Querido Lothar:
Finalmente he encontrado el momento de escribir para ti. Me he resistido, amigo. Quería despertar y que todo hubiera sido una terrible pesadilla, un absurdo mal sueño.
¡¡¡Cómo te añoro!!!
Qué difícil plasmar en papel tantos sentimientos encontrados, tantas conversaciones compartidas, tantas preguntas y respuestas que van y vienen de un lugar a otro lugar, tus enseñanzas de música y de vida, aquellos recuerdos que nos acompañan a todos los que tuvimos la fortuna de compartir contigo al menos un minuto.
La tristeza se convierte en compañera melancólica de los días de marzo y nos hace sentir que la vida es un cristal altamente quebradizo.
En este mundo solo estamos, a la postre, cuatro días: todo es fugaz, rico y vulnerable. Pero estoy convencida que la estela del recuerdo, el inmenso equipaje de imágenes y experiencias inmejorables, nos alentará para que todos los que te queremos continuemos trabajando unidos, sobre todo unidos, en pro de esta maravillosa profesión que llevamos adherida a nuestra alma y a nuestra piel.
Mientras tanto tú, maestro, amigo, consejero, no nos dejes solos, sigue velando por nosotros desde allí donde estés.
Acabo con un fragmento de una preciosa canción que viene a rezar: “…y si el azar te lleva lejos que los dioses protejan tu camino, que te acompañen los pájaros y que te coronen las estrellas. Y en un rincón de esta voz permanecerá guardado siempre tu nombre…”
Hasta siempre, maestro, amigo.
Mi querida Isabel, yo también me resisto a despertar, aunque los golpes que siento alrededor hacen que despierte.
Sólo ha faltado una palabra, vecina, con la que él te diferenciaba de cualquier otra persona. Gonzalo y tú erais esos vecinos en los que confiar y compartir, compartir secretos, proyectos, opiniones, charlas del más alto nivel o sólo comentarios jocosos del día a día.
No dudes que seguirá en nuestro corazón y espero que también en tu buen hacer, mi querida «maestrina».
Fredes