El Capital no me producirá tanto dinero 
como me costaron los cigarros que me fumé para escribirlo 
Karl Marx

De Marta Sanz a Pablo Und Destruktion, pasando por EP Thompson

Escribí una vez que, para la mayoría de la izquierda más asamblearia, jamás se debería cobrar por escribir, traducir, corregir, diseñar carteles, realizar páginas web o actuar en conciertos si es por la causa. En esa misma línea, recibí hace poco una propuesta digamos… mejorable: participar en un libro colectivo sobre la clase trabajadora en la actualidad, paradójicamente sin ser remunerado y con un plazo de entrega bastante demencial.

Valoré seriamente la respuesta a dar, dudando entre la avalancha de insultos, la ironía o la pedagogía. En ese proceso me topé un libro increíble de Marta Sanz, Farándula. La lectura de esa obra maestra de Sanz me animó a escribir sobre la historia del sindicalismo en el mundo de la cultura y la creación, dejando de lado lo insultante de las condiciones en las que me plantearon participar en el libro. Por otra parte, se me presentaba la oportunidad de utilizar materiales que se han quedado fuera del libro sobre SGAE que estoy escribiendo con Ainara LeGardon.

Al entregrar el borrador de mi texto pasaron dos cosas. Pablo Und Destruktion inició una batalla contra La Sexta y Atresmedia, ya que se había usado una canción suya para publicitar una serie sin su consentimiento. De nuevo, el conflicto de Pablo Und Destruktion puso encima de la mesa una carencia histórica: la falta de abogados expertos en derechos de autor en sindicatos, imprescindibles en todo lo relacionado con el trabajo cultural.

Además, el borrador que planteé para el libro colectivo fué rechazado por tener poca base teórica (me pidieron que rehiciera el capítulo casi por completo, cosa a la que me negué) . Soy de la opinión que mi relato unifica sucesos dispares y aparentemente desconectados en lo que ha sido la realidad del trabajo cultural en este país. Y que ese relato aporta aspectos novedosos o simplemente desconocidos, ya que creo firmemente que la historia es teoría, como se puede apreciar en los textos de EP Thompson. Por tanto, decidí publicar el texto con una nueva introducción por mi cuenta.

Estoy convencido de que podríamos estar debatiendo lustros sobre la muerte del autor, general intellect y nuevas “enclosures” y que no se aporte absolutamente nada al análisis sobre el trabajo cultural y la propiedad intelectual. Por lo tanto, aparquemos los planteamientos ahistóricos y las explicaciones idealistas del trabajo cultural. Vayamos a lo concreto. Empezamos.

Orígenes del asociacionismo en el trabajo cultural

Podemos resumir los orígenes del asociacionismo en el trabajo cultural en España atendiendo a tres hitos: un primer éxito organizativo y político para los autores dramáticos, una severa derrota sindical en el periodismo y la persistencia de un equívoco y desmovilizado “proletariado del arte” literario.

Comenzaremos por el éxito organizativo logrado por compositores y dramaturgos. A finales de siglo XIX el empresario teatral Florencio Fiscowich consiguió ejercer un control y monopolio casi total en el sector, ya que contrataba temporadas enteras en teatros de Madrid y provincias donde sólo se programaba su repertorio. Este repertorio era amplísimo, ya que fue adquiriendo los derechos de las obras pagando algo más del precio de mercado, pero obteniendo así el control a perpetuidad sobre éstas. Por otra parte, hay que recordar que la primera Ley de Propiedad Intelectual en España se promulgó en 1879, pero a pesar de ello los contratos editoriales solían ser abusivos. Esto propició que después de la LPI de 1879 fueran surgiendo varias asociaciones de autores de existencia más o menos efímeras, hasta que en 1899 se lanza la Sociedad de Autores de España (SAE), impulsada por autores del mundo del teatro y compositores musicales.

La SAE se creó en 1899 con el objetivo explícito de quebrar el monopolio del empresario Fiscowich. Lo logró básicamente por la popularidad y la firmeza de dos de sus principales impulsores, Sinesio Delgado y Ruperto Chapí, después de una dura pelea, movilizando a los autores y a la opinión pública y presionando a las autoridades. Con esta victoria histórica la SAE posibilitó la autogestión del repertorio a sus asociados. Después de sufrir distintas reorganizaciones, abandonos y crisis, SAE se refundaría en 1932 como Sociedad General de Autores de España (SGAE), antecesora de la SGAE actual, siendo sin lugar a dudas una de las entidades de gestión más importantes (y polémicas) hasta la fecha.

La SAE no se desarrolló al margen del clima político y las organizaciones de la clase trabajadora de la época, aunque tuvo una evolución que la llevó a posiciones corporativistas y anti-sindicales. En 1900 Sinesio Delgado publicó en El Socialista un discurso en apoyo a la Sociedad de Coristas de España. Delgado planteó que al igual que “una parte muy importante de los obreros intelectuales españoles había saludado dignamente al nuevo siglo” era necesaria alguna organización que velara por los intereses de los coristas, que en aquellos años estaban inmersos en “la farándula por esos pueblos de Dios”. Pero la SAE en años posteriores derivó a posturas netamente anti-sindicales. En 1921 su publicación La propiedad intelectual se hacía eco del siguiente texto: “las asociaciones de intelectuales sólo deben federarse con sus afines, (…) obligadas a mantener por propia conveniencia, en la mayor altura posible el respeto a la propiedad intelectual. Éste es el único sindicalismo que pueden aceptar los intelectuales del arte”.

Volviendo a aquel número de El Socialista de 1900 aludido previamente, en él también se publicaba una intervención relacionada con el trabajo cultural de Pablo Iglesias, secretario general entonces del PSOE y la UGT, quien auguró que “mañana los esclavos de la prensa romperán sus argollas” y mandó un saludo a lo que para él era un “brillante ejército que viene a ayudar al proletariado de todos los oficios para cambiar la faz del mundo acabando con el odioso capital y con la explotadora burguesía”. La prensa intentó romper sus argollas unos años después, pero fracasó.

Después de que la CNT lograra en 1919 que España fuera el primer país del mundo en legalizar la jornada de ocho horas gracias a la huelga de La Canadiense, el periodista afiliado a la UGT Ezequiel Endériz impulsó en el mismo año la creación del primer sindicato de periodistas, vinculado a la UGT, y la primera (y única hasta la fecha) huelga general de periodistas. El impulso de La Canadiense hizo que los periodistas se movilizaran por reivindicaciones como la fijación de salarios mínimos, la concesión de un día de descanso semanal y el derecho a vacaciones retribuidas. ¿Cómo se produjo el conflicto? “Ante estas demandas, las empresas editoras convocaron una asamblea de directores de toda España […]. Aunque la prensa estaba atravesando un mal momento, no pusieron los directores muchos reparos a las peticiones de tipo económico. […] Con lo que no estaban dispuestas a transigir las empresas era con las reivindicaciones que suponían ceder parte de su poder al sindicato, como la sindicación obligatoria o que la fijación de las plantillas se hiciera de acuerdo con el sindicato”.

Aunque las reivindicaciones laborales eran perfectamente asumibles por parte de la patronal, el conflicto se fue desinflando y finalmente se perdió, ya que ceder control obrero en el funcionamiento de los diarios era algo impensable para los empresarios, que se empleó a fondo en combatir la huelga. A pesar de la derrota, a raíz del conflicto se produjeron algunas mejoras en las condiciones laborales de los periodistas. Endériz posteriormente se aproximaría al movimiento libertario y a la CNT, además de ostentar cargos en SGAE (la heredera de la SAE), algo que evidencia que a pesar de las reticencias de muchos autores, en realidad los sindicatos y las sociedades de autores nunca fueron compartimentos estancos.

Finalmente, queremos detenernos en este apartado en la bohemia. Surgida a finales del XIX, hay caracterizaciones de esta como la de proletariado del arte, aunque lo cierto es que la bohemia es un ejemplo perfecto de subproletariado urbano, es decir, un colectivo marginal, desclasado e incapaz de organizarse colectivamente. El periodista Sinesio Delgado vivió como una gran derrota personal el no poder sumar a la SAE al mundo literario, que no impulsó sociedades de autores como los dramaturgos y compositores pero tampoco se afilió a los sindicatos de clase de la época. Esta falta de acción colectiva propició abusos constantes hacia estos “proletarios del arte” por parte de editores, periódicos y empresarios de teatro con pocos escrúpulos.

Sin embargo, hubo esfuerzos por parte de figuras del sindicalismo en sumar al mundo de la literatura y el periodismo a las organizaciones de la clase trabajadora, como demuestra este conferencia de 1911 de Anselmo Lorenzo, uno de los padres del anarquismo español, publicada como El derecho a la evolución: “Cuantos intelectuales nos hablan de cultura, de reformas, […] si vienen de buena fe, ayúdennos en nuestra obra de reivindicación y de emancipación; abiertas de par en par tienen las puertas del sindicalismo; nadie les priva de constituirse en sindicatos de producción intelectual; por ejemplo, en defensa de sus derechos de autor contra la explotación editorial; porque, más o menos privilegiados, y a veces más míseros que los obreros de blusa bajo su traje decentemente presentable, son asalariados […] y pueden concertarse con nuestros sindicatos, federaciones y confederaciones; en el libro, en el periódico y en la tribuna pueden prestarnos utilísima cooperación”.

¿Por qué Marx no habló de copyright? – Blog de David García Aristegui