assglpc_promarcelas_2010

Primer hecho. El señor candidato circula por la autopista junto a su becario. No lo hace de manera ortodoxa: va por los carriles centrales y por la izquierda, hace adelantamientos sin señalizar, va a más velocidad de la establecida para la vía… De repente, su trayectoria se ve mermada por culpa de un vehículo que va delante. Cuando logra rebasarlo y comprueba que quien conduce la maquinaria entorpecedora es una mujer, lanza un grosero improperio sobre la incuestionable imposibilidad que tienen las féminas para conducir. Su becario le aplaude el comentario.

Segundo hecho. El señor candidato llega junto a su becario a la sucursal de una entidad bancaria dirigida por una mujer. El objetivo de la visita: solicitar financiación para la inminente campaña electoral. Entre sus argumentos hay hueco para hablar de la importancia que para él y, por extensión, para el partido que se honra dirigir tiene la paridad entre mujeres y hombres, por este orden. Es más, manifiesta su agrado de que en un puesto de tanta responsabilidad, como es el de la dirección de una entidad monetaria, haya una mujer. Al salir de la reunión, el objetivo de la visita ha pasado a un segundo plano. Le habla a su becario de tetas, revolcones y otros términos copulares. Este sonríe y calla. Le agrada saber que esta muestra de complicidad se ha dado porque su amo ve en él a su mano derecha.

Tercer hecho. El señor candidato y su becario llegan a la sede del partido X. Hoy tienen una reunión importantísima: van a decidir el listado final que conformará la candidatura a la institución pública Z. Toma la palabra el que a sí mismo se ve como líder de masas. Habla no poco de muchos temas y termina señalando la importancia de que hombres y mujeres, por este orden, aparezcan de manera equitativa en la papeleta de votación, pues es esencial para la estrategia electoral que los votantes perciban, como una realidad indubitable, el ejercicio de la igualdad dentro de nuestro partido. Alguien le espeta que sería oportuno comprobar el currículo académico y profesional de cada persona que vaya a ser inscrita en la candidatura, pero el señor candidato se niega a que se realice lo que considera que es un trabajo irrelevante, innecesario, estúpido…, si le apuran mucho; pues, a su juicio, los electores solo votan a las personas que conocen de vista. Nadie pone objeción alguna a este dictamen; ni a la relación ordenada de candidatos que expone a continuación: él va a ser el primero; pondrá en segundo lugar a alguien que también hace comentarios cuando conduce y que sabe cómo engarzar términos copulares; en tercer lugar, aparecerá una mujer… Sí, sí, así lo dice: «aparecerá una mujer», para que se vea que ellos sí piensan en ellas. Y concluye: «Lo de menos es su cualificación, lo importante es que sea popular». Todos alaban al líder y su capacidad para llevarles hasta lo más alto.

Cuarto hecho. El señor candidato le pide a una de las mujeres presentes en la reunión que traiga agua. Lo hace con un «por favor», por supuesto. El becario apostilla que, de paso, traiga también galletas. El «por favor» tampoco falta. La mujer pregunta dónde se guardan el agua, los vasos, los platos y las galletas. El «testosterónico» que se sienta al lado del becario se levanta, se acerca hasta la mujer y, con milimétrica precisión lingüística y gestual, le indica el lugar de las viandas en aquella sede. La mujer cumple las órdenes mientras que el resto retoma nuevamente su atención a las palabras del señor candidato, como tiene que ser.

Quinto hecho. Al señor que está sentado al lado del becario se le ha caído su vaso de agua. Algunos folios se han mojado y el agua, por culpa de la Ley de la Gravedad, amenaza con enchumbar más papeles. Drenado de alguna manera el derramamiento, el señor candidato pide a otra mujer, presente también en la reunión y con todos los «por favores» preceptivos, que vaya a por un trapo y, de paso, porque se mojó el piso, que traiga el balde y la fregona. Esta obedece. El resto no se mueve. Sus cinco sentidos deben estar donde deben estar: en el líder, en ese ídolo de masas que frente a ellos, tras el incidente, retoma su ilusionante parlamento y, con él, su encendida defensa de la paridad en las listas porque la de ellos, como apunta la luz que les guía, es una formación política moderna, progresista, de futuro…

Portada del libro Pro MarcelasSexto hecho. Al terminar la reunión, el señor candidato y varios «testosterónicos» más acuerdan ir al bar más próximo para hablar de sus cosas. Las pocas mujeres presentes en la reunión se quedan en la sede para terminar de recoger. Aunque no se han presentado voluntarias para la labor, de manera automática han comenzado a recoger los vasos, colocar las sillas, ordenar los papeles… El becario les señala dónde deben colocarse los papeles A; dónde, los B; y dónde, los C. También da instrucciones sobre que esto va aquí; aquello, allí; que se ruede Z y se pegue en Y; que se despegue… Gusto da verlo mover los brazos mientras da órdenes y gusto le da a él ver los brazos de las mujeres cumpliéndolas. Tiene prisa el becario. «Les falta autonomía, hay que dirigirlas», piensa al tiempo que observa con desespero, en un lado de la sede, cómo la buena voluntad se confunde con la docilidad y, en su extremo, con la sumisión. No espera a ver cumplidos los mandatos dictados. Apresura el paso para estar lo antes posible junto al señor candidato. Comprueba que el bar no es el más próximo a la sede, pero entiende nada más llegar el porqué del lugar escogido: despacha bebidas una mujer que, según oye comentar a sus compañeros, está para comérsela. Piensa que es grato el lugar en el que uno se puede comer incluso a la persona que te da la comida. Se ríe de su ocurrencia. «Llegará lejos», se imagina que dice de él su señor por pensamientos como este.

Séptimo hecho. El becario muestra al señor candidato el borrador del discurso que mañana debe exponer. Su amo lo mira por encima y enseguida le afea su falta de perspicacia política, puesto que es inadmisible empezar con un: “Queridos electores”, y no con un “Queridos-queridas, electores-electoras”. Sin duda, a este becario le falta picardía, piensa; y sigue pensando: «¿Cómo se puede omitir aquello que ha de permitir que todas las mujeres vean al señor candidato como alguien que las respeta y las tiene en consideración?»

Octavo hecho. La mujer del bar ha sonreído al señor candidato, al que debe conocer gracias a los medios de comunicación. Este le ha devuelto la sonrisa junto con un comentario sobre pillar y matar que uno no termina muy bien de interpretar. La mujer le recuerda que está casado y él, mostrándole el anillo de bodas, se precia de los muchos años que lleva casado con su esposa, los hijos que tienen y la veneración que siente su señora por él. También le dice que no es de piedra. Ella sonríe y se aleja al otro extremo de la barra. El señor candidato deja caer a los presentes que algo tiene en un bote o por el estilo. Los «testosterónicos» reconocen en su líder la condición de macho alfa.

Noveno hecho. Al llegar a casa, el señor candidato, que ha tomado alguna copa de más, le pregunta a su señora esposa dónde está la hija. Ella responde que salió con el novio. El señor candidato mira el reloj y lanza algunos dardos lingüísticos a su mujer sobre la mala educación que ha dado a su hija al permitirle ciertas liviandades que en una chica honrada no se deben permitir. La mujer calla. Él le dice airado que a esas horas solo están en la calle las busconas y las golfas, y… La mujer logra introducir en la avalancha de reproches que el varón tampoco ha llegado a casa porque está con la novia. Pero con el hijo es distinto, apunta el que se ve a sí mismo como baluarte de las buenas costumbres y nobles procederes, pues a casa no traerá ningún bombo, y… «Aquí se ha confundido la libertad con el libertinaje. Mano dura hace falta, mano dura…», sentencia.

Décimo hecho. El señor candidato está malhumorado. Qué desastre de mujer tiene, repite: «no sabe cuidar ni de la casa ni educar a los hijos». Él se mata por ellos, pero ellos no se preocupan por él. La culpa es de la madre, sin duda, que los tiene muy consentidos y no les ha enseñado quién lleva los pantalones en casa; que es él, por supuesto. ¿Alguien lo duda?

Sentado en el sofá, saca las hojas del discurso que le ha elaborado el becario para ver si con su estudio logra que se evapore el disgusto que tiene por la indolencia de su señora esposa: «y todavía se quejan de que no se les ofrecen puestos de responsabilidad. Dios nos libre de que gobiernen…», concluye. Comienza su repaso y, tras algunas correcciones vitales, según le dicta su criterio, comienza a declamar: “Queridos-queridas electores-electoras: preocupados-preocupadas todos y todas por la situación…” Cuando termina, suspira aliviado, pues sabe que al final de su disertación todos aplaudirán su encomiable defensa de la igualdad de géneros, constatable en la estructura de los mensajes pronunciados.

···

La primera versión de este artículo se publicó en Pro Marcelas (ISBN 978-84-92628-76-6). Las Palmas de Gran Canaria : Anroart Ediciones, 2010. Págs. 21-24.