo celoso, o en un increíble Francisco Navarro en un “Nessun Dorma” de Turandot que removió las almas de un público que antes del acorde final ya plasmaba puesto en pie y con una ovación cerrada la interpretación de un personaje que sólo tuvo que decirnos que al final de todo, se vencerá.

Sólo un mes antes, en noviembre y en coincidencia con la festividad de Santa Cecilia, visitó la orquesta el Teatro Pérez Galdós, y llevó bajo el brazo una recopilación de la música de película en repertorio hasta esa fecha. El lleno fue casi total, el teatro disfrutó de una gran noche y una excelente música, y qué mejor regalo para todos que allí donde han estado, en escenario y en foso, las orquestas más grandes, esa noche se hiciera un hueco una orquesta canaria. A la salida de ese concierto, y a la pregunta de cómo había podido llenar el Teatro una agrupación sin una carrera no tan dilatada como otras, uno de los componentes comentó que no sabía muy bien el porqué, que ellos hacían e interpretaban lo que les gustaría oír en un concierto, y que también habían llenado el Auditorio de Tejeda de gente amante de la música la semana anterior. Un éxito desde la cumbre a la costa.

Ahora, ya recuperado de todas estas emociones, y mientras mis piernas me agradecen que para escribir no esté aun bailando el “Crazy Little Thing Called Love” de Queen, termino este comentario sobre lo que supone la aparición de la Orquesta Universitaria Maestro Valle de la ULPGC pidiéndoles, si es posible y así lo quieren, que sigan ofreciendo frescura y versatilidad en el diseño e interpretación de repertorios; y que, sobre todo, desmitifiquen el hecho de que ir a un concierto de música clásica no significa necesariamente aplicar ciertas reglas de rigidez, heredadas de otro tipo de planteamiento musical y cultural. Un concierto de la OUMV es un evento para disfrutar.

A punto de descansar y de dejar de plasmar en negro sobre blanco esta relación que he establecido con la orquesta a través de su quehacer y mis ganas de respirar aire fresco, deseo que esta próxima temporada, la sexta de su andadura, constituya para la agrupación y para todos los que nos hemos enganchado a ella, un sentido paso más, una agradable sorpresa.

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