La Historia en el Cine. El cine sobre la Historia, en un Lbro de Cine, «Tiempos de Gloria», de Robert A. Rosenstone
Por > José Antonio Cabrera
Según José Mª Aresté, ¿Es posible hacer Historia mediante la realización de películas?, ¿La representación fílmica del pasado, tiene algún valor más allá del estrictamente cinematográfico?.
Robert A. Rosenstone es consciente de no tener todas las respuestas a los interrogantes que plantea el llamado cine histórico, pero tiene el coraje de plantear el debate en sus justos términos dentro de una sociedad cambiante, en que el lenguaje audiovisual de las películas y series televisivas tiene mayor peso entre el público que los tradicionales libros de historia, de modo que la idea que se tiene sobre el Holocausto puede estar dictada en mayor medida por cintas como La lista de Schindler, que por sesudas investigaciones de expertos en la materia.
Rosenstone es historiador, y sus trabajos han servido como fuente a documentales sobre la guerra civil española, y a la película Rojos de Warren Beatty, de la que fue asesor. Y en este sugestivo libro habla de su propia evolución personal en el modo en que ve la capacidad del cine para hacer y enseñar Historia. De modo que reconoce su posicionamiento inicial, semejante al de muchos estudiosos, por el que se limitaba a señalar si un film se ajustaba o no a los hechos históricos que narraba, o al marco en que discurría la trama.
El autor piensa que este modo de ver las cosas puede ser válido como punto de partida, pero resulta estrecho de miras, no tiene en cuenta las inmensas posibilidades de un medio tan expresivo como el cine, ni entra al fondo de la cuestión, si las películas pueden reproducir la historia, dar una visión de un determinado período, e incluso si la fuerza de las imágenes no proporcionan una herramienta mucho más poderosa que la simple letra impresa.
Su planteamiento es que el historiador, lejos de mirar al cine con aires de superioridad y temor inconfeso de que acaba suplantando a la enseñanza de los hechos del pasado, al menos en las capas populares de la opinión pública, debería empezar a considerar el papel positivo que puede jugar en la transmisión de la Historia.
Por supuesto Rosenstone no es un ingenuo. Sabe que una película cuenta una historia en poco tiempo. Que ciertas exigencias dramáticas invitan a condensar acontecimientos, fundir personajes, tomarse en definitiva determinadas licencias. Y que nunca podrá reunir el conjunto de datos que aporta un libro. Pero lejos de concluir que el cine no tendría valor para hacer historia, reflexiona sobre el valor simbólico o metafórico de las tramas de ficción con telón histórico de fondo, y pone en valor una capacidad sin igual de hacer revivir el pasado.
Además, a las pegas de que la historia real no es como en las películas, contesta, con todos los matices que sean necesarios, que la historia escrita tampoco corresponde a los hechos tal y como sucedieron, siempre debe ceñirse a determinados hechos de los que ha quedado constancia, y a un modo concreto de quedar plasmados, negro sobre blanco.
En cualquier caso, el autor hace un valioso análisis de las distintas formas de presentar la historia a través del cine –básicamente el cine dramático, el experimental y el documental–, destacando sus puntos fuertes y débiles, también en el caso del biopic. Utilizando el ejemplo del Holocausto, pondera si un puñado de películas de distinto corte pueden considerarse representativas de ese dramático suceso histórico.
Y se atreve a proponer como historiadores a cineastas que a través de sus filmes abordan de modo recurrente la Historia, utilizando como paradigma de historiador de la América reciente nada menos que al controvertido Oliver Stone –es una lástima que el libro no incluya su reciente serie documental televisiva La historia no contada de los Estados Unidos, que vendría a corroborar su teoría–, con sus películas sobre Vietnam y presidentes estadounidenses.