Foto de unas manos tocando una guitarra eléctrica

Cristóbal Suárez, Toba Macho para los amiguetes, inserta su nombre en el rock canario con el inicio de los sesenta. Como tantos otros empezó en un coro. Sus hermanos mayores llevaban a casa discos de The Shadows y él asistía a las matinés del cine Avellaneda, donde en una ocasión vio a Los Extraños. Él mismo afirma: “Ese directo fue el que me enganchó en esta historia”. Entra así en Los Leaders, una banda del capitalino barrio de San José –cada barrio tenía sus propias bandas- capitaneada por Manolo Bermúdez, junto a Fernando Roque y Andrés Velázquez –éste llegaría a ser pintor afamado- entre otros. Hacían muchos temas instrumentales con juegos de voces, muchos coritos y arreglos vocales de los que se llevaban en aquel momento tan shadows, tan mersey, tan beatles. De todas maneras, en la banda le decían que su voz no acababa de empastar en aquella formación. ¡Nos ha jodido, si es que la suya era una voz solista! Los Leaders son de San José, pero debutan en el año 63 bajo una carpa de circo en el barrio de San Cristóbal. Quizá por eso, pasados los años y haciendo bolos por Andalucía con la banda de aquel momento, Nosotros, una madre con niño le dice a Paco Toribio -el bajista- en un compartimento de tren correo con asientos de madera -de esos que tardaban cinco horas en hacer 150 kms.-, al ver los pelos, tacones y demás pinta que llevaban:

-Oiga, ustedes trabajan en un circo, ¿verdad?

Los Leaders tocaban en las famosas matinés del cine Avellaneda, y consiguen un primer premio compitiendo entre un montón de bandas capitalinas en el frontón Jai-Alai.

Terminaba la primera mitad de los sesenta y desde Los Leaders, Cristóbal tuvo la oportunidad de pasarse a Los Leones. Era ya toda una banda que tocaba tres días por semana en El Racing, uno de los clubes sociales que daban tocatas en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en los sesenta –y sede social de la banda, como gusta decir Toba-, gracias a las cuales los músicos iban escapando de la penuria económica. Cobraban unas mil pelas por fin de semana, cuatro o cinco mil al mes. Eran momentos en los que el salario interprofesional –¿o eso fue después?- estaba en las seis mil pelas. Ese dinero les daba una cierta independencia económica: ¡les permitía vivir del rock!, algo impensable, sólo al alcance de las bandas peninsulares de fama. Además, les daba un cierto ascendente en su entorno.

Versiones de Beatles, Manfred Man, Kinks (You really got me, Cadillac…), esas eran las bandas que poblaban su repertorio. En ese quinteto, que él gusta llamar el Clan de los Manolines, estaban junto a Toba, Manolín Reyes y Manolín Guerra, Jorge y Jaime García. Para Toba, su primer gran concierto fue con Los Leones en las Fiestas de El Puentillo, ante un auditorio de unas tres mil personas. Aquello iba tomando forma.

Llegó el momento de dar el salto y se crea Nosotros. La banda que Toba más aprecia, la que marca su época dorada. Corría el año 67. Allí estaba uno de esos personajes olvidados del rock en canarias, Alberto Pareja, Fito. Un músico del que los grandes como Alfredo Santana, Juan Torres o Prana al completo citan sin dudar si les preguntas por algún músico que fue maltratado por la vida de los que caminaron entre los sesenta y los setenta. Como recuerda Paco Toribio, nunca tuvo una guitarra propia, pero tocando era puro sentimiento. (Alfredo Santana, la “mano lenta” canaria, el rey de la técnica, es la figura contrapuesta al feeling de Fito). Tras su muerte, casi en la miseria, se celebró un homenaje en el López Socas sin apenas repercusión. (Toba se apunta a un concierto homenaje si alguien decide pensar en ello, sea cuando sea: “Ahora que me retiro de los escenarios, volvería sin dudarlo para un concierto homenaje a Fito”)

Tras unos meses de ensayo se lanzan a la Península en el año 67, volando en el Non Plus Ultra. Toba, Fito, Paco, Jaime y Alberto son el alma de la banda. El manager Purón les facilita los primeros conciertos. Recorren Andalucía de cabo a rabo, haciendo incursiones hasta Ceuta, donde los legías les amenazan de muerte por sus pintas, llegándoles a acojonar tanto que no salen de la pensión más que para ir a tocar a la sala. Llevan unos amplis técnicamente superiores a los que había en la Península gracias al puerto franco de la capital grancanaria. El fuerte de Nosotros eran las bases americanas, Rota y Morón, pero con sus directos visitan Málaga, Lora del Río, San Juan de Alfarache, Torremolinos, Sevilla… Andalucía al completo. El estilo musical había cambiado, era el momento de Cream con Eric Clapton –o Jack Bruce, el bajista admirado por Paco-, Traffic, Jimi Hendrix. Toba incorpora la armónica a la banda y hacen versiones de sus músicos favoritos plagadas de improvisaciones. Esos eran los momentos importantes: empezaban un tema de Cream pero luego llegaba Fito con su guitarra, los solos, y la banda, arropando al protagonista del momento, construía un nuevo tema para regresar finalmente a los Cream. Los temas se iban a los diez minutos y más. Ya estaban claramente centrados en el R&B. Son años de ruta donde coinciden sobre el escenario con los grandes del momento como Los Pekenikes y los mismísimos Canarios, o un sinfín de bandas andaluzas entre las que destacan a Gong. Bandas en las que estaban los músicos que luego formarían Smash, Triana y Alameda. Recuerdan una actuación en la que Karina se subió con ellos en el Club Ye-Ye de Sevilla a cantar El baúl de los recuerdos. Con Teddy coinciden tocando y viviendo durante una temporada en Sevilla, ciudad que se convierte en su centro de operaciones.

En las bases americanas tocan para el cuerpo de oficiales, y en alguna de ellas les obligan a tener una chica en la banda, así que la novia de Jaime, el batería, se sienta en un piano y hace como que toca. Tienen sus más y sus menos; así, el oficial encargado les echa de la sala Vanguard de la base de Rota por cambiar el estribillo del tema de Arthur Conley “Funky, funky Broadway” por “Fuckin’, fuckin’ Broadway”. “Yo era Toba Macho, un echao pa’lante, Vicente”, recuerda Cristóbal. En Morón tocaban en una sala que se llamaba Las Palmas, por las palmeras de los luminosos que le daban nombre, no por su ciudad natal.