Foto de unas manos tocando una guitarra eléctrica

Pasan dos semanas más y me encuentro con el personaje definitivo en el entramado de historias sobre Fito: se trata de Paco Toribio, bajista de Nosotros y compañero de andanzas, por tanto, de nuestro protagonista. Con las facilidades que siempre me ha dado para grabar en el Rocanrol, nos citamos el dieciocho de mayo (de 2001. Llevo más de un año recogiendo opiniones e historias sobre Fito aprovechando mis tiempos muertos) para hablar sobre el guitarrista de su banda: Adolfo Pareja.

Paco Toribio nos centra todavía más: “Conocí a Fito a través de Cristóbal Suárez. Fito venía de Los Happy Boys y Cristóbal de Los Leones. Yo, por mi parte, tocaba en una banda llamada Los Bárbaros. Se enteraron de que yo quería montar un grupo para irnos a tocar a la Península y tras varios contactos en nuestro local de ensayo montamos la banda y decidimos marcharnos. Ahí empezó una gran amistad, estuvimos unos meses ensayando y tocando por todos los locales de la isla antes de irnos a la Península.”.

Estamos a media luz en el Rocanrol con Paco sentado en la barra central destinada a los clientes, con puro r&b sonando de fondo, banda con armónica a lo Paul Butterfield. Paco ya conocía a Fito, le había visto tocar a menudo en un local, el Fataga –hoy hotel-, en el que tocaba a diario con su banda haciendo versiones instrumentales de bandas como los Shadows.

Foto de Paco Toribio y Fito

Paco Toribio (izquierda) y Fito (derecha)

“Yo estaba empezando a tocar y para mí Fito era lo mejor, siempre pensaba que me gustaría tocar con un guitarra como él, y lo conseguí durante bastantes años”. Recuerda también haberle visto en algunos festivales organizados en el Frontón capitalino y en otros locales a los que Paco acudía persiguiendo de alguna manera la presencia de Fito. A pesar de su admiración, nunca entabló amistad con él, “pues era muy reservado, era una persona que iba a lo suyo”. Sobre su vida profesional, Paco afirma que Fito siempre ha vivido de la música, mal o bien, pero esa era su única actividad, salvo una temporada que trabajó como pastelero en una panadería de San Roque: “Él hacía los pasteles, no los vendía”.

Paco se encara con la cámara y apoya los dos brazos sobre la barra, como para salir centrado, para subrayar lo que va a decir: “Fito era una persona muy tímida, muy introvertida, que podía haber llegado a tener su propio grupo, aunque es evidente que en los grupos por los que ha pasado siempre ha sido el líder, pero con el apoyo de los demás miembros. Al principio tocábamos mucho soul y mucho blues, que era lo que a él le gustaba realmente; el blues y la improvisación eran lo suyo. Era un guitarrista muy anarquista en la forma de tocar, pero en lo que se refiere a los ensayos a veces la gente tiene la idea de que no era constante, disciplinado. Mi experiencia no es esa. Cuando estuvimos un buen tiempo ensayando, antes de ir a la Península, era el más constante y serio. Cierto es que los demás teníamos otro trabajo en paralelo, pero Fito era muy serio en los ensayos. Es más, en la Península estaba siempre dispuesto a ensayar. En realidad, él nunca soltaba la guitarra. Su vida era la guitarra”.

Paco reconoce que era difícil llegar a Fito por ser una persona cerrada, sobre todo al principio: “Costaba mucho lograr una buena amistad con él; ahora bien, si lo conseguías, esa amistad se convertía en algo muy profundo; tal vez porque el círculo de sus amistades era muy cerrado y reducido, incluso era celoso con sus amistades.

“En el escenario –prosigue Paco- era una persona muy estática, no solía moverse para nada; tenía mucha complicidad con los demás del grupo a través de la mirada, sobre todo conmigo que tocaba el bajo. Nos mirábamos y sabíamos qué iba a suceder; él nos transmitía con la mirada lo que teníamos que hacer. Tocando era una estatua, como si estuviera ajeno a este mundo, pero le mirabas y sabías lo que estaba sintiendo. Eso podía hacer que el público lo viese como un guitarrista frío y distante, en cambio para los que tocábamos con él era todo lo contrario”.

En aquellos años el mundillo musical era muy difícil en todos los sentidos. Cuando llegan a Sevilla, la aduana les reclama una elevada fianza para poder entrar los amplis y los instrumentos, así que todo el material queda inmovilizado, pues no tienen dinero para correr con esos gastos. Será el padre del batería el que después de casi un mes deposite un aval bancario para que puedan retirar el equipo. Durante ese mes empiezan a conocerse en el piso que han alquilado en el extrarradio de Sevilla; nunca habían hablado sobre ellos mismos, pero ahora hay tiempo. Sobreviven gracias al apoyo de gente de otros grupos con los que se empiezan a relacionar, con las primeras amistades locales que van haciendo. Tienen un par de guitarras españolas y una acústica, y entre canción y canción empiezan a hablar de sus situaciones personales. Se dan cuenta de que no tienen más apoyo que los amigos con los que están metidos en el piso gran parte del día, y eso hace que se abran a ellos.

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