Foto de la parranda de Pancho Pitera en Tenerife

El término parranda se utiliza para denominar cualquier reunión festiva nocturna de músicos aficionados. De origen español, la costumbre de parrandear se extendió por América. En Puerto Rico están muy ligadas a las celebraciones navideñas, así como en Venezuela donde, además, existen parrandas para cantar ritualmente alrededor de una persona disfrazada de animal, así como para entonar cantos negroides en honor a San Juan. Con sinónimos tan sonoros como rumbantela o francachela, en Canarias han sido muchos los grupos organizados que han utilizado el término parranda para denominarse a sí mismos, lo cual choca de plano con su sentido improvisado y efímero.

Como vehículo de la expresión de la música tradicional, la parranda es el ámbito más vital y dinámico para el desarrollo de un folklore que no busca el aplauso ni se rige por las normas del espectáculo. Surge como pretexto social para la reunión, se improvisan coplas y actúa como vehículo de expresión popular de repertorios diversos, sin que importe mucho la excelencia musical, aunque siempre fueron muy preciados los buenos tocadores y cantadores en este tipo de reuniones.

Isaac Viera, en su libro Costumbres Canarias (1916), nos habla de las parrandas de Arrecife de principios del siglo XX, en las que los juerguistas, con sus vihuelas y violines, rompían las farolas para no ser reconocidos, y así poder juerguear y canturrear sus serenatas amparados en la cómplice oscuridad. Un alcalde, que quiso abolir dichos desmanes, fue arrojado por ello -con su levita y sombrero- en el Charco de San Ginés, donde casi perece ahogado, de no ser por el oportuno rescate de un vecino de El Lomo.

Las parrandas canarias siguen teniendo presencia en las reuniones y fiestas populares, aunque cada vez más limitada por la música enlatada y la ausencia de espacios que posibiliten su desarrollo.