Elizabeth López Caballero

 

El pasado miércoles el canal Cuatro televisó el documental: «Esclavas, con la trata no hay trato». El reportaje contaba la historia de Marcela, una joven brasileña que llegó a España engañada para ejercer la prostitución -como muchas otras jóvenes sudamericanas, rumanas o nigerianas-. Marcela tiene treinta y cinco años, le falta el bazo, la mitad de un riñón, y le sobraba un sueño. Nuestra protagonista quería ser abogada. Inició sus estudios en Brasil, trabajaba de día y estudiaba de noche. Hasta que se quedó sin trabajo y su sueño empezó a tambalearse. Y como los problemas nunca vienen solos apareció un hada madrina con alma de diablo. Misteriosamente, Marcela conoció a una mujer que se hizo íntima amiga suya. No de la noche a la mañana, sino tomándose su tiempo. Esa desconocida pronto se ganó la confianza de la joven y de su familia. Así fue como convenció a Marcela para viajar a España. Le aseguró que en unos meses, cuidando de niños y ancianos, reuniría el dinero para volver a Brasil y terminar sus estudios -debe ser la única que desconoce la realidad laboral de nuestro país-. Ella, como buena amiga, correría con todos los gastos de su periplo español; y así iniciaría Marcela una deuda que se incrementaba por días y que tendría que saldar con su cuerpo.

Huelga decir que al llegar a España no la aguardaba ninguna familia, ningún anciano senil, ni ningún niño sonriente. La recibió una mafia que le arrebató el pasaporte, la obligó a prostituirse y la amenazó con matar a su familia y violar a sus sobrinas si se le ocurría escapar. No olviden que Marcela llegó a España a través de esa «gran amiga» de Brasil que conocía las rutinas de su familia. Este fue el inicio del descenso al submundo de nuestra joven. Se volvió cocainómana y alcohólica por orden de su Madame y para evitar las palizas de los chulos. Tenía que consumir todo lo que consumieran los clientes. Mantener relaciones sin condón cuando se lo pedían, y para contrarrestar los daños tomarse la pastilla del día después, hacerse un lavado vaginal con betadine y seguir trabajando. No llevaba más de media hora viendo el documental cuando se me agarró al pecho este sentimiento de angustia que aún, a día de hoy, mientras escribo este artículo, me acompaña. El nexo de la mafia brasileña con la española era una mujer. Las dueñas de los clubes donde ejercían la prostitución eran también mujeres.
Mujeres siendo testigos y verdugos del maltrato a una igual.
Mujeres privándolas de su libertad y de su dignidad .
Mujeres condenando a muerte a otras mujeres por dinero.

Al final todos tenemos un precio. Nuestros valores, nuestros escrúpulos o nuestra empatía no son más que números, preferiblemente, con muchos ceros detrás.

Mujeres…, ¿y si fueran sus hijas, sus hermanas o ellas mismas las que estuvieran al otro lado? Supongo que es una pregunta estúpida. Eso nunca les sucedería a ellas, dueñas y señoras del mundo. No es la única pregunta estúpida que me ronda desde el miércoles: madames, ¿cómo duermen por la noche? ¿No tienen pesadillas? Solo saqué en claro una respuesta: «el peor enemigo de una mujer suele ser otra mujer».

Marcela, por suerte, pudo escapar en el año dos mil nueve gracias a la ayuda de una ONG. Necesitó tres años para recuperarse y aún está en tratamiento psicológico. Ha retomado sus estudios y trabaja ayudando a mujeres que están pasando por su misma situación. ¡Bien por Marcela! Una mujer valiente. Así, una mujer con todas las letras. Simplemente, una buena mujer.