Foto de un teatro con una persona

Respondía ‘Loquillo’ esta semana en una entrevista fabulosa en Radio Nacional, al ser preguntado sobre qué significaba para él el término ‘Cultura’, que debía ser “la pócima que nos salve”. Me encantó la frase y lo que conlleva. Aunque me pregunté sobre la marcha: ¿Qué nos salve de qué? Y en realidad pensé seguidamente que nos salva de todo. La cultura nos humaniza, nos hace soñar, nos evade de los problemas de la cotidianeidad, reconstruye nuestros valores y nos hace creer hasta que existe un mundo mejor cuando en realidad es el que es. Definitivamente coincido con ‘Loquillo’.

La cultura es algo muy grande, pero hay ciertos peligros que acechan en función de las manos en las que cae a menudo. A pesar de que todos sabemos que el apoyo institucional y privado, y por tanto económico, es esencial en la amplia esfera de la creación artística y cultural, me pregunto quién o quiénes deciden cuándo un producto cultural es bueno o malo. Y de eso va este artículo.

La primera idea que planteo es que la excesiva dependencia del marco institucional genera un cierto rechazo, pues si somos las personas, las que subjetivamente aplaudimos o rechazamos un espectáculo, somos nosotros los que deberíamos elegir libremente lo que es un buen producto cultural y no el que está en los espacios públicos… vaya usted a saber cómo. Unos llegarán efectivamente por ser un buen producto cultural tras una criba (vía concurso) pero también sabemos que otros no, que otros llegan vía gestores culturales que unilateralmente o en equipo así lo dictaminan.

Pero no hablemos solo de las administraciones públicas. También las entidades privadas se han apuntado a la corriente de decidir lo que se promociona y se apoya y lo que no, y el producto cultural no es una mercancía. Desde el momento en que hemos entrado en esa mercadería de la creación artístiva, en toda su amplitud, se ha entrado de lleno a formar parte del legado mercantil de las instituciones, las empresas públicas y también de las fundaciones de entidades privadas (como por ejemplo las cajas de ahorro), que también han contribuido a que la actividad creativa sea un bazar.

Todos, con la celebración de concursos que venden como democráticos, se encargan desde multitud de sistemas de valoración, de definir lo que es bueno o malo, lo que debe o no debe estar. Ni qué decir tiene que los artistas que no estén en el circuito de los valedores del arte/cultura-mercancía no alcanzan apoyo; tampoco existen medios para dar a conocer otras expresiones artísticas que no sean las que ellos promueven y promocionan. De ahí que, como todo lo que está sucediendo desde que el mercado se ha apropiado de nuestras vidas, la reacción del público es absolutamente aplatanada y con ello pasiva. Tanto que convierte en normal lo que no lo es. No podemos ni debemos nunca renunciar a nuestra libertad de expresión  ¡Que nunca nos roben eso!

A mí me ha pasado oler un cierto hedor a ‘pufo’ generalizado con algún evento cultural al que he asistido, y por la mediocridad que presentaba, intentar entender cómo era posible que hubiera llegado a un gran auditorio o un teatro de prestigio. De la misma forma, se habrán preguntado alguna vez cómo otro espectáculo que vieron en otros espacios no públicos (me refiero a los que pagamos todos), que les invadió de sensaciones positivas y les llenó el alma, no estaba en un gran teatro o un auditorio incluso, para que pudiera verlo y disfrutarlo más gente y porque simplemente llevaba impresa la virtud de la calidad.

Es obvio que sin financiación es difícil que un espectáculo cultural cobre toda su fuerza, pero yo me refiero al espectáculo al desnudo, sin trampa ni cartón, el que llega sin apoyo de ningún tipo a los concursos u otros sistemas para el reparto de la tarta. Por eso, pregunto: ¿Nos tenemos que fiar al cien por cien de lo que sucede en ese reparto?, ¿Existe una verdadera criba democrática para decidir los espectáculos que se llevan parte de subvención?

El término ‘subvención’

Hablando de subvenciones. Analicemos brevemente el término porque se ha distorsionado tanto que me atrevería a decir que incluye una cierta perversión a día de hoy. Reivindico desde mi humilde atalaya que conozco a muchos artistas –en el amplio abanico del término y todas las artes que aglutina—y siempre cuentan lo mismo. El mismo discurso.

El mensaje de este colectivo, los menos afortunados en contactos y los que se han quedado fuera del reparto pero sin embargo no cejan en su empeño de mostrar su proyecto, se ven obligados a hacer toc toc en las oficinas ‘culturetas’ que no culturales de las administraciones, para que alguien o un grupo de personas (a quien le toque por legislatura),  primero le escuche, segundo, conozca su proyecto y, tercero, le apoye económicamente para sacarlo adelante, y si es posible, en un espacio público. En definitiva, para que apoye su talento y creatividad.

Si esta conversación deriva de la forma más positiva, porque el producto es viable y rentable (lo segundo siempre interesa más), pueden pasar dos cosas. La primera es que el gestor o político considere muy fervientemente que le debes un favor. La factura llegará. Tranquilo, que llegará. Y la segunda, es que el gestor crea muy fervientemente que le debes un favor. Era ironía. No había dos opciones.

Y hablando de favores, hago un breve inciso acerca de la eterna problemática de las entradas para eventos culturales ¿Se han preguntado alguna vez por qué nunca pueden conseguir un asiento en primera fila para un evento por el que pagarían una entrada como dios manda? No me vayan a decir que no saben que esos asientos siempre están reservados para ‘gentes importantes’ y amigachos varios. ¿Se han colado alguna vez en la zona VIP de un concierto? ¿A que les suena la cara de todos los que pululan por el lugar?

Ante estos hechos, entramos en la dicotomía de analizar si este sistema actual es subvención, mecenazgo o altruismo en pro del bien común. Sinceramente, creo que la última no entra en la terna. ¿Quién hace algo hoy de manera altruista pensando en el bien común?

Por supuesto, no todo va a ser negativo. Hay espectáculos que llegan por merecimiento, por valía, por originalidad y por calidad, pero hay otros que llegan por contactos y esto es así. Es cierto que hay que lanzar mensajes positivos, que hay que insistir en la idea de que necesitamos enfrentar la crisis social y cultural con soluciones creativas y no esperar a que nos caiga la solución del cielo. Pero es que (en mi caso) me topo con tantas personas, creativos que no paran, que hacen cosas maravillosas y te dejan con la boca abierta, y luego siempre tocan techo con estos frenos que no residen en otro lado sino en las instituciones y en las fundaciones (por lo privado), y que curiosamente desaparecen cuando hay otros espectáculos que si interesa que estén. No sé ustedes, pero no es sensato todo esto.

Queda claro, al menos bajo mi punto de vista, que no podemos hablar de subvención sin que la palabra encierre esa perversión. Todos sabemos que hay muchos casos  del ámbito artístico que han vivido sin público, es decir, sin espectadores para sus actuaciones, pero con subvenciones. Toda esta situación, que es tristemente muy real, contrasta con la cantidad de gente talentosa que existe en esta materia en Canarias, pero cuando uno asiste a estos esperpentos deja de crear y de esa manera se comprende la frustración que hay en todos lados.