Artículo de Marina Hervás para la Fundación Nino Díaz

La Mer de Claude Debussy

Cuadro L’Esprit de Saint Louis_15c_de Enrique Mateu

¿Qué hay más veraniego que la familia que, asfixiada con la contaminación y el caloret de la ciudad, se marcha a la costa con un coche lleno de bártulos?

 

Por eso hoy… ¡Vamos a hablar del mar en la música! Hay un sinfín de obras donde el mar es el marco de las historias que intentan contar los sonidos. Piensen, por ejemplo, en El holandés errante, de Wagner. El tema que me interesa en esta entrada es ver cómo los compositores intentan imitar el mar mediante la música. Es decir, cómo lo representan, lo pintan, etc.

Casi todos los compositores basan sus obras en melodías ondulantes, imitando el movimiento sinuoso de las olas o los reflejos cambiantes de la luz en el agua. Un ejemplo evidente de esto es nuestro amigo Saïnt-Saens, un compositor francés que intentó imitar los sonidos de los animales o de su entorno en la música. El ejemplo acuático es Aquarium.

Otro ejemplo de recursos melódicos y armónicos similares es Jeux d’eau de Ravel, un clásico, donde el agua en realidad es una excusa para pasajes de gran virtuosismo sin perder el transfondo lírico.

Nuestro ya conocido Felipe Cristal (Philip Glass) también le da a esto del agua con el recurso a melodías circulares en su obra H2O:

La mer, de Debussy, sin embargo, es un poco distinta. Nuestro amigo Claudio (Debussy) fue uno de los primeros compositores en pensar algo que dentro de las palabrejas de los musicólogos se ha llamado la “espacialización” del sonido, es decir (entre otras cosas), la comprensión del sonido como mancha, como pintura. Por eso, y aunque él rechazase ser considerado un compositor “impresionista”, Debussy no intentaba “imitar” sonoramente el mar, sino captar lo que el mar produce. Su música consiste más en sensaciones que en una especie de conversión del sonido en imagen. Y ahí radica su modernidad.

Como vemos, el mar de Debussy podría ser un mar o no serlo. Es solo parcialmente descriptivo, y su música nos sumerge (nunca mejor dicho), a un mundo que no podemos escuchar, pues es inaccesible a nosotros: tanto el de las profundidades del mar (es decir, aquel que está más allá del lo idílico del mar en calma que  parece que se puede reducir sonoramente en melodías ondulantes) como el de un mundo convertido en música. Nada suena en el mundo como lo que la música pretende. El viaje marino al que nos invita Debussy es algo muy moderno: no es una copia del mar, sino de su mar. La música deja de ser, a partir del siglo XX, imagen de otra cosa, una suerte de pintura sonora, o de una experiencia poetizada del compositor. Se convierte en protocolo del mundo interior del compositor y también del caos de su experiencia. Por eso, Debussy no es impresionista, sino al revés, un expresionista. El expresionismo musical se caracteriza, entre otras cosas, por nombrar al “yo” magullado, es decir, un yo no embellecido. Ejemplo de ello es este obrón, del que hablaremos un día (ya buscaré alguna excusa): Pierrot Lunaire, de Schönberg, donde cada pieza sigue diferentes estados de ánimo, y la solista medio canta-medio habla (una técnica que se llama Sprechstimme) para expresar mejor ese yo, sin imposición de que necesariamente una canción tenga que ser cantada.

Con esto del yo no remito a las historietas que se cuentan por ahí de que Debussy iba para marinero. Haya eso influido o no en que se sentara a escribir sobre el mar puede ser relevante, pero no sé si nos cuenta muchas cosas sobre la obra. En fin, que esta obra tiene muchas lecturas. Lo que me interesa remarcar en Le Mer, aunque se subtitula “tres borradores sinfónicos” y se divide en tres movimientos, es sinfónico por la orquestación, no por ninguna relación con la sinfonía. La forma se rompe a favor del contenido.

El primer borrador “Desde el amanecer hasta el mediodía en el mar” se divide en dos secciones: la primera, que comienza quizá, ¿con el despertar del mar? A mí me parece más interesante no atribuir este tipo de acciones al mar: como si el mar durmiera, o como si pudiésemos pensar el mar en esos términos. En cualquier caso, escuchamos un ascenso de la melodía, guiado inicialmente por el oboe y después por el resto de vientos. Las trompas hacen su aparición con una llamada, a la que responden los vientos madera. Las melodías sinuosas que nos llevan al mundo previo de representación marina, se rompen por interrupciones, algo radical en 4:06, un momento de transición que da lugar al coral de chelos en 4:42.

El segundo borrador “Juegos de olas” de olas no tiene ‘ná’ (8:32). El vaivén que nos esperaríamos de las olas, que tan encandilados/as miramos en las tardes de verano ir y venir, se convierten en Debussy en un cúmulo de ideas sueltas que se van encadenando. Le interesa mucho más el “juego” que las olas. Escucharemos al principio un arabesco, que nos sonará con un toque oriental, que se interrumpe de forma radical por un tema mucho más vertical (10:14). ¿Que qué es un arabesco? Es una palabreja inventada por el compositor Schumann para hablar de piezas de forma libre cuyas melodías son sinuosas, como si fuese una traducción musical de la decoración típica del mundo árabe. Hay obras como esta de Marin Marais que también se llama L’arabesque, pero su carácter es totalmente distinto a los arabescos como forma y como motivo.

Para que vean la diferencia, les dejo aquí un arabesco del propio Debussy…

El tercer y último esbozo “El diálogo entre el viento y el mar” (15:20), es quizá el que nos remite más a imágenes. No es de extrañar: su influencia en el cine ha sido extraordinaria. En realidad, esta pieza es un rondó. Es decir, hay un tema que vuelve y vuelve (como un estribillo- 16:47) de una forma más o menos idéntico, mientras que lo que sucede entre estribillo y estribillo varía completamente. Es por eso que algunos piensan que esta pieza es una sinfonía, porque muchas sinfonías terminan con un rondó.

Y con todo esto… ¿quién no se daría un chapuzón en el mar de Debussy?

Marina Hervás

marinahervas@fundacion-ninodiaz.org