En el acto institucional del Día de las Letras Canarias, la consejera del ramo (pues llevaba uno en la mano; de rosas rojas pero mustias) y el presidente regional –hasta ayer, como quien dice, mero prócer local y dómine cabra– quisieron leer unos versos del poeta laureado. Se subieron al estrado, carraspearon (ejem, ejem), hojearon con elegancia el volumen de poesía completa –publicado para la ocasión–, sonrieron mirando hacia el público y, cuando se disponían a declamar, ¡oh pobres de ambos!, se dieron cuenta de que no conocían la lengua, o no sabían leerla, o la habían olvidado, o les habían colado un panfleto en otro idioma o… No se sabe. Lo cierto es que la consejera y el presidente, la una del ramo y el otro regional, para no hacer el ridículo, ¿saben ustedes qué hicieron? ¡Improvisaron sendos poemas! ¡Sí, como lo oyen! Se arrancaron a versificar sus emociones, sus más profundos anhelos, amigos. El contenido de esos poemas no se conocerá hasta que no se h
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