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Autora: Elisabeth López Caballero

Nunca me han gustado los toros. Odio el maltrato al que someten al animal maquillándolo de arte e incluso llegando a decir que los toros nacen para morir en un plaza. Eso es casi tan cruel como decir que un niño nace en África para morir de hambre. Además de los toros, tampoco me ha gustado nunca la fiesta de los sanfermines, por lo mismo, el maltrato al animal. Pero es que ahora me gusta aún menos por el maltrato a la mujer.

Parece que se está poniendo de moda ir a las fiestas a violar mujeres. Antes se salía a bailar o a beber. Incluso se salía a follar. Sí, cierto, pero con quien jugaba a lo mismo, porque las relaciones son de mutuo acuerdo. Pero no; ahora el placer está en obligar a una mujer, forzarla y abusar de ella, y entre más violadores mejor ¡Ah! Y que no falte el móvil para inmortalizar el momento.

Tranquilos, cabrones, que semejante barbaridad se quedará grabada física y psíquicamente para siempre en la víctima.

En España mil doscientas ochenta y una violaciones son denunciadas cada año. Por nombrar a España, pero este hecho es el pan de cada día en África y en otros muchos países. En este artículo quiero hablar de mi país y no significa que no me solidarice con el resto de mujeres del mundo que sufren este ataque a su integridad física y moral.

En España una mujer es violada cada siete horas según un informe del Ministerio de Interior. Contando solo las denuncias que se realizan (se considera delito cuando hay penetración) hablamos de casi mil trescientas. Pero si contamos los acosos que no llegan a consumarse la cifra aumenta hasta casi diez mil. Nadie habla de ello. Son las sin nombre, las sufridoras silenciosas. María, Lurdes, Maite o Silvia… Todas ellas con una historia, con sueños e ilusiones que una vez que son violadas se rompen en mil pedazos quedándoles secuelas de por vida. Porque, yo como mujer, doy fe de que no puede existir nada más horrible en el mundo que el abuso de tu cuerpo y de tu alma sin tu consentimiento. Y da igual que el agresor sea un desconocido que te asalta en plena calle, una ex pareja o tu pareja actual. ¡Cuándo decimos no, es no! Porque somos dueñas de nuestro coño aunque a ellos les encoñe que nos neguemos.

Pero si ya es duro vivir semejante barbarie aún es peor cómo está vista la violación socialmente. He escuchado más de una vez, tanto a hombres como a mujeres, justificar este hecho porque la víctima vestía demasiado provocativa o porque coqueteó excesivamente, y claro, como se dice vulgarmente: “si calientas la leche después te la bebes”. A toda la gente que piensa así les vendría bien mirarse a un espejo y empezar a entretener su tiempo hablando de sí mismo y no de los demás… Que como decía mi abuela: “se ve más pronto la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio”.

Sin ir más lejos, uno de los Alcaldes del Ayuntamiento de Valladolid declaró una vez: “Me da reparo entrar en un ascensor con una mujer por si se arranca el sujetador o la falda”. Después de declaraciones de este tipo creo que deberían dejar de preguntarse por qué España va de puto culo, si la mayoría de cargos políticos sufre de anoxia cerebral. Según un informe del Fiscal General del Estado el porcentaje de denuncias falsas está en un 0,01%. Me gustaría preguntarle a ese Alcalde si cuando una mujer denuncia ser víctima de violencia de género piensa que ella se autolesiona o si cuando al final es asesinada considera que se lo tenía merecido.

Tenemos un grave problema social y deberíamos todos salir a la calle y aunar fuerzas para acabar con esta lacra. Con los maltratadores, los violadores y los políticos descerebrados. Porque una violación nunca puede ser justificada. Porque una mujer nunca busca ser agredida. Somos libres de vestir como nos dé la real gana y eso no le da derecho a nadie de atacarnos. Porque cualquiera de nosotras, nuestra madre, nuestra hermana o nuestra hija puede ser la próxima víctima… Y hay que dejar claro, hay que gritar bien alto que NO ES CULPA NUESTRA.