Componentes de Tejeguate junto con el ya anciano Benito Padrón, el que fuera su mentor durante muchos años

Componentes de Tejeguate junto con el ya anciano Benito Padrón, el que fuera su mentor durante muchos años

BENITO CABRERA | VA POR EL AIRE

Los pueblos, aún en épocas de escasa libertad de expresión, buscan maneras de expresar sus desavenencias, bien con la ironía y el doble sentido o a través de manifestaciones festivas (el carnaval con sus transgresiones es un ejemplo). En la isla de El Hierro, existió hasta no hace muchos años la costumbre de que, cuando moría un burro, se subían dos personas a un morro o montaña, tocaban el bucio y –falseando las voces- descuartizaban figuradamente al animal para repartir sus diferentes órganos entre los vecinos de la comunidad. Según las faltas, era de ácido el reparto. Así, se podían oír frases como “y las orejas… las orejas se las dejamos al alcalde, a ver si aprende a escuchar” o “y la lengua, la lengua pa’ Seña Mariquilla, para que no sea tan cotilla”. En algunas ocasiones, el reparto no era tan benévolo y se producían frecuentes peleas, motivadas por el herido honor de los mentados.

Esta tradición se conoce como Margareos y era un vehículo de crítica social, transgresora y descarnada, para destapar las vergüenzas del pueblo y exorcizar sus demonios. Una válvula de escape de las tensiones sociales,  poniendo en evidencia las debilidades de los parroquianos, a modo de irónico escarnio público.

En otras islas, como Tenerife, existió una tradición similar, bajo el nombre de Lloros, según nos relata el antropólogo Galván Tudela, que lo recogió en Taganana. En el área peninsular también se conocen diversas variantes, como la realizada en Rabanal del Camino  (provincia de León),  bajo el nombre de Repartición del Burro.

En El Hierro se mantiene vivo el recuerdo de los Margareos gracias al empeño del grupo Tejeguate, que lo representa y lo enseña a un nutrido grupo de niños que (según comprobamos hace pocos días) lo realizan con toda la chispa e ingenio de antaño.