Por Manuel Pérez Cedrés

“Si una historia puede ser pensada y escrita, entonces puede rodarse.”
Stanley Kubrick

Hitchcock tenía una idea muy pragmática del séptimo arte cuando se refería a este sintetizándolo en una simple ecuación en donde proyección y llenar todas las butacas de la sala de cine eran las incógnitas a despejar. Si eleváramos la reflexión del director británico (tremendamente sui géneris si pensamos en valores extrínsecos al arte puro) a una norma basada en los valores de la lógica y la simplificásemos en premisas, llenar las salas sería igual a hacer cine, o dicho de otra manera, solo se consideraría cine todo aquello que fuera susceptible de rebosar las salas de exhibición. Hablamos entonces de una teoría que jamás puede llegar a considerarse un axioma porque no existe una directriz que la haga sustentarse como verdad universal, porque el cine, como modelo artístico, se fundamenta por sí solo en el desarrollo ordenado de un lenguaje único e irrepetible en tanto que no necesita ser observado para seguir siéndolo, esto es, que es un hecho tangible de principio a fin ya que no desea subyugarse a la figura del observador, de la misma forma que una pintura es siempre una pintura o una catedral es una catedral aunque no haya un solo espectador que la contemple.

Sergei Eisenstein, el gran teórico de la historia de la cinematografía, reflexionaba sobre el cine, a partir de una perspectiva renovadora y prematura acerca de un medio que apenas nacía, confiriéndole un lugar de privilegio como valor artístico y estético per se. Aquella conceptualización artística que luego se convierte en imagen en la obra del genial director ruso, surge de la necesidad de encontrar a un público activo capaz de discernir entre psique y emoción, ya que para él la estructura de la obra cinematográfica no podía ser más que una acción basada en la comunicación de un lenguaje que, excitado, diera efervescencia al pensamiento.

Muchos siglos antes, Aristóteles subraya la figura del artista o creador como aquel que vive para descubrir un elemento indivisible que dé sentido a lo universal, a lo que le rodea, de manera que el modelo estético en la obra aristotélica se basa en patrones de recreación de lo cognoscible como paso primigenio a la metafísica de Kant, que eleva de forma categórica el sentido de esa plasmación hasta convertirla en la medida de todas las cosas, en donde acto y universalización del acto son fundamentos ineluctables.

En el XVIII, Alexander Baumgarten separaba el mundo de las cosas pensadas (la lógica) del mundo de las cosas sentidas (la estética), para darle a esta última un valor único, trascendente, en tanto que ciencia del conocimiento sensitivo, esto es, que en su teoría, la estética y la exacerbación consciente de los sentidos debían ir de la mano hasta convertirse en el epicentro intelectual de la naturaleza del arte.

El cine como arte del pensamiento idealizado a través de la imagen, desde Griffith hasta Reygadas o Pasolini, pasando por Dreyer, Kubrick, Kurosawa o Tarkovski, por citar solo algunos ejemplos, deja de ser únicamente imagen o percepción ilusoria en movimiento para convertirse en gnosis animada o filmada, esto es, que arte y conocimiento se unen para crear un lenguaje alejado de la entelequia que habla del valor del cine convirtiendo a este en un nuevo arte de la reflexión.

Reflexionar sobre la cinematografía, desde el interior hasta lo exterior, desde la obra misma hasta los factores que inciden en la devoción hacia esta desde el punto de vista cultural y/o comercial, nos volvió a llevar un año más a La Orotava. Un nuevo año, el décimo ya, en el que se rindió culto a lo estético, al arte como expresión empírica de la necesidad de contar una experiencia ligada a la sublimación de la cultura, al arte pleno, confeso, sentido, emocionado y muchas veces perverso que es el cine. La décima edición de un festival que rinde un feraz homenaje al microcosmos (que no es otra cosa que una voz pequeña que manifiesta su compromiso hacia lo grande) del cortometraje y, al tiempo, da culto al macrocosmos del largo, porque no creo que deba haber nada grande que no contenga lo ínfimo y viceversa.

En esta nueva edición, volvió a cumplirse la norma de los últimos años en cuanto a variedad de registros, con el objeto de otorgarle al conjunto final un sentido orgánico y plural. Trece obras en la sección oficial y ocho en la sección canaria, obras en las que volvieron a tocarse temas universales como el amor y la muerte, el miedo, la posesión, la pérdida y la tragedia, el riesgo, y como no, la risa. En definitiva, los sentimientos y las emociones que convierten a la vida en un largometraje efímero en el que nos resistimos a ser tan solo espectadores.

Entre los cortos de este año, destacar el cuchicheo constante que reinó en la sala tras los créditos finales de “La Hora del Baño” dirigida por Eduardo Casanova, una obra deudora del universo grotesco de John Waters y que te hace sentir terriblemente incómodo durante sus diecisiete minutos de metraje, y el sonado aplauso que se llevaron “Garbanzos de Azúcar” de Antonio Aguilar y “Hostiable” de David Galán Galindo, un corto documental sobre la crudeza de un episodio de la Guerra Civil acaecido en Málaga y una comedia protagonizada por Berto Romero y la canaria Mariam Hernández sobre cómo la sinceridad en el amor puede resultar a veces nefasta.

Destacar al igual, la excelsa presentación, una vez más, de Aarón Gómez, que contó este año para el cierre con otro cómico que ya despunta, Kike Pérez, y la colaboración activa en dicha noche de cierre a través de un diálogo improvisado con el presentador, de la madrina del festival de este año, Mélani Olivares, actriz curtida sobre todo en la televisión pero también en el cine y el teatro, conocida por su personaje de Paz en la serie “Aida”. Una noche la del sábado, que se inició con las improvisadas palabras de Francisco Linares, alcalde del municipio, invitando a los asistentes a ofrecer un minuto de silencio en favor de las víctimas del atentado de París ocurrido el viernes 13 de noviembre.

En cuanto al palmarés de esta décima edición de 2015, en la sección oficial, el primer premio se lo llevó el magnífico “Oscar Desafinado”, dirigido por Mikel Alvariño. El segundo premio fue a parar a manos de los hermanos José y César Esteban Alenda por “Not The End”, corto que también recibió, merecidamente en mi opinión, el premio del público, y el tercer premio recayó en “Sinécdoque, una historia de amor fou”, dirigida por José Manuel Carrasco. En la sección canaria, premio que vota el público, el galardón se fue este año a Gran Canaria gracias a “Número 2: Si yo fuera Marilyn”, dirigida por Juan Carlos Falcón, una comedia que llenó de risas el Auditorio Teobaldo Power.
La noche del sábado, en la que un actor caracterizado de Darth Vader y otros dos de sendos soldados del Imperio en la saga (que está a punto de volver a las salas gracias a una nueva regeneración que va de la mano de J.J. Abrams) de “Stars Wars” acercaron hasta el escenario los sobres con los galardonados, se cerró con el público cantando el décimo cumpleaños feliz del festival y soplando una tarta virtual tras escuchar a Gorka Ochoa, Marta Hazas, Álex García y Javier Gurruchaga, brindar unas palabras como colofón a una fiesta del cine que se hace cada vez más madura y más cercana, una conmemoración del arte por el arte, para seguir soñando con una sociedad en la que la cultura sea de una vez por todas el valor principal que haga crecer al mundo. George Bernard Shaw, dijo: “Los espejos se emplean para verse la cara; el arte para verse el alma”. Así sea, ahora y siempre.