Opinión sobre el programa “VOX” de la Orquesta Universitaria Maestro Valle de la ULPGC

 

Que no calle el cantorHacía algún tiempo que no me sentaba a escribir nada. No por pereza ni mucho menos, aunque cierto es que parece que uno se aletarga con los fríos, incluso con los calores. En resumen, elige el silencio.  Es elegido, lo sé. Pero no sé por qué me quedé pensando en esa palabra al escuchar la presentación del concierto VOX del pasado jueves y protagonizado por la Orquesta Universitaria Maestro Valle de la ULPGC. Comenzó el concierto precisamente hablando de silencio. ¡Qué paradoja!. Una velada musical comenzando con el silencio.  En palabras de la presentadora, “Si se calla el cantor canta la vida”, decía Guarany, pero más terrible fue la aseveración de que nos hemos instalado en un silencio casi perpetuo. Esto es algo que se palpa, porque ya ni las esperas en cualquier sitio son sonoras, sólo se oye el tono del mensaje entrante del Whatsapp, si acaso.  Hemos tendido al silencio, lo hemos elegido.

VOX comenzó desde la voz, con José Brito como hilo conductor del video con el que Barrios Orquestados quería plasmar su singladura en el campamento para refugiados de Kara Tepe, en Lesbos (Grecia). No había frío en sus palabras (aunque sí en su rostro, porque lo hacía). Había mucho calor, del bueno, de ese que abriga las almas, en la iniciativa. Era cómodo de ver desde el refugio de una butaca en esta bendita ciudad.  Allí no está siendo así, en Kara Tepe hay muchas almas sedientas de calor, y algo menos, de abrigo. Son las paradojas. Es primer mundo también. Pero bueno, otro tipo de primero. Nosotros, a lo nuestro, a permanecer en silencio ante lo que ocurre.

Y del silencio al sonido. Fue un buen acierto empezar con el HUM, con esa manera de cantar con la boca cerrada que todos hemos utilizado para tararear en los espacios que no podemos porque no es el sitio para cantar, o muchas más veces, cuando nos da vergüenza mostrar que no sabemos la letra de la canción que está sonando y el de al lado sí.  La propuesta de Sergio López estuvo novedosa, innovadora, siempre contando con que se basaba en la improvisación y, por tanto, dan para mucho las variaciones que pudieran darse.  El resultado fue una obra espléndida, porque en esto de improvisar hay que saber las reglas, y en ningún momento pareció que la música se tornaba en algo no deseado. Al contrario, sirvió para escuchar apuestas sonoras diferentes, en el piano, en la orquesta y en el coro.

¡Qué bonita música la de “Je veux vivre”! Este aria, de “Romeo y Julieta” de Gounod, es una exaltación a la vida, un vals con un ritmo jovial que engancha desde que la soprano emite su primera nota.  “Je veux vivre”, nos presentó a una Julieta fantástica, una Judith Pezoa increíble, cargada de voz, con un lucimiento espectacular y con intención de hacérnoslo pasar bien. La orquesta estuvo a la altura dada la dificultad de seguir a la cantante en la manifestación vital de la canción. Se recreó Judith en cada gesto, en cada movimiento de su cuerpo. Cantó excelentemente. Dejó el momento muy arriba.

“Una furtiva lagrima” supone una de las arias más interpretadas en conciertos y recitales por los tenores.  La obra partió con un excelente solo de la joven fagotista solista, una melodía con un sentimiento y una ejecución magnífica, sentida, con un ritardando final de una belleza increíble. Manuel García estuvo a la altura de semejante empresa, cedida por la solista de fagot, y cogió la responsabilidad de mostrar un aria que de ser habitual es más fácil caer en el “estuvo bien”, que en el “excelente”. De esta forma solucionó el tenor este aria, con un vibrato sonoro y un timbre de voz de tenor clásico.

Que no calle el cantorLa siguiente pieza no fue tal, no fue musical. Intento recordar exactamente el momento de lo que les voy a escribir pero no doy con el instante, aunque sí con lo sucedido. Lo siguiente en sonar en el Paraninfo fue la voz de un espectador, alta, recriminatoria, hacia la llamada entrante de algún teléfono móvil de la sala no apagado. No se oyó la llamada, se oyó la protesta. A sus palabras quiso el maestro José Brito aportar algo de calma y cordura, pero el hecho cierto es que ya nos permitimos y permitimos de todo. Era lo que les decía del silencio. Cuando hay que procurarlo hacemos lo posible porque no haya.  Desde mi butaca, bastante atrás y arriba del patio, veía constantemente reflejos de los móviles encendidos, cierto que para grabar lo que sucedía, pero también vi gente jugando con él, con una pantalla encendida en aquella oscuridad que distraía de la labor de atención a cualquiera. Nuevamente el silencio cómplice de todos, dejando que aquellos que no entienden a lo que están yendo al Paraninfo puedan utilizar el deseo del resto como algo inexistente e irrespetable. Mi propuesta es incorporar al previo del concierto esas palabras que despierten en el espectador la necesidad de que el móvil sea apagado durante la velada.

Se retomó el concierto con la interpretación del “Intermezzo”, de “Cavalleria Rusticana”, de Mascagni. Esta pieza es genial, de una belleza descomunal. Sencilla y, al mismo tiempo, sublime.  Ya la había oído en su día en un concierto de la orquesta pero, a diferencia de aquella ocasión, también a gran nivel, la orquesta ha alcanzado un grado de madurez que permite adaptarse a los requerimientos del director, en matices buscados y en tempos fluctuantes. No fue una sensación, sino tuve la certeza de que esta orquesta está madura para acometer mayores cometidos, porque son capaces de desgranar la música, de encontrar la belleza en los detalles, y esta obra así lo mostró.

“Mon coeur s’ouvre a ta voix” es una aria para mezzosoprano de una calidad y emotividad como hay pocas. Cantada por las mezzos (y algunas sopranos) como parte de su repertorio, la belleza de este aria es algo inusual, por la música y por el sentido del instante. Dalila quiere conocer el secreto de Sansón, para así poder derrotarlo sus paisanos, pero es tanta la admiración por él que le canta su amor. Es increíble la gestualidad de Rosa Delia Martín, su voz, sus manos acariciando en el aire a su amado, consciente de su ineludible traición. Nos dejó anclados al asiento. Vale la pena una vida de amor por la música para tener la oportunidad de escuchar arias como estas, tan bellas y tan bien ejecutadas. La mezzo contó en todo momento con la entrega de la orquesta, pausada, en un volumen adecuado al momento, con el timbre de alma del corno inglés y un clarinete solista al que continúo recordando en el precioso solo central de Sansón, entregado en los brazos de Dalila, inocente de su futuro.

Siempre me ha gustado Mahler. Creo que es uno de esos autores que poseen una profundidad en su música que se me antoja cercana al alma. En sus canciones para orquesta saca a relucir una de las partes más complicadas para cualquier compositor, la de poner música a un texto, a poesías bellísimas.  En “Ging heut Morgen übers Feld”, de las Canciones de un compañero de viaje, el barítono Samuel Modino sacó a relucir su trabajo de la obra, aunque los nervios atenazaron su voz en algunos momentos, impidiendo sólo en esos instantes disfrutar de su calidad vocal. Aun así, nos regaló un Mahler resuelto. Y no me equivoco al pensar que quizás este autor puede venir bien a la orquesta en su repertorio, dada su complejidad, para buscar otros registros diferentes, otros retos, aunque ciertamente la Orquesta Universitaria Maestro Valle siempre ha arriesgado en sus propuestas sonoras.

La transición hacia la última parte del concierto supuso la interpretación de “Los trabajadores agrícolas”, de la Suite “Estancia” de Ginastera. Esta obra, al igual que el Intermezzo, sirvió para comprobar la prestación de la Orquesta Universitaria. La obra en sí es enérgica, y la ejecución de la orquesta fue muy buena. Incisiva. Intensa. Rítmica. La presentación de la obra por la serena y, a la vez, amena voz de Cristina del Río, ayudó a comprender la fuerza con la que comienza desde el primer compás….

“Alfonsina y el Mar”, de Ariel Ramírez, siempre ha sido santo de mi devoción. En general, porque recuerdo escucharla en la voz de “la negra”, de Mercedes Sosa, en mi juventud y en la de Mercedes. Pero en especial, porque recuerdo acceder a la poesía de Alfonsina Storni, a través de la sugerencia de esta canción, de conocer la historia de la poeta y, ciertamente, encontré versos de una maravillosa belleza, como el de su poema “Alma desnuda: Alma que fuera fácil dominarla / Con sólo un corazón que se partiera / Para en su sangre cálida regarla”.  Para cantar esta canción hay que disfrutar de un temple especial, de una emoción interior, de alma, porque cuenta lo que cuenta… Sara Henríquez tiene todo esto que digo, temple, emoción, voz y alma… Como una libélula, que vuela a través del agua mirando más allá de lo que está en la superficie. ¡Qué voz y qué sentimiento para alzar la canción a su sitio, al cielo! ¡Pude ver la cara de sorpresa en el público ante la mezcla de juventud y fuerza inesperada……! El arreglo de David Masperi tampoco fue menos; entendió perfectamente que esta canción lleva eso, su justa medida, no hace falta cargarla demasiado, porque la canción es transparente y triste a un tiempo. Así lo entendió también la cantante, ofreciendo su increíble voz a una de las mejores canciones de la historia.

Bernstein hizo su propia versión de Romeo y Julieta en West Side Story. La rítmica de esta obra es el alma máter y el leitmotiv de la misma. Pero en “Somewhere” todo cambia. Bernstein ofreció a esta pieza de no más de dos minutos la quietud inicial, la emoción del desarrollo y la paz del final. En sólo dos minutos.  Interpretaron esta pieza en dúo Judith Pezoa y Manuel García, en los papeles de María y Tony respectivamente, emotivos en su interpretación.  Pero también hubo una sorpresa en escena puesto que el director cedió generosamente su batuta a uno de los integrantes de la orquesta, al oboe solista, que cumplió con creces el cometido de llevar la orquesta y a los cantantes a ese lugar, a ese sitio donde María y Tony podrán vivir su amor, su entrega, su nueva forma de vivir,…  Gran sonido el que emanó de la orquesta en este tema (y en todo el concierto).

La última obra de la noche fue el “Anima Mea”, del “Magnificat” de John Rutter.  En las ocasiones en las que he oído cantar al coro, y aquí lo hizo, siempre ha estado a gran altura dada la ilusión con que abordan los repertorios en los que el maestro Hugo Escobar los introduce y lleva. Este fue especial. “Anima Mea” es un movimiento increíble, de una sutilidad y belleza, de armonías sencillas pero muy efectivas. El coro cantó como un solista. En conjunto. En bloque.  ¡Qué gran trabajo! Y sobre todo, qué gran oportunidad de acercarse a la música a quien lo quiera, a prestar su voz al bien común, al trabajo colectivo de participar en conciertos como este, de hacer lo posible para hacer pasar un rato inolvidable.

Dejé de asistir al concierto de Oberturas porque el desplazamiento a Agaete o a Tejeda se me hacía complicado, pero vuelvo al Paraninfo y me encuentro una orquesta madura, de calidad. Y me asombra cada vez más su capacidad de crear situaciones nuevas. Nuevos temas para nuevos repertorios. Ahora fue VOX. Pero nos seguirán sorprendiendo.  Es increíble como el trabajo consolidado de todos estos ocho años han llevado a colgar el cartel de lleno de un espacio como el Paraninfo en todos sus conciertos recientes.  En esto la Orquesta Universitaria es única, como necesario e imprescindible es el trabajo de José Brito, Director de la misma: un trabajador incansable, dotado de una humanidad a prueba de momentos fríos o callado.  Todo lo relacionado con la orquesta es algo digno de análisis y de estudio. No sólo externamente, en el ámbito cultural, sino internamente. Me explico: estoy seguro de que los nuevos rectores de la Orquesta, recién elegidos, sabrán manejar adecuadamente este diamante, y lo potenciarán de manera coherente. Disponer de un proyecto como este, de esta calidad y valor, en una Universidad, es algo a lo que muy pocas instituciones de este tipo (y de otros ámbitos) tienen acceso.

Pero no sólo eso. La Orquesta Universitaria está trascendiendo mucho más que por el hecho de hacer excelentes conciertos. El pasado jueves se levantaron, en un momento de la velada, cinco jóvenes músicos procedentes del proyecto Barrios Orquestados. Orgullo de todos, lágrimas de su gente. Son la punta del iceberg de lo que está por venir. La avanzadilla. Incorporaciones mágicas porque vienen de un proyecto social y humano en el que desde hace cuatro años y medio vienen trabajando con tesón un grupo de profesionales para propiciar un cambio, esa inoculación de vida a través de la música, porque una de las formas más contundentes y efectivas de dejar atrás el silencio es la cultura. Y para disponer de cultura es precisa la educación. Es la base fundamental. La educación permite tener y disponer de personas críticas que puedan desarrollar su conciencia adecuadamente, reforzando, corrigiendo, fomentando o negando lo ya estipulado.  Es el único camino. Barrios Orquestados viajó a Kara Tepe a llevar el calor a través de la música. Aquí, en casa, es un placer inmenso sentarse en la gran chimenea del Paraninfo para que la Orquesta Universitaria nos transmita el suyo.  Espero que entiendan que mi relación con ese conjunto es algo más que como espectador, porque me engancharon, recuerdo, tras aquel memorable concierto de música latinoamericana y terminaron de construir mi adoración por ellos en el concierto de hace exactamente un año con Los Gofiones, en aquel ALIANZA. En medio, un Beethoven, un Rock Sinfónico… Ese calor del que les hablaba nos reconforta. Nos hace dejar atrás el silencio.  No deseo que ustedes se callen. Levanten la voz. No dejen que se calle la vida.