casa de piedra

Me gustan las piedras, confieso. Desde que era un adolescente me preguntaba qué piedras eran aquellas que la gente llamaba “piedras vivas” y cuáles eran aquellas que mi abuelo llamaba “cantos blancos” o porqué se llamaba los “tres teniques” a las tres piedras medianitas que mis primas ponían en el suelo remedando el fuego con el que se hacían los potajes cocinados con fuego de leña.

Cuando voy a una ciudad, una de las cosas que me llama la atención es el tipo de piedra que se ha usado en la construcción de sus edificios. Las ciudades son –en gran medida- las piedras en las que están construidas. Y quizás, el carácter de sus habitantes esté también marcado por las materias con las que se han construido las casas y los demás edificios que forman una población. En la época que viví en los Países Bajos me llamaba la atención, tanto las interminables llanuras, como la ausencia de piedras de todo tamaño. No es que no hubiera rocas grandes o medianas, no; es que no había siquiera pequeños teniques del tamaño de una pelota de tenis. Lo más que se podía ver eran pequeños guijarros fluviales del tamaño de garbanzos por los caminos forestales. Recuerdo un pequeño bloque pétreo de poco más de un metro cúbico que habían puesto en lugar visible a la entrada de Venlo en una rotonda muy cerca de las obras del puente Sur. Tenía pinta de ser un bloque de granito desprendido de la zona de Maastricht y que la corriente del río Mosa se habría encargado de arrastrar 70 kilómetros aguas abajo hasta que lo sacaron del lecho del río. A los habitantes del país sin piedras les pareció curioso y allí lo tenían, expuesto a la luz apagada y la lluvia tenue.

Las casas holandesas están casi todas construidas con ladrillo cocido. De hecho yo vivía muy cerca de Tegelen, al sur de Venlo. Tegelen viene del latín “tegula”, o sea, teja o ladrillo cocido.

Desde la época de los romanos se utilizaban las arcillas de la zona para fabricar ladrillos, base de las edificaciones en un país sin piedras. A veces me digo que viví en la Tejas de Noord Limburg. En fin, la fantasía da para edificar muchos palacios verbales…

Hablando de otras fantasías y demás piedras miliares: El París monumental está construido, prácticamente todo, con bloques de arenisca blanca de la cuenca fluvial del Sena. Desde Notre Dame hasta el Louvre los edificios de la ciudad luz están construidos en su mayoría con bloques de arenisca labrados. Los edificios nobles de la capital francesa se presentan relucientes bajo el habitual cielo gris, destacando su claridad incluso en los días más oscuros del invierno, dando la razón a aquellos que denominan París como la ciudad luz.

Si uno pasea despacio por los distintos barrios de la ciudad del Sena puede distinguir todo tipo de edificaciones de distintas épocas. La mayoría presenta fachadas encaladas donde no se puede apreciar muy bien si el edificio fue levantado con bloques de areniscas, con ladrillos o con otro material. Pero, de vez en cuando, hay edificios, como el que alberga el Museo Picasso, en el Marais, donde se ha despojado al palacete de la capa de encalado original –por dentro y por fuera-, que permite ver cómo está construido con bloques de areniscas. Si uno deambula por el mismo Marais o por el Barrio Latino y se acerca lo suficiente a algunos desconchados en viejas casas, incluso se pueden ver los granos de la roca arenisca, eso sí, de bloques de menor calidad y tamaño, que se deterioran hasta dejar en el suelo algo de arena fósil.

La costumbre de despojar los edificios de la capa de encalado externa va a producir –seguramente- en esos edificios, un doble efecto: una fachada clara a corto plazo, por un lado; y una mayor exposición a la erosión a medio y largo plazo, por otro.

Otra ciudad construida con bloques de areniscas es San Sebastián. Cuando me acerqué a los acantilados que cierran la Playa de la Concha por el Oeste fui con la intención de admirar el Peine de los Vientos de Chillida y la bravura del mar Cantábrico. Estaba la marea vacía y me llamó la atención la roca multicolor donde Chillida había encastrado sus horquillas férreas: ¡eran sedimentos areniscos! La roca blanda había permitido encastrar profundamente los vástagos de anclaje de las esculturas metálicas. Los sedimentos están desplazados 90º por un plegamiento del terciario hasta casi la verticalidad. Donde las areniscas están expuestas al batir del mar y su efectos erosivos se puede apreciar una hermosa multicromía de rojos, ocres y amarillos. La isla de Santa Clara, que cierra la bahía de la Concha, reproduce los sedimentos inclinados que va erosionando lentamente el mar, impidiendo que las olas lleguen hasta la playa con toda la energía del océano.

Casi toda la costa de Guipúzcoa –supe después- está ocupada por rocas sedimentarias areniscas, cubiertas por el verdor intenso de los bosques septentrionales. San Sebastián –y la mayoría de los pueblos de Guipúzcoa- están edificados por esas rocas. La señorial Bella Easo está construida con bloques de arenisca, dándole una claridad y belleza equiparables a la de París. Recuerdo los paseos invernales entre la llovizna fría, las blancas piedras nobles y el aura triste de los habitantes de Donostia…

Las Palmas de Gran Canaria también está construida con piedras blanquecinas: el canto blanco. Basta darse una vuelta por Triana o Vegueta para comprobar como las viejas casas nobles han sido víctimas de la costumbre de quitar los encalados para exponer los sillares blanquecinos de la construcción a la vista de los clientes de los múltiples comercios que han transformado casa y palacetes con trescientos años de vida en tiendas franquiciadas.

Se mezclan los cantos blancos de esas construcciones con otros oscuros de basalto, que forman los dinteles de esquinas, puertas y ventanas. Están las viejas casonas del Real de Las Palmas de Gran Canaria construidas con dos tipos de cantos: los oscuros, procedentes de canteras de piedras basálticas o traquibasálticas, muy duros y de complicado labrado con cinceles y martillos y los blancos, formados por cantos de puzolana, procedentes de las canteras de Barranco Seco o San Lorenzo.

Es la puzolana una arena volcánica consolidada y presente en Gran Canaria en grandes extensiones, creadas durante las erupciones volcánicas posteriores a la formación del Roque Nublo, hace unos cinco millones de años. La puzolana fue conocida desde las primeras épocas después de la Conquista como material fácil de labrar, con una consistencia parecida a los sillares de piedra arenisca usados en otras latitudes. También sabían los maestros canteros de la isla que para los cimientos y las fachadas de dinteles era aconsejable usar otras piedras de aspecto más noble y consistencia mayor: las rocas basálticas. Con ambas se construían las casas, cuidando mucho de encalar los cantos blancos para protegerlos de los elementos atmosféricos. Hoy día, parece haberse olvidado ese saber ancestral y ciertos arquitectos prefieren dejarlos a la vista, siguiendo modas ajenas.

Habría que anotar que la puzolana se usa, molida y añadida a hidrato de cal en una proporción 70 % y 30% respectivamente, para fabricar un tipo de cemento muy usado en las islas, el cemento puzolánico. Por lo que podemos afirmar que muchas de las construcciones modernas de las islas se basan, de forma indirecta, en aquello que los antiguos maestros de obra llamaron “canto blanco”, la puzolana.

Yo, mientras termino de escribir esto, disfruto de “mi casa y mis tres teniques”; ya se sabe que cómo en la casa de uno no se está en ningún sitio.

Foto de Mr Conguito: http://www.flickr.com/photos/mrconguito/1800218395/

 

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