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Masturbación de mujer

Desnuda en la blanda cama y tendida

el suave roce de las sábanas en mi piel

las manos distraídas comenzaron a hacer

y caricia a caricia, lentamente, quedé encendida.

Las yemas de los dedos repasaron mi sexo

y poco a poco los dedos se hundieron

la mano sobrante recorrió mi pecho

mis labios brillantes pidieron cielo

más duro y más grande será otro objeto

registra y repasa mi raja todo lo larga

y en círculos mínimos regala dentro.

Me invade todo un placer inmenso

con más energía los saco y los meto

rendida me quedo. Contigo sueño. (Anónimo)

 

El Autogozo nos permite vivir desde nuestro propio cuerpo y a través de él, poder disfrutar de experiencias de extasíes y de  satisfacción personal. Nos permite acariciarnos o jugar en esas zonas del deleite. Nos permite disfrutar de nuestro espacio vivo.

Erika estira los brazos y se soba los pezones para que se yergan. Se sienta en posición cómoda y abre generosamente las piernas; ahora se puede mirar desde abajo al interior de la mujer. Juguetea con el vello púbico. Se lame con fuerza los labios mientras… Elfriede Jelinek en su obra La pianista.

En la mujer el onanismo consiste en acariciar el clítoris con pertinaces movimientos circulares. La forma, presión y el ritmo varían de una mujer a otra y no siempre tiene que ser un ejercicio realizado en la angustia de la soledad.

Los antiguos hindúes aprobaron la masturbación. Las mujeres empleaban penes artificiales y Los taoístas chinos consentían la estimulación femenina. Algunas mujeres japonesas emplean objetos huecos llenos de mercurio. En el siglo XVI se puso de moda entre las mujeres francesas utilizar para masturbarse una varita de caucho que podía llenarse de leche u otro líquido caliente; éste se vertía en el clítoris en el momento del orgasmo. Y entre las mujeres lesu de Nueva Guinea, dicen que los autogozos los realizan con el talón del pie derecho, nunca con la mano.

También las bolas chinas sirven para obtener sensaciones eróticas al andar o para ejercitar la vagina y tonificar los músculos del suelo pélvico. Las matronas suelen recomendarlo como un agradable sistema de recuperación de la base pélvica durante el postparto.

Durante mucho tiempo las escenas de masturbación han sido objeto de tabú, incluso más fuerte en el hombre que en la mujer. Pero vimos esas primeras escenas en la película “El silencio” (1963) protagonizada por Ingir Thulin, en donde Bergman ahonda en la falta de comunicación humana, el deseo de la misma, la soledad y la ausencia de un nexo religioso, junto a agonías y desenfrenos de cariz sexual. Una escena que revela el universo begmariano. La obsesión y la fijación enfermiza del personaje.

Pero qué inocentes y sencillos seríamos si el gozoso placer sexual se limitara solamente a agasajar y acariciar el clítoris en la mujer o el pene en el hombre. No olvidemos que la configuración corporal está plagada de puntos que despiertan sensaciones voluptuosas con tan solo acariciarlos, así la cara interna de la piel humana está sembrada de corpúsculos que son receptores hipersensibles al placer.

Nuestro cuerpo es un mundo de eróticas sensaciones y, por lo tanto, se debe incluir todo en cuanto a juegos amorosos se trata y un poquito más, así podremos descubrir las zonas más sensibles a un beso, una caricia o al simple roce de la punta de la lengua. Porque la piel humana es un inmenso órgano sensorial que palpita enseguida, que entra en actividad.

Por eso desde el punto de vista evolutivo, ha perdido prácticamente todo el pelo para aumentar la sensibilidad a los toques impetuosos como a los sutiles. Para recibir el gozo tibio que nos abre el cielo.

Y hablando de caricias, un fragmento de la novela Octubre, Octubre de José Luis Sampedro:

Foto de Rosario Varcárcel

Rosario Varcárcel

Muchos se sabían de memoria los versos de Lorca y rumiaban aquello de: Sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos/ la mitad llenos de lumbre/ la mitad llenos de frío. Hasta yo me acaricié alguna vez los muslos por dentro y por fuera, notando la diferencia, aun sin hombre.

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Cuadro ‘Ariadne Asleep on the Island of Nexos’ de John Vanderlyn, 1812