Un día te miras al espejo con un poco más de detenimiento del habitual y, de repente, tienes la sensación de que el tiempo ha pasado de cero a cien en una milésima de segundo. Te parece que ayer eras mucho más joven, que para nada tenías esta pinta. Salvando el hecho de que ayer era sábado y hoy sufres una merecida resaca, empiezas a preguntarte si no será que últimamente estás envejeciendo. Tú no has notado nada, el proceso es tan lento que no lo has visto venir hasta que se te ha plantado delante del espejo; es más, hasta anoche mismo habrías jurado que eras joven, y de madrugada, hasta particularmente guapa, pero hoy…

Esa otra del espejo

Hoy no estás para reflexiones profundas sobre el paso del tiempo, sobre la vacuidad de lo eterno o sobre el valor, nada despreciable, de un instante. Hoy no. Hoy estás de paso de todo, especialmente de ti misma, precisamente la más infatigable de tus adversarias, aunque siempre acabes dispensándote amparo y esquivando el tiro de gracia.

Empiezas a estirarte la cara hasta que te pareces a unas cuantas actrices famosas al mismo tiempo y hasta te atreves a considerar seriamente el truco de Carmen Sevilla de agarrarte la cara al cogote a base de esparadrapos. Delante del espejo, en el photocall de los champús, los cambios de look no dan tregua y, mientras apuras un concierto para cinco mil personas cantándole a un cepillo lleno de pelos, se te abren los poros de la piel por efecto del vapor de agua. Algo sacas.

Te acercas un poco al espejo y te preguntas cuándo fue que cumpliste tantos años, e intentas salvar la necesidad de reconciliarte con esa versión un poco cutre de ti misma. Te miras de frente, de perfil y hasta te pones crema, por si acaso. Te quedas mirando ese roperillo que está debajo del lavabo y que nadie en la casa recuerda haber abierto nunca. Y sí, recuerdas vagamente la existencia, años ha, de un neceser con pinturas. Cuando has terminado con él y vuelves a mirarte en el espejo, agradeces al orden cósmico el estar sola en casa.

El agua está fría y cuando te secas la cara compruebas que, por efecto del fregoteo, estás aún peor que al principio. El ropero y su pobre contenido quedan así sellados para siempEsa otra del espejore. Ni tú ni tu cara son ya los mismos. No importa, comparada con el resto de mujeres de tu edad estás muchísimo mejor que todas ellas…y eso que sabes que ellas saben exactamente lo mismo de sí mismas.

Buscas una salida digna de la situación y del cuarto de baño, así que decides que es un momento tan bueno como otro cualquiera para lavarte los dientes. Sin duda sales transformada, y no sólo porque aún tengas los mofletes seriamente enrojecidos…

A partir de aquí, ya nada será igual. Estás tocada, herida de muerte. Te sobrecoge el paso del tiempo ahora que sospechas que, por lógica y naturaleza, va quedando menos hacia delante que hacia atrás. Pero es que además, cargas con la creencia, tan soberbia como estúpida, de que hace falta envejecer para pasar el último trance, y te dedicas a vivir como si tuvieras tiempo, como si aún fuera pronto, olvidando que hay atajos en cualquier sitio, en cualquier momento… y sin señalizar.

Yo, por si acaso, ya no pierdo el tiempo delante del espejo.