Si el 33 FIMC ha traído cambios estratégicos en busca de nuevos públicos, uno de sus principales baluartes ha sido la musicóloga y bloguera Marina Hervás, que ha logrado cautivar a propios y extraños. Con casi 12.000 ‘amantes de la música’ que la han leído hasta el momento de hacerle la entrevista, ha creado un blog nada convencional en el que explica e ilustra con ejemplos, en formato vídeo, las obras programadas en este Festival estableciendo sinapsis musicales con otras joyas del firmamento musical y hasta con bromas. Pero, además, con las 26 charlas ofrecidas antes de los conciertos en las ocho islas (alimentándose a ‘Tirmas’ con tanto Binter), ha logrado convertirse en un tiempo récord en una profesional imprescindible y muy respetada en la cultura canaria.
Nacida en Tenerife, con sus 27 años, su currículo da vértigo: Es Licenciada en Filosofía por la Universidad de La Laguna y en Historia y Ciencias de la Música por la Universidad de La Rioja, Master en Teoría e historia del arte y gestión cultural por la Universidad de la Laguna y doctoranda en Filosofía en la Universidad Autónoma de Barcelona con una beca FPU. Posee el grado medio de violín y es miembro activo de orquestas jóvenes de Barcelona. Ha obtenido el Primer Premio en Ciencias Sociales y Humanidades del Certamen Nacional de Investigación ‘Arquímedes’ convocado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España. Ha realizado estancias de investigación en el Instituto de investigación social de Frankfurt a.M. y en la Academia del arte de Berlín. Ha participado en numerosos congresos Nacionales e internacionales. Es crítico musical (Scherzo, Codalario, Culturamas, Canarias Cultura) y también dirige el magacín digital Cultural Resuena.
– ¿Quién y cómo le vendieron la moto para que volviera a su tierra a colaborar con el 33 FIMC?
«Yo estaba en la playa. Muchas de mis lecturas doctorales las he hecho entre arena y olor a salitre. Y en una de esas mañanas, me llamó Nino Díaz, que había conocido en Berlín unos años atrás -y sobre cuya obra escribí cuando comenzaba en aquello de la crítica musical-. Me habló del FIMC y de crear un proyecto pedagógico. Y así me enganché».
– ¿Que hace una musicóloga como usted en un festival como este?
«Creo profundamente en la necesidad de la pedagogía musical. He visto cómo se pueden abrir oídos y quitar prejuicios, cómo las creencias sobre la música son rápidamente puestas en cuestión si articulamos herramientas para repensarlas».
– ¿Había hecho algo parecido antes?
“He dado clase en la universidad y en diferentes ámbitos, así que me muevo entre la academia y la divulgación. Lo más parecido ha sido un curso llamado “Nuestro mundo sonoro”, que he hecho tanto presencialmente como online. También he dado conferencias sobre el noise (ruidismo), la ópera del siglo XX, la panorámica filosófica contemporánea en la música, etc. Son preciosas las ganas de conocer y de saber de la gente que le gusta la música, y la cantidad de prejuicios que se pueden eliminar o remodularlas».
– Oyéndole hablar en las charlas antes del concierto, con ese amor y esa pasión por la música, parece como si cualquiera pudiera entender lo que pasa detrás de las construcciones sonoras…
«La pasión que le pongo es exactamente la que siento por la música, aunque suene cursi… Intento transmitirle a la gente esa pasión y guiarles por las partituras. Quizá no todos entienden qué es una síncopa o una séptima, pero sí el dolor, el amor, la tristeza o la alegría. Y casi siempre la música nos cuenta cosas de la vida, al fin y al cabo los compositores no son seres ajenos al mundo, sino personas que a través de la música cuentan cosas del mundo, de su mundo. A mí lo que me interesa, como exploradora de la filosofía de la música, es no quedarnos en la superficie de los datos de la historia de la música (que son muy interesantes), sino pensar sobre la forma en que la música es expresión o crítica de una época, por ejemplo».
– Pero entonces… ¿Qué es la música para usted?
«Es muy difícil definir qué es la música. Pero lo que no es, seguro, solo ‘algo bonito’, ‘relajante’ o ‘un pasatiempo’. Yo defiendo la música como una forma de conocimiento, como una forma alternativa al lenguaje reglado (como el cotidiano) con una capacidad expresiva absolutamente distinta al habitual. Que la música no diga ‘nada’ concreto, como sí lo hace una frase o una palabra, es el reto que nos pone: tener que descifrarla una y otra vez, porque nunca se agota su significado».
– ¿Cuál ha sido específicamente su función en el 33 FIMC?
«Mi labor en el festival ha sido la de divulgación musical, tanto en el blog oficial festivaldemusicadecanarias.wordpress.comc como en las charlas previas a los conciertos. Veo que a la gente le gusta que se les acerque la obra de forma cercana y contándoles que aquello que suena, en realidad, tiene que ver mucho con sus miserias y sus alegrías. Es decir, revelándoles un secreto a voces: que la música nos habla de lo que somos».
– Parece que el modelo del Festival venía perdiendo ‘clientela’ a marchas forzadas en estos últimos años, cosa que también está pasando en otros Festivales. ¿Cuál es el futuro de la música docta?
«El futuro de los conciertos lo veo por aquí, por lo que se ha hecho en este Festival. Creo que la gente no consume menos música, pero está cansada del formato clásico. Si el problema fuese la música en general, no se gastarían cifras estratosféricas en ir a ver a sus cantantes favoritos de música pop, rock, reguetón, etc.
Entiendo que no enganche ir a ver gente super seria, que sale, toca y se va, al igual que se hacía hace doscientos años. Los tiempos han cambiado, pero la música clásica aún tiene como tarea pendiente adaptarse. Y, entre ellas, está esto de la pedagogía».
– Pero si antes funcionaba ¿porqué no funciona ahora?
«Mientras que la gente se reía durante las sinfonías de Mozart porque entendían que el compositor austriaco trasladaba los caracteres de sus personajes de la ópera a lo instrumental (es decir, quizá la viola hacía de personaje chistoso frente al serio fagot), hoy en día no hay esa inmediatez. Quizá porque el lenguaje de Mozart es parte de su época, y al igual que hay que aprender a leer jeroglíficos, cuando antes eran evidentes para los egipcios, ahora hay que aprender, de nuevo, a escuchar. Y aprovechar todas las tecnologías y rupturas con modelos sedimentados».
– ¿Y cómo cree usted que se puede resolver el problema?
«El problema, me parece, es que la música clásica ha sido asociada, con demasiada frecuencia, a un público de una clase social elevada, de cultura, dinero, etc. Hoy no tendría que ser así, pero seguimos viendo salas llenas de señoras con visones, señores con gemelos carísimos y, a su lado, gente en vaqueros o con vestidos pret-a-porter. Cambiar el formato es arrebatar a un colectivo su preponderancia en determinados espacios culturales. Y eso, claro, es abrir heridas que algunos políticos y colectivos se esmeran en suturar».
¡¡¡Chapó, Marina!!!