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Ahí están ellos, expuestos, quietos, perfectos. Sin una arruga, inmaculados. Grandes, pequeños, gordos y flacos, bueno, tal vez los adjetivos: altos y bajos, gruesos y finos los describan mejor, pero aún así todos estos adjetivos son adecuados para ellos. No se ofenden, siempre abiertos en cualquier momento para deleitarnos. Así son ellos.

Funcionales y estéticos (también estáticos). El punto exacto, el equilibrio del diseño. No molestan, son silenciosos y están ahí cuando los necesitas. Cumplen su cometido. Colman una inquietud, y satisfacen la mente y los sueños. Son generosos, ellos.

Son expresión. Difunden y crean ideas.

Antes ligados a la función, ahora, fuente de creatividad visual, táctil, e incluso me atrevería a decir que cada editorial casi que posee su propio aroma…, han pasado de ser obras de carácter bidimensional a objetos de fetiche y lujo. Y, no hablo de los manuscritos, ni tan siquiera de los facsímiles, con éstos nos darían «las uvas» y nos pillaría la siguiente Feria del libro. No, me refiero a los libros actuales, a los contemporáneos.

Cada texto original, el contenido, lo podemos disfrutar en distintos continentes, o formatos editoriales. Gracias a ellos, al trabajo de los diseñadores, de los editores, y de la imprenta, podemos elegir, y hacer competitivo y provocar la mejora de un mismo original. ¿Suena consumista? ¿Es justo verlo así? No lo sé. Pero es así. Así nos comportamos y elegimos el diseño que más nos gusta, y lo compramos. Es entonces cuando se ponen de manifiesto sus cualidades más importantes: ser agradable y fácil de leer y manipular en la práctica.

Y lo pagamos, sí señor. Por todo el trabajo que no vemos, pero que sí apreciamos, son las ‘reglas de oro’ de la buena edición. Cuesta tiempo, mucho tiempo, y estudio, y pruebas. Y podríamos estar también hasta el año que viene comentando las normas del diseño editorial, pero para ello, ya hay libros técnicos, que son mucho mejor. Incluso ‘pdf’ muy bien maquetadas, que para quitar el gusanillo y conocer qué debemos ver al abrir un libro y comprobar los márgenes exteriores, interiores, viudas, huérfanas, kerning (sí, eso que ha ajustado Google en su logo), tipo de papel, cubiertas, solapas, cosido o pegado, etc… están muy bien, y son muy prácticas.

Pero, ¡ojo!. Que hay buenas ediciones, y muy buenas editoriales que realizan trabajos exquisitos y sus libros no cuestan una millonada. Esos son lujos que merecen la pena y te alegran el día a día. Aquellos por lo que dar una vuelta por las librerías se convierte en toda una tentación. Porque sabes que vas a pecar irremediablemente.

Por ello, hay veces que personalmente me veto las incursiones en el mundo de los libros (de papel), porque es imposible no sentir como te palpita las sienes cuando te atrae un libro, lo coges, palpas la suave cubierta, lees el título, y el autor, le das la vuelta, y te fijas en la sinopsis, lo abres, observas el papel, el índice, juegas a pasar los dedos de corrido por las hojas y te penetra el aroma, el aire que aguardan a que respires. Conclusión: lo ves claro, y las  letras nítidas y te lo llevas a casa.

Y así, sin darte cuenta, coleccionas diferentes ediciones de una misma obra. Ya llevo unos veinte de ‘Alicia en el país de las maravillas’. Me pregunto si encontraré el veintiuno en la Feria del libro.