Foto de unas manos tocando una guitarra eléctrica

«Puestos un poquito ciegos, serían ya las tres o las cuatro de la mañana. El dueño del bar en el que estábamos se dio cuenta de que no teníamos sino para echarnos unos vimos y cuando ya nos íbamos nos dijo que él nos invitaba, que nos podíamos quedar. Al salir le preguntamos a un transeúnte por la barriada de Pino Montano y se prestó a acompañarnos. Al llegar a casa nos dimos cuenta de que esa persona era ciega de verdad. Fue alucinante, habíamos cruzado Sevilla casi de punta a punta y el tío era ciego.”

Paco nos relata esa anécdota de sus días andaluces con la sonrisa inocente de la primera vez. Es un tipo increíble, sano hasta la médula. La verja del Rockanrol está bajada a dos cuartas del suelo y eso hace que la luz, el calor, no tenga una gran presencia en el local. Estamos en penumbra, coloreado el local por unos pequeños focos en un par de esquinas y una luz sobre la barra central que ilumina a Paco.

Las conversaciones en aquellos días sin un duro giraban sobre todo alrededor de la música: cómo les gustaría tocar, qué querían hacer, cuáles eran sus ilusiones en el mundo musical, sus sueños de futuro. Paco insiste en la labor pedagógica de Fito sobre él y sobre el segundo guitarra que tenía la banda. Sobre sus gustos musicales, Paco nos introduce en su mito personal:

“Fito tenía una locura infinita por Jimi Hendrix; era como un dios para él, al igual que Eric Clapton. A él le gustaba la improvisación. Podíamos estar tocando bajo y guitarra veinte minutos, improvisando. Claro que la labor del bajo siempre resulta más sencilla que la que debe de hacer la guitarra. Vas haciendo los tiempos, cambiando los acordes y él, improvisando”.

Foto de Paco Toribio y Fito

Paco Toribio (izquierda) y Fito (derecha)

Afortunadamente, los buenos tiempos llegarían para Nosotros, y los contratos para tocar por Andalucía iban en aumento. El grupo tuvo su época dorada, pero llegó el momento en que Cristóbal abandonó la banda para cumplir el servicio militar. Ninguno sabía cantar y la banda dependía bastante de la voz de Toba, así que tuvieron que  aprenderse las letras de un día para otro y poner en marcha una nueva estrategia: “Basándonos en la maestría de Fito con la guitarra, la voz queda en un segundo plano, siendo la guitarra la que se convierte en protagonista absoluta. Los temas que duraban tres minutos y medio los doblamos en tiempo introduciendo una improvisación de guitarra. Los temas se alargaban así a seis, diez o viente minutos, dependiendo de la inspiración de Fito en ese momento”

Un buen día una amiga alemana les lleva los primeros discos de Fleewod Mac, con Peter Green, y descubren el blues blanco (no en vano Peter Green se había formado en la mayor escuela de blues blanco inglés: los Bluesbreakers de John Mayall, por donde pasarían Mick Taylor, Keef Hartley, Eric Clapton, Jack Bruce, John Mark, Jhonny Almond, John McVie, Hughie Flint…). En ese momento empiezan a sacar temas netamente blues y muchas improvisaciones en torno a ellos, y con el paso de los meses mezclan ese sonido de blues con la psicodelia americana.

“A Fito le encantaba improvisar y sin ningún tipo de pedales ni prodigios técnicos, sino como lo hacía  Santana, que distorsionaba sin pedales, arrimándose a los altavoces. Sí, es cierto que conseguimos un pedal de wah-wah como el de Hendrix. En ese momento es cuando Fito estalla. Está tocando con gente a la que le gusta lo que hace y a quien no le importa que el público le pite o detenerse veinte minutos haciendo un tema. A veces hacía voces con su voz agudilla, pero no le gustaba. Yo creo que era su timidez la que le retaría a la hora de hacer voces, aunque tenía buena melodía. Acompañaba en falsete, como los Bee Gees. De todas formas eso sucedía al principio, pues el repertorio de soul con voces iba quedando atrás, se fue abandonando; entramos de lleno en el blues y su fusión con la psicodelia americana”.

Paco nos descubre una afición musical secreta de Fito: su gusto por los boleros. Era una manera de hacer dedos en la guitarra, en los tiempos muertos en la casa de Sevilla; con las dos guitarras y el bajo de Paco hacían mucha música sudamericana y boleros. “En algunas actuaciones en hoteles andaluces hacíamos como un intermedio en el que tocábamos unos bolerillos, ¿por qué no?”.

A los seis meses han de regresar a Canarias, pues la aduana peninsular sólo les permitía estar ese tiempo allí. Pasan poco tiempo en el Archipiélago, con alguna tocada, y regresan de nuevo por seis meses a Andalucía, al cabo de los cuales tienen que regresar otra vez. Fito ya está un poco tocado de salud y Nosotros se deshace; le pierde la pista durante una temporada. Paco monta la banda y regresa a la Península. Mientras, Fito tiene una banda de peninsulares, hijos de militares destinados en la isla, llamada Los Fleestones. Con ellos llega a ir a Madrid y allí pasa una temporada tocando.

“Cuando regresaron de Madrid yo ya estaba  aquí y los vi tocar unas cuantas veces; tenían un buen cantante y hacían sobre todo temas de soul. Ya no era esa historia que hacía en Nosotros donde se dejaba que llegara el momento, sin preparar nada, y se daba paso a la improvisación; ahora los tiempos de la canción estaban muy marcados”.

Sobre los últimos tiempos, el tramo final de los setenta y el inicio de los ochenta, Paco recuerda con mucha emoción no exenta de cierto dolor por el destino final de Fito:

“Yo ya estaba desligado de la música como miembro de una banda, pero conservé la amistad de Fito. A finales de los setenta él ya no salía mucho de casa, teníamos allí unos instrumentos y tocábamos. Incluso acudían buenos músicos. Recuerdo a Flo, un excelente bajista; dos o tres chavales que tocaban muy bien la guitarra, alumnos de Fito… Nos poníamos a tocar desde las siete de la tarde hasta la una o las dos de la madrugada. No hacíamos temas concretos, sí sonidos de Hendrix o Cream, pero sobre todo era improvisar sobre blues. Metíamos una base y luego sobre ella iba el teclado –uno muy rudimentario que tenía él en su cuarto-, un bajo, muchas veces un segundo bajo y luego las guitarras. Todo muy casero, pero se hizo mucho material grabado en casetes que estará por algún sitio. Pasábamos las horas muertas tocando, con nuestra botellita de ron y cocacola, las tortillitas que nos hacía la madre de Fito, la señora Carmenza, una persona encantadora a la que le agradaba que estuviéramos allí, era casi una más del grupo”.