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Mi corazón…

Hace años decidí quitarme el corazón y meterlo en la nevera.

Lo guardé en uno de los cajones mezclado con los calabacines, las zanahorias y los pimientos rojos para que pasara inadvertido. No quería mezclarlo con la fruta no fuera que con los aguacates se echara a perder y el plátano lo atufara un poco.
Nada tuvo que ver la razón en ese dictamen. Por lo que con el tiempo he llegado a la conclusión de que no fue una decisión pensada al uso, que sí pesada, porque, aunque quepa en una mano, ahí van al ojo unos 300 gramos como diría mi carnicero.
Llegué a aquella consecuencia porque aquel órgano ya no era mío. Era una víscera eviscerada de amor, directa al plato, que si no comes carne, a buen seguro tú quieres el corazón de alguien al dente. Así somos: de pertenencias y por las pertenencias.
Fue una cirugía manual y de impulso, un desastre de la esterilidad, haciendo caso omiso a las recomendaciones del “no quieras a nadie si no buscas cicatrices”.

Lo escondí a buen recaudo como digo, muerto de frío, parando la maquinaria del latido. El hueco que se me quedó en el pecho lo rellené a la prisa con paja y alfalfa, para que mis semejantes de a pie no se dieran cuanta de la barbarie que uno hace por querer, pues ya saben que no se lleva el amor, que pasó de moda por la rígida tecla.

Por suerte, que las desgracias son otra cosa, aquella sentencia me hizo débil, me fulminó defensas y vulneró el engranaje de tipo duro que la sociedad te anuda en la corbata. Y ahora, ¡qué cosas!, relloro por las esquinas secas olvidándome y haciendo caso omiso de esa regla nemotécnica del “si no se quiere no se llora”.

Y allí sigue a buen recaudo, musculado y ventriculado, para que ellas lo vean siempre que tienen hambre. Tiene una etiqueta manual para que vean las características del envasado por aquello de la conservación de los alimentos.

Dice así:
“Guárdese a menos de diez grados.
Calidad 3 P: Padre, papá y persona.
No caduca.
Pueden comérselo cuando quieran, es golosina pura.”

Texto original: J.C. Bonilla
Dibujos: El grandísimo Leonardo da Vinci.