Existen por todo el mundo (desde China hasta Sudamérica) diferentes danzas en las que se emplean sables. El uso de espadas en el folklore canario está circunscrito en la actualidad a los Ranchos de Ánima y Ranchos de Pascua. En ambos casos, como un ideófono entrechocado, un instrumento de percusión que otorga al sonido de estas formaciones parte de su ambiente místico y ritual.
Pero existió en nuestras islas -al menos en algunas de ellas- la costumbre de danzar con espadas, en coreografías que hoy se nos hace muy difícil reproducir, ya que las referencias históricas describen su ejecución de forma muy poco precisa. Un caso es el del manuscrito del obispo Antonio Tavira, que se encuentra en la sede de la RSEAPT en La Laguna. El ilustrado, en su visita a Fuerteventura en 1792, cuenta que en La Antigua le recibieron “con regocijo de vecinos y comparsa de danzas”, mostrándose el baile de las espadas en la que participaban “doce hombres vestidos de danzantes con espadas antiguas en las manos y enlazados con ellas al son de un timplillo”. Pero las referencias majoreras del uso de esta danza son aún más antiguas. Las actas del Cabildo nos muestran que en 1641, para la fiesta de San Buenaventura del 14 de julio, se encargó como responsable a un vecino “quien hará que haya la danza de las espadas que se acostumbra en esta isla y que la iglesia y las calles se enramen”.
En diferentes épocas y en otras islas parece que se encargaron este tipo de danzas para la celebración del Corpus Christi, así como para ocasiones muy especiales como la visita de algún personaje ilustre. En cualquier caso, cayeron en desuso, al igual que ocurriera con otras, como las Danzas de Matachines, la del Pelícano o la de ‘El Águila’.